Estados Unidos

La policía del Capitolio culpa a la Inteligencia de no prever el asalto al Congreso

Primera audiencia en el Senado de los responsables de la seguridad el 6 de enero

Steven Sund, ninguno de la policía del Capitolio, en su comparecencia sobre el asalto ante el Senado .
3 min

Falló la Inteligencia, falló la reacción durante el ataque y falló la preparación de los agentes. A tenor de las declaraciones en la primera de las audiencias en el Senado sobre lo acontecido el día 6 de enero, se puede concluir que todo lo que pudo salir mal, salió mal. Aparentemente solo la fortuna y la heroica evitó una tragedia mayor. El ataque causó la muerte de cinco personas, una de ellas un agente de la policía del Capitolio. Dos de sus compañeros se suicidaron días después. Aunque el de ayer es solo el primer movimiento del Congreso para completar el puzle de lo que aconteció durante el asalto de una turba de seguidores de Donald Trump, lo cierto es que lo sucedido “ha expuesto las debilidades en la seguridad de la ciudad más segura del país”, según declaró el jefe de la policía de Washington, Robert Contee.

Contee es el único de los testigos que participaron en la sesión conjunta de dos comités del Senado que todavía conserva su puesto. Tanto Steven Sund, jefe de la policía del Capitolio, como Michael Stenger y Paul Irving, sargentos de armas del Senado y la Cámara de Representantes, respectivamente, dimitieron tras el asalto. Sus testimonios sirvieron para apuntalar la percepción de que fallaron los servicios de Inteligencia y, por lo tanto, la previsión. De su relato se desprende también que la coordinación de la respuesta durante el ataque no fue la deseable y que la policía del Congreso no está ni equipada ni formada para intervenir en este tipo de altercados. 

Los tres coincidieron en señalar que el ataque estaba preparado y que quienes participaron en él fueron grupos extremistas de supremacistas blancos. Su diagnóstico salpicó al Pentágono, cuya orden de desplegar a efectivos de la Guardia Nacional llegó demasiado tarde y cuyo papel se evaluará en futuras sesiones.

Steven Sund apuntó hacia los servicios de Inteligencia. “Ninguno de los informes que recibimos predijo lo que pasó”, dijo el ex-jefe de la policía del Capitolio. “Habíamos planificado la posibilidad de violencia, la posibilidad de que algunas personas estuvieran armadas, pero no [estábamos preparados] para la posibilidad de un ataque coordinado de estilo militar que involucrara a miles”, subrayó. Paul Irving, responsable de la seguridad de la Cámara de Representantes, añadió que en un informe del mismo día 6 se apuntaba que “el potencial de desobediencia civil y arrestos es tan remoto como improbable”.

Sin embargo, el día anterior al asalto, una de las delegaciones del FBI en Virginia había transmitido a la de Washington un informe en el que se advertía que había grupos de extremistas que amenazaban con una “guerra” en Washington. Sund, sin embargo, aseguró que no tuvo noticia de aquel informe hasta después del ataque y que haberlo recibido “hubiera sido de ayuda”. Según Robert Contee, “la Inteligencia no llegó adonde tenía que llegar”.

Pero donde divergen los relatos es en cómo fue la reacción de los responsables de la seguridad del Capitolio, en especial en lo que se refiere a la solicitud de ayuda al Pentágono para que desplegara a la Guardia Nacional cuando parecía claro que la turba superaba la capacidad defensiva desplegada. Steven Sund explicó que necesitaba el permiso de los dos sargentos de armas para poder solicitar el despliegue. Sund aseguró que tardó una hora en recibir la confirmación, mientras que según Paul Irving fue cuestión de minutos.

Más llamativo, sin embargo, fue el apunte que hizo Contee, que describió haberse quedado “anonadado” por la respuesta que recibieron del Pentágono cuando se les pidió el despliegue de la Guardia Nacional. Según el jefe de la policía de Washington, altos cargos del Pentágono parecían más preocupados por la “óptica”, por la imagen de soldados en los terrenos del Capitolio. “Yo tenía agentes que literalmente estaban luchando por su vida”, explicó Robert Contee, y mientras los cargos del ejército “hacían el mínimo esfuerzo”.

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