Johnson ningunea a Macron y se acerca más a Biden

El 'premier' pide al presidente francés que "se tranquilice" y que le dé "un respiro"

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Emmanuel Macron y Boris Johnson, en los momentos previos al encuentro bilateral que han mantenido este sábado en Cornualles, en la cumbre del G7

LondresBoris Johnson era uno de los grandes o quizás uno de los pocos amigos de Donald Trump mientras el magnate fue el presidente de los Estados Unidos. Lo demostró durante la cumbre del G-7 en Biarritz, en agosto de 2019. Apenas dos meses después de llegar a Downing Street, el primer ministro británico perseguía un rápido pacto comercial con el amigo norteamericano que le resolviera una parte de los problemas derivados de un Brexit siempre incierto. De hecho, el pacto comercial con los Estados Unidos era la guinda del pastel que suponía liberarse del yugo de Bruselas. Pero las esperanzas o insinuaciones que Trump dio al primer ministro de una vía rápida para el acuerdo comercial bilateral quedaron frustradas con la victoria de Joe Biden.

Pero el premier se ha encontrado finalmente este martes en la Casa Blanca y se ha impuesto el realismo. No habrá, de momento, ningún acuerdo de libre comercio. Ha habido un primer paso, o al menos así es como lo ha querido vender Downing Street. Los Estados Unidos han puesto fin a la prohibición de 22 años de las exportaciones de cordero desde el Reino Unido. Poco más que un gesto de buena voluntad que todavía tiene que superar la prueba de la letra pequeña. Con todo, Johnson no ha evitado lanzar las campanas al vuelo. Lo ha resumido en estos términos: "Lo que queremos ahora es dar pasos pequeños y concretos para aumentar y hacer crecer la cantidad de comercio [entre los dos países]. La administración Biden no está haciendo acuerdos de libre comercio ahora mismo, a pesar de que tengo mucha confianza en que es posible un gran pacto". Johnson, pues, ha viajado a los Estados Unidos con más voluntad que razones de peso para quedar satisfecho.

Viejas disputas

La visita de Johnson, la primera en los Estados Unidos desde que el Brexit entró en vigor, el 31 de diciembre, ha tenido lugar una semana después de que Washington, Londres y Canberra establecieran un pacto de seguridad –el llamado Aukus deal– que quiere ser, a la vez, un dique de contención ante China y su influencia en la zona del Índico-Pacífico. La Guerra Fría del siglo XX parece que se ha trasladado en esta zona y Australia, los Estados Unidos y el Reino Unido han firmado un acuerdo para desarrollar y desplegar submarinos nucleares, añadiendo presencia militar occidental.

Pero el pacto ha levantado viejas disputas. En este caso con París, que ha visto cómo Australia se ha desdicho de sacar adelante un convenio para construir también submarinos, pero de propulsión diésel. Emmanuel Macron ha perdido un pedido de 56.000 millones de euros. El revés también afecta a su prestigio interno cuando faltan nueve meses para las elecciones. Y Macron no se ha quedado de brazos cruzados. La semana pasada, París llamó a consultas a los embajadores en los Estados Unidos y Australia a raíz del Aukus. No hizo lo mismo con el jefe de la legación diplomática en Londres, pero el actual nivel de relaciones entre los dos países es muy bajo.

El ministro de Asuntos Extranjeros francés, Jean-Yves Le Drian, calificó de “puñalada por la espalda” la decisión y ha amenazado con parar las negociaciones sobre el protocolo norirlandés del Brexit, que la Unión Europea (UE) y el Reino Unido llevan a cabo desde la primavera para pulir los aspectos del pacto que no gustan nada ni en Londres ni a los unionistas de Belfast. Francia ha pedido la solidaridad europea para hacerle frente y, por lo tanto, repensarlo.

Rifirrafes históricos

Los rifirrafes entre Londres y París –y de paso Washington– no son nuevos. Se remontan, poco más o menos, a la Guerra de Independencia de las Trece Colonias, cuando el entonces rey de Francia, Luís XVI, nada amigo de la libertad de los pueblos, apoyó a los rebeldes de los entonces nacientes Estados Unidos de Norteamérica con la intención evidente de perjudicar al rey de Inglaterra, Jorge III, que perdía irremediablemente las posesiones norteamericanas. Históricamente, los choques se han ido repitiendo. El general De Gaulle, por ejemplo, nunca perdonó que los Estados Unidos dejaran a Francia en la estacada militarmente en el momento de la crisis del Canal de Suez (1956), una aventura franco-británica que, sin el concurso de Washington, acabó en desastre.

Ha sido en medio de todo este contexto cuando este miércoles Boris Johnson ha dedicado una nueva salida de tono diplomática al presidente francés. "Es hora de que algunos de nuestros amigos más queridos [en relación a Francia] se tranquilicen y me den un respiro", ha dicho Johnson, que ha puesto énfasis en las virtudes del acuerdo con los Estados Unidos y Australia: "Esto es fundamentalmente un gran adelanto hacia la seguridad mundial, con tres aliados muy afines que colaboran codo a codo. No es exclusivo, no intenta dejar fuera a nadie. Por ejemplo, no es contrario a China. Me cuesta mucho verle algo que no me guste", ha asegurado. La interpretación no es la misma que hacen París ni Pekín, obviamente.

Una vez más se hace patente la sentencia de Lord Palmerston, primer ministro de la Corona en dos periodos a lo largo del siglo XIX: "No tenemos aliados eternos y no tenemos enemigos perpetuos. Nuestros intereses son eternos y perpetuos, y es una obligación conservar estos intereses". La gran diferencia entre el siglo XIX y el XXI es que ahora Londres va a remolque de Washington, y Washington también está preocupado por los movimientos de Londres en relación con el protocolo norirlandés y la afectación que pueda tener en el proceso de paz en Irlanda.

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