Europa

Grecia y Turquía responden todavía con más violencia al retorno de los refugiados

Las llegadas hasta hoy ya superan todas las de 2021, y las deportaciones ilegales y humillaciones crecen

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Refugiados migrantes encontrados  sin ropa en la frontera del río Evros, entre Turquía y Grecia, en una imagen difundida por el Ministro Griego de Migración y Asilo, Notes Mitarachi.

EstambulYa son 12.266 los refugiados que, según datos de ACNUR, han atravesado la frontera entre Turquía y Grecia este 2022. Cuando faltan casi tres meses para acabar el año, la cifra ya supera las llegadas del año pasado por tierra y mar, que fueron 9.157, según la propia agencia. El colectivo más numeroso viene de Palestina, y lo siguen Afganistán, Somalia y Siria.

Desnudos, saqueados, algunos apaleados y abandonados en medio de un campo. Esta era la situación que se encontraron las autoridades griegas cuando se toparon, a principios de octubre, con 92 refugiados dentro de Grecia que acababan de atravesar desde Turquía, al otro lado del río Evros. Nadie asume la responsabilidad del flagrante maltrato de hombres, mujeres y criaturas. Atenas acusa a Turquía de ser una “vergüenza para la civilización” y Ankara pide al país vecino “acabar con las actitudes inhumanas hacia los refugiados”. Grecia hace tiempo que es denunciada por los retornos ilegales de refugiados, que llevaron incluso a la dimisión del jefe de Frontex, la agencia europea de control fronterizo. Lo más notorio es el abandono de los migrantes en tiendas flotantes a la deriva, una práctica que se ha intensificado en los últimos años.

Eva Cosse, investigadora de Human Rights Watch, asegura al ARA que la situación no es nueva: “Durante más de una década, múltiples grupos han informado sobre violaciones flagrantes de los derechos humanos en las fronteras de Grecia. Estas incluían agentes griegos que utilizaban la violencia para expulsar a la gente de vuelta a Turquía”. La entidad reclama que “Frontex suspenda sus actividades cuando las violaciones de derechos sean graves o puedan persistir". "Pero, a pesar de las numerosas pruebas, hace casi doce años que está desplegada en la frontera terrestre entre Turquía y Grecia y quince que sus operativos patrullan en el Egeo”. Las llegadas no se han parado nunca, y ahora se han incrementado porque a la tragedia de la guerra o la pobreza en los países de origen ahora se suma la crisis en Turquía, el país que los ha acogido.

Más xenofobia en Turquía

Turquía, que acoge cuatro millones de refugiados, la mayoría sirios, ha adoptado últimamente un tono visiblemente agresivo contra los extranjeros. Pocos meses antes de unas elecciones decisivas para la continuidad del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, la retórica antiinmigración se ha instalado en la campaña para ganar votos. Como la crisis económica no parece tener salida, la mayoría de partidos hacen agresivos discursos sobre cómo y cuándo echarán a los refugiados. Y Erdogan aprovecha sus campañas militares en el norte de Siria para reforzar su cara más nacionalista, justificando los ataques como una manera de ayudar a los refugiados "para que puedan volver a su casa”, como ha declarado en infinitas ocasiones. El candidato mejor situado para disputar las presidenciales a Erdogan, Kemal Kiliçdaroglu, del conservador partido republicano, también ha dicho varias veces que los hará volver a su país, uno por uno.

Ante la marea xenófoba, auspiciada por los partidos políticos y alimentada por los medios de comunicación, muchos refugiados han entendido que su única salida es marcharse. Durante el mes de septiembre, decenas de miles se sumaron a un grupo de Telegram en el que se organizaba una salida colectiva hacia Grecia. Los organizadores, un grupo de sirios, pretendían emular los hechos del año 2020, cuando miles de refugiados intentaron pasar el río Evros en el momento en el que Erdogan proclamó que no vigilaría más la frontera con Grecia para presionar a Bruselas.

Mientras Turquía empuja a los refugiados a marcharse, Grecia ya se ocupa de hacerles saber que, por mar o tierra, sus fronteras están cerradas y que pueden morir en el intento. El problema es que la situación en origen y en los países de la región es tan terrible que pocos renuncian a intentarlo.

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