El presidente turco Recep Tayyip Erdogan es, junto a Benjamin Netanyahu, un personaje clave en todo lo que está sucediendo en Siria y en todo lo que puede convertirse en el futuro de este país. Ambos se disputan extender la zona de influencia política y militar hacia una Siria totalmente destrozada y que necesitará muchos años para levantar cabeza, en el mejor de los casos.
Una posibilidad es que Siria camine hacia la partición, una situación interesante para Netanyahu, pero que Erdogan rechaza frontalmente. De hecho, el presidente turco ya ha empezado las hostilidades contra los kurdos del norte, a los que acusa con razón de colaborar con los kurdos del PKK, que busca la independencia de Ankara para el Kurdistán turco.
Desde hace años los kurdos de Siria cuentan con el apoyo de Estados Unidos, y más o menos directamente con el apoyo de Israel. Los americanos disponen de cientos de soldados en esta región y se aprovecharon de los kurdos sirios para combatir a los yihadistas del Estado Islámico, una fuerza moribunda que no se pudo rematar hasta el día de hoy.
Una partición de Siria beneficiaría sobre todo a Israel, pero no parece viable en estos momentos, porque Erdogan se opone frontalmente. Dividir el país entre los kurdos del noreste, los alauíes del oeste, los drusos del sur y el resto de sunís no parece ser una jugada maestra para el futuro de la región y su estabilidad a corto y medio plazo.
La idea de Erdogan es constituir un estado pluriétnico parecido a la Siria de Bashar el Asad pero unificado bajo un gobierno islamista relativamente moderado, similar al de Turquía. La cuestión es que esta idea choca con los intereses de Netanyahu, y el resto de países suníes de la región, ya que existe una aversión general y compartida hacia el islam político, como quedó claro con el gobierno transitorio de los Hermanos Musulmanes en Egipto.
Es cierto que hay un segundo país que está en la línea de Erdogan: Qatar. Este emirato es el único país árabe que apoya al islam político, y de hecho ha sido uno de los primeros en reabrir la embajada en Damasco. Turquía y Qatar sacan adelante esta guerra con objetivos compartidos, pese a la resistencia del resto de países árabes e Israel.
No se puede descartar que en un primer momento la historia dé a Siria una segunda oportunidad de aplicar el islam político, pero si es así, será temporal, como lo fue en Egipto. Los países árabes e Israel contemplan al islam político como una amenaza existencial, porque es una alternativa a los regímenes autoritarios de la región. El presidente Donald Trump aún no se ha manifestado con claridad frente a este fenómeno, pero es muy probable que establezca una alianza con Israel y sus aliados.
En Damasco y otras ciudades sirias, la libra turca se ha convertido en moneda de referencia, y se utiliza en las transacciones ordinarias, una indicación de la fuerza de Ankara. Pero ahora estamos sólo al inicio de un proceso que no sabemos a dónde va a conducir. Israel ya ha dado sus primeros pasos dentro de Siria enviando su ejército, y junto con los países suníes jugará sus cartas contrarias al establecimiento del islam político. Su objetivo es una Siria que, dividida o no, reconozca expresa o tácitamente la presencia israelí en el Golán ocupado en la guerra de 1967.