Es inevitable no sentirse aliviado e incluso contento por la liberación hace ahora una semana del periodista británico ganador de un premio Pulitzer y a la vez disidente ruso Vladímir Kará-Murzá. Casi dos años se ha pasado encarcelado en Rusia hasta que el intercambio de prisioneros entre Rusia y EEUU le ha traído la libertad. El intercambio más espectacular y también el de mayor densidad desde los tiempos de la Guerra Fría. Hablo de densidad porque esta digamos transacción pudo representar solo la liberación y la salida de Rusia del líder opositor Aleksei Navalni, una posibilidad que Rusia descartó de entrada y que hizo retrasar la operación. Por eso la solución del Kremlin habría sido liquidar a Navalni.
He hablado de alivio por la libertad de Vladímir Kará-Murzá, libertad de la que en estos momentos también disfrutan el resto de ex prisioneros. Y aplaudo que ya ninguno de ellos esté encerrado en ninguna celda y amenazado. No entro en nombres, ni en distinguir biografías y trayectorias, aunque no niego que me siento lejos de unas cuantas. Pero hay una trayectoria de la que no puedo evitar sentirme cercano, la del periodista hispanoruso Pablo González, nacido como Pavel Rubtsov. Apoyé a Pablo mientras estaba encarcelado en Polonia, firmando algún manifiesto y retuiteando las noticias publicadas por otros medios y compañeros periodistas. Siempre pensé que Pablo había sido víctima propiciatoria de una movida de hilos por parte de la policía política de Polonia a raíz del ataque ruso a Ucrania. No me fiaba en absoluto de la derecha ultranacionalista polaca, con grandes similitudes con los ultras rusos: el problema entre Kaczynski y Putin no es ideológico sino de fronteras, y de resentimiento histórico. Y así normalicé la condición de víctima de Pablo González mientras pensaba que los ultras polacos querían hacerle pagar sus orígenes rusos.
No imaginaba a Pablo González a bordo del mismo vuelo en el que iban otros prisioneros de origen ruso, ni aterrizando en Moscú, ni con sus ocupantes siendo recibidos con honores por Putin. El dictador ruso expresó su satisfacción ante quienes ensalzó como patriotas, diferenciándolos de los que habían aterrizado en Washington, a los que calificó de espías y traidores. No soy nadie para valorar y menos aún juzgar las emociones, la identidad –y las identidades– o el sentido de pertenencia de alguien que se ha movido por el mundo haciendo de reportero y enviando crónicas. Es demasiado fácil y arriesgado dejarse llevar por suposiciones y sospechas, dejar pasar los indicios y no tener en cuenta la presunción de inocencia.
La información que me llega es que Pablo González habría sido fichado por el GRU, el servicio de inteligencia militar ruso, y que, en el momento en el que los agentes polacos lo detuvieron, pocas horas después del ataque a Ucrania, habría estado siguiendo pistas de la opositora rusa Zhanna Nemtsova, uno de los puntales de la Fundación Nemtsov. El padre de Zhanna Nemtsova era Boris Nemtsov, líder liberal antiputinista asesinado ante el Kremlin en febrero de 2015. Entrevisté a Boris Nemtsov varias veces en Nizhni Nóvgorod, cuando era gobernador, y en Moscú, como líder opositor. ¿En serio Pablo González estaba siguiendo los pasos de la hija de un líder opositor liquidado por Putin?
Insisto en lo de no hacer acusaciones precipitadas ni, sobre todo, banalizar la presunción de inocencia. Sin embargo, creo que la de Pablo González ha quedado, por ahora, visiblemente salpicada tras bajar del avión y situarse, también visiblemente, a pocos metros de Putin.