Los refugiados afganos atrapados en la frontera de Pakistán

Miles de personas hacen cola para entrar en el país, pero la mayoría no lo consiguen porque la entrada está muy restringida

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El Rafidul·lah, que acaba de huir del Afganistán, observa el paso fronterizo que lo ha traído al Pakistán.

Khyber Pakhtunkhwa (Pakistán)Su vieja máquina de coser Singer es lo único que le queda de Kabul. Durante más de una década Rafidulah ha estado trabajando como sastre en un pequeño taller de costura, donde también vivía para ahorrarse dinero y podérselos enviar a su familia, que vive refugiada en la localidad de Jamrud, en las zonas tribales de Pakistán. Hace unos años se llevó a su hermano pequeño para que lo ayudara en el taller. En sus idas y venidas a Pakistán tuvo dos hijos con su mujer. El pequeño Nuraldin nació hace una semana y esto es lo que más le empujó a volver a Pakistán, a pesar de que tuvo que dejar atrás a su hermano. Rafidulah tenía miedo de que los talibanes y las autoridades paquistaníes impidieran entrar en Pakistán a los refugiados afganos que querían abandonar el país. Los dos hermanos llegaron al paso fronterizo de Torkham, pero solo pudo cruzarlo Rafidulah. “Yo tenía el visado en regla pero el de mi hermano había caducado. Es menor de edad, se tenía que quedar solo. Supliqué a los guardias de la frontera que le dejaran pasar e incluso tuve que sobornar a los talibanes, pero solo me dejaron pasar a mí", explica.

Rafidulah consiguió llegar al campo un día antes del nacimiento de su segundo hijo. Ahora ha vuelto a la casa familiar donde viven desde hace más de cuarenta años, como tantos otros miles de afganos que huyeron de la invasión soviética de Afganistán, del ascenso del primer régimen talibán y de la invasión de Estados Unidos y se instalaron en el vecino Pakistán. Este país es el hogar de más de un millón y medio de refugiados afganos registrados, a pesar de que extraoficialmente se calcula que debe de haber unos tres millones. Rafidulah está preocupado por el futuro de su familia. Aquí, en Pakistán, no tiene trabajo, y por eso había ido a trabajar a Kabul: "Primer quiero traer aquí a mi hermano y después no lo sé, me gustaría emigrar a Europa. Somos refugiados y tenemos muy pocas oportunidades en Pakistán”. Los refugiados afganos viven siempre con el miedo de ser deportados. No tienen derecho a la educación o a la sanidad pública y están expuestos a la explotación laboral como mano de obra barata.

Más controles que nunca

Pakistán ha impuesto restricciones severas para contener el paso irregular de gente desde Afganistán, porque no quiere tener que hacer frente a una nueva crisis de refugiados. A pocos metros del Emirato Islámico de Afganistán, el paso de Torkham continúa abierto, pero son pocas las personas y los camiones que lo cruzan ahora mismo. Este límite fronterizo internacional ha sido durante mucho tiempo el más transitado entre los dos países. Pero desde que los talibanes recuperaron el control de Afganistán, apenas pasan una media de 40 o 50 personas al día, mientras que antes se registraban entre 7.000 y 8.000. Se debe al hecho de que las autoridades exigen a los afganos tener visado y permiso de residencia en Pakistán, lo cual es complicado para muchos de los que quieren pasar estos días. "Somos refugiados afganos. Nunca antes nos habían puesto tantas restricciones para entrar o salir de Pakistán. Hay gente que lo necesita para recibir tratamiento médico, es una cuestión humanitaria", lamenta Safdar Ali, mientras espera en la larga cola formada a la entrada de la oficina de registro NADRA, en la frontera.

Otro afgano que quiere reunirse con sus familiares en Pakistán se queja de que "no dejan cruzar a casi nadie porque no quieren que se vea que la gente huye de Afganistán". Pero la versión oficial es que "la frontera está abierta y que funciona con normalidad". "Hacemos controles rutinarios por cuestiones de seguridad. Los afganos que tienen todos los papeles en orden pueden entrar y los que no, pues no entran", dice secamente el coronel Hamid.

Un hombre mostrando la documentación a un agente de seguridad al paso fronterizo de Torkham, entre Afganistán y Pakistán, la semana pasada

El tránsito de mercancías también ha sufrido retrasos. En la sinuosa carretera del desfiladero de Khiber hay filas de camiones parados. Allí nos encontramos con Nasiruldin, resguardándose a la sombra de su camión. "Hace más de quince años que transporto mercancías a los dos lados de la frontera. Ahora es imposible. Un oficial viene para revisar las mercancías, después te piden papeles y te llevan a otro lado. Y todo eso puede durar horas o días", se queja.

Emergencia humanitaria

Con el aeropuerto de Kabul casi paralizado, las fronteras terrestres son la única alternativa que tiene Afganistán para poder recibir bienes de primera necesidad y la tan necesitada ayuda humanitaria para los más de 3,5 millones de personas desplazadas dentro del país debido al conflicto, a las cuales hay que sumar el cerca de medio millón más que se han visto obligadas a huir en los últimos meses. Desde hace semanas la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) presiona a las autoridades paquistaníes para que reabren los pasos fronterizos y permitan la circulación de camiones con ayuda humanitaria hacia Afganistán.

La desesperación ha llevado a mucha gente a recurrir a una ruta peligrosa para cruzar ilegalmente la frontera. Tan peligrosa, de hecho, que pueden acabar siendo abatidos a disparos por las fuerzas de seguridad paquistaníes o bien enfrentarse a penas de prisión y ser deportados. En la última semana, la prensa local ha informado de unos cuantos afganos muertos tiroteados cuando intentaban pasar ilegalmente a Pakistán. Unas 25 familias de refugiados –alrededor de 270 personas, incluidas mujeres y niños– que habían huido de Afganistán fueron deportadas el martes a raíz de una batida de las fuerzas de seguridad en una zona de viviendas a medio construir donde se habían alojado, cerca del límite fronterizo de Chaman, en la provincia de Quetta. 

Desde arriba de Jamrud se entrevé el legendario paso de Khiber, que ha sido testigo de la caída del Imperio Británico, de los rusos y de los norteamericanos. Ninguno de ellos ha conseguido conquistar Afganistán. Ahora vuelve a ser testigo del sufrimiento de millones de afganos que, como Rafidulah, sueñan un futuro en paz.

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