Más de tres meses después de el inicio de la guerra de Gaza el 7 de octubre, el primer ministro Benjamin Netanyahu vive los momentos más comprometidos de su larga carrera política, con una situación bastante delicada en los frentes interno, de su ejecutivo, y externo, de la política exterior en relación con Estados Unidos.
Dentro del gobierno mantiene notables discrepancias con los dos ministros que dejaron a la oposición para entrar en el gabinete de guerra restringido que asume todas las decisiones militares. Benny Gantz y Gadi Eizenkot discrepan claramente del primer ministro en el enfoque que debe darse a la guerra a partir de ahora y, en especial, en relación con el futuro de los 136 rehenes en poder de Hamás y otras milicias palestinas de Gaza.
Gantz y Eizenkot son partidarios de liberar a todos los palestinos que hay en las cárceles israelíes a cambio de los rehenes, y cuanto antes se haga, mejor, una demanda similar a la de los familiares de los rehenes, que protestan todos los días y que es popular sólo entre una parte de la población judía. Como las familias, Eizenkot y Gantz argumentan que si el intercambio no se hace pronto, poco a poco irán muriendo los rehenes, como ya está ocurriendo.
Netanyahu se opone al intercambio de prisioneros. Su razonamiento es que es necesario continuar la ofensiva de Gaza hasta conseguir su liberación y no al revés. Argumenta que a Israel no le interesa soltar a los palestinos porque eso sería reforzar a Hamás. El ejemplo más notorio es el del máximo dirigente de Hamás en Gaza, Yahiya Sinwar, que fue liberado en el último intercambio de prisioneros que se hizo y una vez liberado se convirtió en el mayor enemigo de Israel.
Por eso, el domingo Netanyahu rechazó el último ofrecimiento de Hamás. Los islamistas proponían un intercambio completo de prisioneros, el fin de la guerra y garantías en el sentido de que Hamás podría seguir gobernando la franja de Gaza, como ha venido haciendo desde el año 2007, además de garantías de inmunidad para los líderes islamistas.
La oposición israelí cree que Netanyahu no quiere acabar la guerra porque tiene miedo a la investigación que se abrirá al día siguiente del fin del conflicto. Como máximo representante de Israel en los últimos años, Netanyahu tendrá que asumir una parte considerable de la responsabilidad por el ataque del 7 de octubre, aunque la investigación puede alargarse años.
Netanyahu ya tiene en marcha un juicio por corrupción. Este juicio se ha detenido temporalmente a causa de la guerra, pero se reanudará cuando acaben las hostilidades. De todas formas, no acabará pronto. La duración dependerá en gran medida de la estrategia de los abogados de Netanyahu, que hasta ahora consiste en aplazar la vista oral lo máximo posible; por tanto, nadie sabe cuánto durará, aunque se estima que al ritmo actual también durará algunos años.
Pérdida de apoyo popular
Mientras todo esto está ocurriendo, las encuestas muestran que Netanyahu pierde apoyo popular. Una parte importante de la población considera que el primer ministro es el máximo responsable del desastre del 7 de octubre y, en su mayoría, apoyan más a los partidos de la oposición que a los de la coalición de gobierno.
A pesar de ésta tendencia, es difícil creer que la oposición popular derribe a Netanyahu, aunque no debe descartarse completamente esta posibilidad. El primer ministro sigue teniendo la adhesión del Parlamento y eso no ha cambiado en absoluto con el progreso de la guerra.
En el exterior del país todos los ojos miran hacia Estados Unidos. La semana pasada Netanyahu habló por teléfono con el presidente Joe Biden después de 27 días sin comunicarse ambos, lo que demuestra que existen tensiones entre ambos mandatarios. Biden defiende la creación de un estado palestino, una posición que Netanyahu rechaza sin contemplaciones.
Sin embargo, hay un factor crucial en cuanto a la actitud de Biden: dentro de nueve meses los americanos irán a las urnas. Esto significa que si el presidente quiere ganar las elecciones de noviembre, no puede arriesgarse en una cuestión tan sensible como Israel y que suscita tantas pasiones en Estados Unidos. Sus declaraciones favorables a ambos estados deben interpretarse más como una concesión verbal a los votantes demócratas progresistas que como una determinación definitiva del presidente en ese sentido. Por tanto, la debilidad de Netanyahu es más concreta en el interior que en el exterior.