Cuando se han cumplido siete meses de la guerra de Gaza, nadie sabe hasta dónde se ha propuesto llegar Benjamin Netanyahu. Algunos piensan que mantendrá la ofensiva del ejército hasta que tenga alguna esperanza para el día después de su carrera política, una perspectiva que a día de hoy no parece existir o tiene un horizonte bastante incierto.
Desde el inicio de la ofensiva, el primer ministro ha mantenido que la presión militar era necesaria para recuperar a los 132 rehenes que desde el 7 de octubre han quedado en manos de los palestinos de la Franja, especialmente de Hamás, pero un mes tras otro, los soldados han avanzado hacia el sur y solo una parte de los rehenes han sido liberados.
Netanyahu utiliza para la ciudad de Rafah el mismo argumento que para toda la Franja, y Rafah es el último reducto que los israelíes todavía no han ocupado. En esta ciudad fronteriza con Egipto hay más de un millón de refugiados, es decir, en torno a la mitad de la población total de la Franja; palestinos de toda condición que huyeron de los bombardeos sistemáticos de los últimos meses.
Netanyahu juega fuerte sus cartas ofensivas, la única opción que tiene encima de la mesa. Dice que la caída de Rafah es necesaria para que Hamás se avenga a liberar a más rehenes, entre ellos un buen grupo de soldados. Por lo que se está viendo, a Netanyahu no le preocupa nada más, como lo prueba el elevado número de rehenes fallecidos a consecuencia de los bombardeos indiscriminados.
¿Logrará la ofensiva contra Rafah liberar al resto de los rehenes? La respuesta recae, en primer lugar, en la actitud que el primer ministro aplique a la mesa de negociaciones con Hamás, es decir, será en función de su flexibilidad, y no tanto de lo que ha argumentado durante los meses pasados ante la opinión pública israelí.
Nadie parece saber dónde están los rehenes. Naturalmente, pueden estar en Rafah, todos o una parte de ellos, pero también pueden estar en otra zona de la Franja, o incluso en Egipto. Si están ahí, en Rafah, la ofensiva puede ser contraproducente porque podrían morir algunos o todos en los bombardeos.
No serían los primeros en morir víctimas de las bombas israelíes, pero eso parece no preocuparle mucho a Netanyahu. Los familiares de los rehenes se manifiestan cada día en Tel Aviv y Jerusalén, porque cada día que pasa su supervivencia es más difícil, pero no son unas manifestaciones muy multitudinarias, lo que indica que el conjunto de la población tiene una actitud ambigua.
La táctica de Netanyahu tampoco se detiene frente a Joe Biden. El presidente de Estados Unidos ha enviado señales pidiendo un fin de la guerra durante meses, pero Netanyahu ha pasado de estas señales. Biden está ya inmerso en la campaña para las elecciones de noviembre y una parte del electorado demócrata es sensible a lo que muchos consideran un genocidio.
Un enfrentamiento directo con Netanyahu sería negativo para su campaña, por lo que a Biden le gustaría resolver el conflicto rápidamente. El problema es que el primer ministro tiene una agenda distinta, solo considera su propia situación, que ciertamente es delicada, pero no la también delicada situación de Biden. Las posibilidades de que Biden opte por un enfrentamiento directo con Netanyahu son reducidas, pero crecerán a medida que se aproximen las elecciones de noviembre.