Guerra en Ucrania

¿Por qué las fábricas de armas de Occidente se han convertido en un quebradero de cabeza para Zelenski?

La demanda del ejército de Ucrania supera la capacidad de producción de los países de la OTAN, que muestran recelo

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Vida cotidiana en Chasiv Yar, Ucrania

Barcelona / WashingtonEl 18 de septiembre, Volodímir Zelenski difundía un dato sorprendente. En una entrevista en la cadena CBS, aseguraba que el ejército ucraniano y el ruso disparan, cada uno y de media, unos 40.000 proyectiles de artillería al día. Esa información es imposible de verificar –en las guerras, el secretismo es máximo–, pero investigaciones independientes hablan de números similares. Las intensas batallas que se han librado en Ucrania, y que han obligado a ampliar los cementerios de buena parte del país, también lo harían pensar. Si son exactas, son cifras que no se veían en el mundo desde la Guerra de Corea o, incluso, desde la Segunda Guerra Mundial.

The Washington Post difundía un dato que, habiendo leído el primero, también llama la atención. Estados Unidos fabrica actualmente unos 60.000 proyectiles de artillería al mes. Es decir, unos 2000 al día. Los ritmos de producción de toda la Unión Europea son inferiores y, por tanto, aún más escasos para aguantar, a la larga, la voracidad de la guerra ucraniana.

La conclusión es clara: la demanda del ejército de Zelenski supera considerablemente la capacidad de producción de los países de la OTAN.

Hasta ahora esto no había sido necesariamente un problema. Casi toda la ayuda militar suministrada a Kiiv ha provenido de los stocks de los ejércitos aliados, es decir, de armamento que ya se había fabricado y que tenían almacenado. Pero después de casi dos años de guerra y con la perspectiva de un conflicto enquistado, largo y pesado, los socios occidentales comienzan a no disimular la preocupación.

¿El motivo? Las reservas se han ido vaciando y, como admitía el almirante de la OTAN Rob Bauer durante el último Foro de Seguridad de Varsovia, "comenzamos a ver el fondo del barril". El ministro de Defensa francés, Sébastien Lecornu, prescindió de metáforas el 27 de septiembre: “No podemos seguir utilizando los recursos de nuestras fuerzas armadas de forma indefinida porque dañaremos nuestras capacidades defensivas y el nivel de entrenamiento de nuestras tropas” .

La Guerra Fría, punto de inflexión

La invasión rusa de Ucrania ha demostrado que la industria armamentística de Occidente, especialmente la europea, no estaba preparada para una guerra a gran escala. Un reciente análisis del Pentágono revela “una industria mal equipada” si se compara con la destreza productiva de épocas anteriores, especialmente durante la Segunda Guerra Mundial, cuando la empresa Ford podía montar un avión de combate en aproximadamente una hora. El punto de inflexión que explica este debilitamiento fue el fin de la Guerra Fría. La caída de la Unión Soviética y, por tanto, el ascenso de Washington como gran potencia mundial, hizo que la Casa Blanca no tuviera ningún competidor amenazándole directamente. Como consecuencia, el gasto militar occidental cayó en picado y la inversión se centró más en la innovación que en la cantidad. Durante aquellos años y hasta el 24 de febrero de 2022, la OTAN sólo había participado en conflictos asimétricos, donde tenía una superioridad militar significativa: los ejércitos y las milicias de Irak, Siria, Afganistán e incluso de los Balcanes no se pueden comparar con la envergadura de las tropas rusas.

Haber estado tanto tiempo sin hacer frente a situaciones bélicas de exigencia –la industria europea, por ejemplo, ha estado operando en tiempos de paz durante buena parte de su existencia– permitió relajar los ritmos de producción sin que esto fuera ningún problema.

El diagnóstico que realizaba el analista Paula Álvarez-Couceiro en un artículo sobre la industria europea en el portal War on the Rocks era contundente: "La invasión ha evidenciado errores en el actual sistema de defensa, incluido el rápido agotamiento de las existencias, una excesiva dependencia de las importaciones de materias primas y un retraso en los aumentos prometidos en el presupuesto de Defensa". Con menor intensidad, el análisis también puede trasladarse a las fábricas estadounidenses, que han pasado de construir aviones de combate en una hora a necesitar 300.000 piezas procedentes de 1.700 proveedores diferentes para fabricar cazas F-35 Lockheed Martin –mucho más avanzados tecnológicamente, eso sí–. Otro ejemplo: según una investigación del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS), las fábricas de Estados Unidos es probable que necesiten al menos cinco años para recuperar el inventario de misiles antitanque Javelin, que han sido clave para destruir cientos –o miles– de vehículos blindados rusos. Y otro: Francia tardará al menos un año y medio en sustituir los 18 obuses Caesar que envió durante el verano a Ucrania y que suponían una cuarta parte del stock total que tenía entonces el ejército de París.

La fatiga es el otro enemigo

La semana pasada el comandante en jefe de las fuerzas armadas ucranianas, Valeri Zalujni, admitía a The Economist que la guerra está estancada. El militar dibujó una estampa incómoda –que más tarde fue corregida por el propio Zelenski–: no se prevén grandes avances en lo que queda de 2023 y, probablemente, durante todo 2024.

La perspectiva de un conflicto congelado –y, por tanto, sin perspectivas de acabar– es el peor estimulante que pueden recibir unos socios occidentales que sufren por sus reservas de armamento. El gobierno de Kiiv ya ha admitido presiones para negociar un alto al fuego con Moscú. Y la disminución de envíos de armas sería una catástrofe para sus fuerzas armadas, que precisamente lo que piden es incrementarlas. Sin los 93.000 millones de euros en ayuda militar que los aliados han enviado a Ucrania desde el inicio de la guerra, las banderas rusas ya ondearían en la plaza del Maidán.

Un coche destruido en una carretera a 20 km de Kiiv, en una imagen del invierno del 2022, cuando las tropas rusas intentaron llegar a la capital ucraniana.

La fatiga ya está visible en varios puntos del mapa. En el Congreso de Estados Unidos, la presión del ala dura republicana para cortar el grifo en Kiiv es feroz. En la calle, una encuesta de principios de noviembre apuntaba que un 41% de los estadounidenses creen que el gobierno de Biden "hace demasiado" por Ucrania. En junio este grupo representaba el 29%. En la Unión Europea, donde el impacto económico de la invasión ha sido más palpable, la cohesión y la estabilidad de los Veintisiete siempre cuelga de un hilo.

El estallido de la guerra de Gaza, donde el ejército israelí protagoniza una ofensiva terrestre de desenlace y duración inciertos, no han sido buenas noticias para Kiiv. Aunque Israel y Ucrania afrontan escenarios muy distintos –la de Gaza es una guerra urbana–, la sensación de estar involucrado en dos conflictos puede acentuar la fatiga política y social de Occidente, especialmente en Estados Unidos. Tel-Aviv, no hay que obviarlo, es el mayor receptor de la ayuda exterior norteamericana desde la Segunda Guerra Mundial.

“Somos la nación más grande del mundo: está claro que podemos apoyar a nuestros dos aliados en guerra”, dijo Joe Biden tras solicitar de forma "urgente" en el Congreso un paquete de ayuda militar de 106.000 millones de dólares. De ese dinero, 60.000 millones irían para Ucrania, 14.000 millones para Israel. Pero la promesa económica, en caso de que ocurra el difícil trámite en la Cámara de Representantes, no soluciona el problema de fondo. Además, Washington debe reservar armamento para la eventualidad de un conflicto que le implique directamente: y hace años que todas las miradas apuntan hacia el Pacífico y, más concretamente, hacia Taiwán.

Ucrania quiere ser "el arsenal del mundo libre"

"Cuando acabe la guerra, será más inteligente exportar armamento que agricultura. Un kilo de exportaciones de la industria de defensa equivale a 20 toneladas agrícolas. Ser el arsenal del mundo libre es una buena alternativa a ser la cesta del pan de 'Europa'. La frase la dijo, el 9 de septiembre, el ministro ucraniano de Industrias Estratégicas, Oleksandr Kamixin.

La invasión rusa ha convencido al gobierno ucraniano de que su futuro debe estar ligado a la industria armamentística. En primer lugar, porque Kiiv cree que económicamente es mucho más rentable que ser uno de los mayores productores de cereales del mundo. En segundo, porque, en caso de que termine la guerra, el país tiene asumido que deberá seguir defendiéndose de la amenaza de Moscú. Los esfuerzos por desarrollar una industria propia, y por tanto disminuir su dependencia de Occidente, son evidentes. En los últimos diez meses, la producción de munición por artillería en su territorio se ha multiplicado por veinte, mientras que la producción de vehículos blindados lo ha hecho por cinco, según Kamixin. Los acuerdos con compañías militares privadas también se han multiplicado: son ya unas 500 las empresas que están contribuyendo a la industria armamentística ucraniana, según la versión oficial. El 29 de septiembre, Kiiv acogió una feria de armamento a la que asistieron 252 empresas de 30 países. "Ucrania está dispuesta a ofrecer condiciones especiales a las empresas dispuestas a desarrollar la producción de defensa con nosotros", dijo entonces Zelenski.

Soldados ucranianos en el frente de Bakhmut.

Pero antes de convertirse en una superpotencia militar –con capacidad para exportar armas a todo el mundo–, Kiiv necesita seguir luchando para no perder la guerra. "Nadie cree en la victoria como yo. Nadie", decía el otro día Zelenski en Time. En la misma entrevista, el mandatario aseguraba que todavía ve posible un ofensiva relámpago sorpresa como la que, en otoño de 2022, liberó la ciudad de Kherson. Zelenski, sin embargo, condicionaba este escenario a la llegada de los anhelados aviones de combate F-16, que Ucrania sigue esperando, ya que sus soldados no tengan que ahorrar el armamento del que disponen como ocurre, según Kiiv, en las batallas por Bakhmut o en Avdíivka, donde las tropas racionan las municiones de artillería porque, dicen, reciben muchas menos de las que necesitan.

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