¿Por qué sale tan barato insultar a los líderes europeos?
En ruso, подсвинки (podsvinki) significa cerditos, marranets, lechones. Es el apelativo que el miércoles utilizó al presidente Vladimir Putin para referirse a los líderes de la Unión Europea. La frase, vuelta a leer, asusta y señala el tono del mundo de hoy: "Todo el mundo pensaba que destruirían a Rusia rápidamente y los cerditos europeos se unieron con la esperanza de beneficiarse del colapso de nuestro país, recuperar algo perdido en periodos anteriores e intentar vengarse".
10.100 kilómetros al oeste, en la mesa rusificada de la Casa Blanca, Trump confesaba la semana pasada en una entrevista en Politico la imagen que tiene de Europa. La frase, vuelta a leer, también asusta: "Un grupo de naciones en decadencia lideradas por personas débiles que quieren ser demasiado políticamente correctas".
No es la primera vez que Putin y Trump, a quienes une –entre tantas otras cosas– un recelo profundo hacia la Unión Europea y su significado, dedican improperios a los mandatarios del club comunitario. Son ataques de distinta naturaleza. Los del ruso pueden incluso entrar dentro de la lógica política: provienen de un líder al que Bruselas ha declarado públicamente como amenaza, y por tanto rival, desde que invadió por tierra, mar y aire Ucrania. Los del estadounidense deberían ser desconcertantes: provienen del aliado más importante de Europa, garante de su seguridad, y son la muestra más palpable de cómo el mundo que nos rodea ha cambiado de forma decisiva y probablemente irreversible.
Todo ello es una buena metáfora del momento de reto existencial que vivimos los europeos: ¿en qué puede derivar, en Europa, la pinza imprevisible que supone el binomio Trump-Putin? ¿Es la autonomía estratégica la única vía para sobrevivir? ¿La jungla de la que Josep Borrell alertaba –quizás no de la forma más cuidadosa– ¿existe de verdad? ¿Hasta qué punto Europa está preparada para andar sin la mano del hermano mayor estadounidense? ¿Resistiría el proyecto europeo a gobiernos de extrema derecha en Alemania y en Francia tal y como anticipan las encuestas?
Leía la semana pasada un artículo de los politólogos Robert E. Kelly y Paul Poast en el portal Foreign Affairs en la que formulaban otra pregunta primordial: "¿Cuánto abuso de poder están dispuestos a soportar a los aliados de Estados Unidos?" Miraban hacia Europa.
Hasta ahora, los mandatarios de la UE han optado desacomplejadamente por la política de la genuflexión frente a la Casa Blanca. En todas las cancillerías se han hecho cursos expreso en la diplomacia de no enfadar a Trump, de enjabonarlo, y de recrearle las orejas con sólo lo que quiere oír. Mark Rutte, en calidad de secretario general de la OTAN, ha sacado matrícula de honor en casi todas las asignaturas. La foto del verano de Trump instruyendo a los líderes europeos y Zelenski en el Despacho Oval o la imagen de los pulgares arriba en Escocia tras el pacto comercial de la vergüenza son poesía gráfica para el líder republicano.
Las muestras de desprecio de la Casa Blanca han ido en aumento –la publicación de la Estrategia de Seguridad Nacional 2025 es una bofetada mayúscula– y la pregunta de Kelly y de Poast gana urgencia: ¿hasta cuándo Europa se quedará callada ante los ataques de Trump? ¿Los valores europeos quedan comprometidos por esta no reacción? Desde algunos espacios políticos –todavía mínimos– se pide a la carta a los Reyes una posición más contundente de los Veintisiete contra las faltas de respeto de la administración estadounidense. Es un ruego razonable, teniendo en cuenta que cada humillación de Washington erosiona la salud democrática del continente y da alas a la extrema derecha aliada de Trump, peligrosos caballos de Troya en territorio comunitario.
Sin embargo, hoy en día en las capitales, impera la tesis de que la UE no tiene todavía suficiente fuerza para cambiar el tono ante EEUU. También impera la convicción de que la reacción de Trump, en un momento altamente decisivo y delicado, sería catastrófica para los intereses del continente. Al menos es el discurso que difunden de puertas afuera. Hay constancia de que el discurso de voces relevantes europeas es diferente cuando no hay micrófonos cercanos. Quizá vemos un cambio de discurso público después de Navidad, a la espera, sobre todo, de un supuesto desenlace en Ucrania.
De momento, y pese al pesimismo instaurado en Europa, queda la ironía. Como la que un manifestante de Londres utilizó en la foto que encabeza este artículo. O, más fina, como la que utilizaba el presidente del Consejo Europeo, António Costa –una de las voces que, sin embargo, intentan evocar a menudo el orgullo europeo–, para contestar a la nueva estrategia de seguridad de la Casa Blanca: "Si Europa no es fuerte, ¿por qué tantas personas intentan hundirla?"