BarcelonaNo ha habido sorpresa en Portugal. De hecho, nadie lo esperaba. El carismático presidente Marcelo Rebelo de Sousa, y candidato a la reelección, es el ganador de las presidenciales que este domingo se han celebrado en el país europeo. Marcelo –como lo denominan la mayoría de portugueses– ocupará el cargo durante cinco años más después de conseguir cerca del 61% de los votos y evitar así una segunda vuelta. Los altos índices de popularidad que tiene el mandatario desde que llegó a la presidencia en 2016 han sido tan evidentes que todo el mundo daba por hecho su triunfo.
Con el ganador aparentemente cantado, pues, había dos grandes incógnitas. La primera, si André Ventura, el candidato de Chega! [¡Basta!], el partido de extrema derecha portugués, se convertiría en la segunda fuerza más votada. Sin complejos a la hora de invocar el discurso polarizador –también el del racismo, la xenofobia y, siguiendo la línea otros populismos mundiales, el de minimizar el riesgo del covid-19–, Ventura se ha erigido como la gran sorpresa de esta carrera presidencial hasta el punto de que los sondeos le daban serias posibilidades de conseguir la segunda posición. Finalmente, y después de un intenso roce con la exeurodiputada socialista Ana Gomes, no ha sido así. Gomes, muy crítica con la gestión del primer ministro António Costa, conseguía cerca de un 12,97% de las papeletas, ante un 11,91% para Ventura. El margen, sin embargo, ha sido tan y tan estrecho que nadie puede dudar de que la extrema derecha ha aterrizado con fuerza en Portugal.
Mientras, la otra gran incógnita de la jornada era la abstención. A pesar de que históricamente los índices de participación electoral en el país no son especialmente altos, se temía que la delicada situación pandémica dejara cifras históricas. Y así fue: un 60,5%, un registre récord. El más alto, de hecho, desde el final de la dictadura militar. En 2011, por ejemplo, la abstención fue del 53%. En las del 2016, cuando precisamente fue elegido el propio Rebelo de Sousa, fue del 51%.
La pandemia, desbordada
Y es que el llamamiento a las urnas llegaba en el peor momento de la pandemia en Portugal: esta semana se convertía en el país del mundo con más muertes por millón de habitantes. Y justamente el domingo se superaba un nuevo récord de defunciones: 275 en las últimas veinticuatro horas. Con los centros sanitarios colapsados, en Lisboa se han abierto dos hospitales de campaña y en las puertas del hospital central, el de Santa Maria, se podían ver en los últimos días largas colas de ambulancias con pacientes críticos. La variante británica, el nuevo quebradero de cabeza de toda Europa porque se considera mucho más contagiosa, tiene una prevalencia del 20% en el país y estaría detrás del crecimiento drástico de contagios en las últimas semanas. En los últimos días, el número de contagios diarios ha superado la barrera de los 15.000.
Con un país prácticamente cerrado, las restricciones de movimiento se han roto solo para salir a votar. Los ciudadanos tenían que ir a los colegios con mascarilla, respetando la distancia de seguridad, con las manos desinfectadas y, si era posible, llevando su propio bolígrafo de casa. Los positivos por covid-19 o aquellos que estaban haciendo cuarentena no podían votar presencialmente.
“Gracias por estar aquí”, decía ayer a los miembros de una mesa electoral de Lisboa Lourenço, un votante, en referencia a la grave situación sanitaria. “Gracias a usted por participar”, le contestaba, según la agencia Efe, la vicepresidenta de la mesa, Cristina Oliveira.
El presidente de los 'selfies'
En Portugal nadie duda de la popularidad sin excusas del presidente Marcelo Rebelo de Sousa. La simpatía que genera entre la población es tan elevada que incluso ha sido objeto de estudio en las facultades de ciencia política del país. La profesora de la Facultad de Letras de la Universidad de Oporto Sandra Sá Couto estudió hace unos meses el fenómeno en su tesis doctoral 'El presidente-celebridad'. Como periodista, Sá Couto había cubierto las campañas electorales desde el 2001, pero solo en la campaña de Rebelo de Sousa para los comicios del 2016 detectó que había algo nuevo. Marcelo nunca quiso ser un político convencional. Muy pronto renunció a la maquinaria partidista, a las banderas y las pancartas, incluso en los mítines, y optó por salir a la calle para hablar con la gente y abrazarla. Se convirtió en el candidato de los abrazos para, a partir de 2016, convertirse en el presidente de los abrazos.
El día que fue investido llegó caminando hasta el Parlamento. Desde un principio, renunció a vivir en la sede presidencial para seguir viviendo donde lo hacía antes de ocupar el cargo, en la ciudad de Cascais, a unos 30 kilómetros de Lisboa. En las playas de esta localidad se baña prácticamente cada día, haga calor o frío. A menudo, cuando sale del agua y se seca en la arena, se le acercan jóvenes y le piden un selfie. Él lo acepta. En Portugal se hace broma y se dice que todo el mundo debe de tener ya una foto con el presidente Marcelo.
El pasado mes de mayo, en plena pandemia, hubo una foto que corrió como la pólvora por las redes sociales. Vestido con bermudas, zapatos deportivos y carro de la compra en mano, Marcelo Rebelo de Sousa hacía cola esperando que lo atendieran en el cajero de un supermercado de la ciudad de Cascais. La cotidianidad de la imagen sorprendió a más de uno, acostumbrados al hermetismo y la inaccesibilidad que a menudo acompaña el día a día de los mandatarios. Pero, en Portugal, la escena no sorprendió tanto.