Las bálticas, atlantistas como nunca

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El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg

El ataque ruso en Ucrania ha sido capaz de disipar la histórica neutralidad de Finlandia y Suecia, pero el gran zarandeo lo están experimentando Estonia, Letonia y Lituania, que esperan ansiosas la cumbre de la OTAN en Madrid del 29 de junio. Un zarandeo de gran potencia emocional porque, a pesar de haberse incorporado a la Alianza Atlántica en 2004, a las tres repúblicas bálticas se les hace imposible olvidar que fueron miembros del Pacto de Varsovia por el simple hecho de ser parte de la Unión Soviética. Países ocupados y anexionados. Por eso cuando se independizaron en 1991, estonianos, letones y lituanos rehusaron las ofertas de la Rusia de Boris Yeltsin de incorporarse en aquel espacio a la vez tan espeso como inconcreto denominado Comunidad de Estados Independientes. Nunca quisieron ni escuchar hablar de ello. Por eso no es nada extraño que las pulsiones antisoviéticas del pasado hayan mutado en hostilidad en la Rusia de Putin, con un vértigo directamente proporcional al fervor atlantista que los bálticos están exhibiendo a raíz de la guerra en Ucrania, alertando de la necesidad de poner al día todos los mecanismos logísticos de intervención inmediata.

Y es que en las tres repúblicas, pero especialmente en Estonia y en Letonia, la gente no se quita de la cabeza que están conviviendo con fuertes comunidades rusas. Son rusófonos un 25% de la población estoniana –1.330.000 personas— y más del 30% de la letona –1.900.000 personas–. La intensificación de los anhelos y valores atlantistas emerge, pues, en el Báltico del temor de tener que convivir o cohabitar con un enemigo en potencia.

Riga, ciudad rusa

En Letonia no son pocos los que temen que los rusófonos puedan ser utilizados por Putin para desestabilizar el Báltico contra la OTAN. Y para no pocos letones el miedo habría sido gestada en la mala conciencia. Solo hay que tirar para atrás e imaginar los primeros años de la independencia, cuando la minoría nacional rusa –a pesar de haber votado mayoritariamente por la independencia letona y en contra de continuar dentro de la URSS– fue sometida a un tipo de apartheid administrativo –los llamados “no ciudadanos”– que impedía el derecho a votar, la propiedad de la tierra y acceder a instituciones como la justicia, a pesar de que el estado letón garantía a los rusófonos escuela, salud y pensiones de jubilación.

Para “liberarse” de sus orígenes “coloniales” y acceder a la ciudadanía letona, los rusos descendentes de los que en 1945 Stalin envió al Báltico con la misión de sovietizar y rusificar tenían que pasar un test de lengua y cultura letona que no todos estaban dispuestos a hacer. En 2002, ya con Putin en el Kremlin, pude entrar en unas cuantas aulas donde se hacían estos exámenes patrióticos –algunos de tonalidades humillantes– y tuve la sensación de que aquello al gobierno liberal/conservador letón se le podía acabar girando en contra. Y más teniendo en cuenta que en la capital, en Riga, el 60% de la población era y es de origen ruso, con el líder rusófono Nils Usakovs de alcalde diez años seguidos, de 2009 a 2019, y ahora eurodiputado.

Inquietante Kaliningrado

Muchos de aquellos jóvenes de cultura y lengua rusa que durante las últimas dos décadas han asistido a la europeización y la atlantización de Letonia podrían sentirse tentados –piensan en los thint tank de la UE y la OTAN—a cuestionar la situación y más todavía si, mirando hacia el sur, no deja de inquietar el aislamiento de Kaliningrado del resto del territorio ruso, con fronteras con Lituania y Polonia. Un trozo de Prusia que se llamaba Königsberg y que guarda la tumba del filósofo Immanuel Kant. Proteger Kaliningrado siempre sería para Putin un buen argumento para una escalada al Báltico. Nunca he olvidado el comentario entre irónico y quejica de un jubilado rusófono de Riga reconociendo que cobraba más de pensión siendo ciudadano de segunda en Letonia que si hubiera sido ciudadano de Rusia. Y el hombre se despidió soltando lo siguiente: “Aunque lo nieguen, esto es tierra rusa. Siempre lo fue y volverá a serlo sí o sí”.

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