Relevo monárquico

Medio mundo pendiente de la abadía de Westminster, y la Zarzuela del emérito

El funeral de la reina habla tanto de la monarquía británica como de la española, por la presencia de Juan Carlos I

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El ataúd de la reina Elisabet II en Westminster

LondresEl funeral de estado de Isabel II habla tanto de la pomposa monarquía británica como de la española, menos pomposa y quizás mucho más frágil desde el punto de vista del apoyo popular, al menos para algunos sectores de la sociedad, y no solo de Catalunya o el País Vasco. La razón es sabida por todo el mundo: la invitación de Juan Carlos I, el emérito, a la multitudinaria ceremonia que tiene lugar este lunes en la abadía de Westminster, a partir de mediodía, hora de Catalunya.

Una invitación que propiciará el primer encuentro en público en los últimos dos años de Felipe de Borbón y su padre, en la recepción en el Palacio de Buckingham que Carlos III ofrece a todos los asistentes el domingo por la tarde. El encuentro entre el rey y quien fue jefe de estado durante casi 39 años, hasta la abdicación de 2014, tendrá un segundo escenario en la misma abadía.

El rey de España, Felipe VI, y la reina Letizia presentan sus respetos mientras pasan ante el ataúd de la reina Isabel II

Pero ni en el Palacio de Buckingham, ni todavía menos durante el servicio religioso, con un estricto protocolo, se podrá ver ninguna imagen conjunta del póquer de reyes que forman Felipe y Leticia, por un lado, y Juan Carlos y Sofía, por el otro. Los primeros se alojan en la residencia privada del embajador español en Londres, y los segundos se están en un mismo hotel del centro de la capital británica.

En las únicas imágenes que se han visto este domingo aparecían separados. Felipe y Leticia, en el momento de pasar en el Westminster Hall ante el ataúd de Lilibet, como el rey ha denominado en más de una ocasión a Isabel II, y Juan Carlos y Sofía entrando en el Palacio de Buckingham. El emérito, que se niega a que lo vean en público con silla de ruedas, se apoyaba en uno de los escoltas. Por su parte, la reina Sofía, a su lado, no hacía intención de prestarle el brazo. Hacía casi tres años que no se veía junta a la pareja: desde enero del 2020 en el funeral de la infanta Pilar, hermana del rey y tía de Felipe, en el Escorial.

La invitación de los Windsor a Juan Carlos I se ha justificado desde el protocolo británico por razones de parentesco. Aún así, no hay duda de que políticamente es un feo al gobierno español, que ha intentado blindar a la Corona a medida que se han ido revelando los escándalos que han salpicado al emérito, y a la propia institución que encabeza Felipe, que también ha tratado de levantar un cortafuegos. Uno de los momentos más calculados –pero hay que preguntarse si inteligente– tuvo lugar el día después de que el gobierno español decretara el estado de alarma por la pandemia, el 15 de marzo del 2020, cuando el rey Felipe, con una carta pública, renunció a la herencia del padre y comunicó que le retiraba la asignación que recibía.

El hecho de que, además, Juan Carlos I tenga pendiente un juicio civil en Londres por presunto acoso contra su examante, la empresaria y comisionista Corinna zu Sayn-Wittgenstein, es otro sapo que se tiene que tragar la Zarzuela y, de paso, también la Moncloa.

Bajo la alfombra de dolor

Las penetrantes cuestiones alrededor de la figura del rey emérito contrastan con el relativo poco impacto de los escándalos de la monarquía británica, barridos bajo la alfombra de dolor y de luto por decreto de la que se ha empapado casi todo el Reino Unido por la muerte de Isabel II. Aunque brevemente, el tercer hijo de la reina, el príncipe Andrés, ha reaparecido este sábado, vestido de militar, en el velatorio. Esto ha levantado la protesta de las presuntas víctimas del pederasta convicto Jeffrey Epstein, amigo de Andrés durante más de dos décadas. El príncipe fue desposeído de todas sus funciones de representación de la Corona por la acusación de violación y abusos a una chica cuando tenía 17 años (1981), a la que había conocido en una de las fiestas del multimillonario norteamericano.

Otro rehabilitado momentáneo, al que también se ha permitido vestir de militar ante el ataúd de la abuela, ha sido el díscolo príncipe Enrique, miembro liberado de los royals, como su mujer, Meghan Markle, desde que renunciaron a continuar trabajando para la Firma –como denomina a la Corona la prensa británica– en enero del 2020.

La gran operación de estado que se ha puesto en marcha para despedir a Isabel II incluso ha comportado el espejismo de contribuir a aparcar las diferencias entre los príncipes Guillermo y Enrique y Kate Middleton y Meghan Markle. Sea real o no la tregua –el Times la calificaba este domingo de "helada"–, la coreografía de los últimos días sí puede sugerir, también, que el sentimiento de familia, unida por el interés económico, está por encima de otras discrepancias.

Según han publicado los últimos días tanto el Financial Times como el Times, la monarquía y sus instituciones –The Crown Estate, el ducado de Cornualles y el de Lancaster– son lo más parecido que puede haber a una enorme corporación financiera, con valores que llegan alrededor de los 20.000 millones de libras esterlinas.

Pero nada afecta a la devoción de los británicos –o de muchos británicos– por la monarquía. En total, según encuestas hechas públicas inmediatamente después de la muerte de Isabel II, el 62% de los ciudadanos la apoyan. Ahora bien, entre la población más joven, de 18 a 24 años, el nivel de entusiasmo solo es del 33%.

La buena salud de hierro de los Windsor ha vivido episodios destacados de relaciones públicas los últimos diez días, con la aparición en público, intercambiando saludos con los asistentes a la ya famosa cola o a las puertas del Palacio de Buckingham, tanto del rey Carlos III como de la reina consorte y el príncipe de Gales.

Las cifras de los fieles que habrán pasado por Westminster Hall hablan por sí solas. Se calcula que cuando este lunes, a las 6.30 de la mañana, se cierre la capilla ardiente, habrán sido no menos de 850.000 personas. Y a los diferentes actos de despedida que vivirá tanto el centro de Londres como Windsor, hasta el entierro al atardecer, se podrían reunir un millón de personas.

Ciudadanos londinenses presentando sus respetos ante el ataúd de la reina Isabel II.

El 19 de septiembre de 2022 se pone el punto final no ya al siglo XX y a una parte del XXI en el Reino Unido, sino también al XIX, el del imperio que ya no lo es. Que por fin se den cuenta de ello los británicos es otra historia: tanta pompa y circunstancia, y los precisos e imprescindibles desfiles militares ante medio mundo, incluidos unos 70 jefes de estado y hasta 430 dignatarios más, quizás se lo impiden. No en balde, el presidente de la Cámara de los Comunes, Lindsay Hoyle, ha soltado este domingo a la BBC unas palabras que indican el enorme tamaño de la burbuja en la que viven las islas desde que el 8 de septiembre decidieron congelar el tiempo: "No tendríamos que permitir que nada eclipse el acontecimiento más grande que el mundo verá nunca: el funeral de su majestad, y su muerte".

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