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El primer minuto

El primer minuto

GERARD MARTÍNEZ MINGUELL
29/01/2025
2 min

Hay un minuto que es mágico. Sesenta segundos que separan la felicidad de la realidad. Que delimitan el inconsciente y la cruda conciencia. El despertar de los sentidos se convierte en la muerte de los anhelos en cuestión de sesenta segundos, un minuto imparable que lo arrasa todo a su paso. En mi día sobran 23 horas y 59 minutos. En concreto, 1439 minutos. O 86.340 segundos. Sin embargo, durante un minuto al día soy imparable. Cada día tengo sesenta segundos para propugnar quién me gustaría ser, quién era o quien ya no voy a ser nunca. Las 23 horas y los 59 minutos restantes se convierten en una carrera contra el tiempo para olvidar lo que no quiero recordar.

Por lo general, me voy a dormir tarde. Las caborias y el gafe se erigen como fieles partenaires en esta ardua tarea de cerrar los ojos y sumergirme en un mundo donde todo se quiere y nada se puede. Aquellas horas que se dedica a soñar, yo las aprovecho para barrenar en sueños. Un repaso mental a lo que ha ocurrido a lo largo del día y, sobre todo, a lo que no ha ocurrido, que actúa a modo de telonero de lo que deseo que ocurra el día siguiente y, sobre todo, de lo que sé que acabará ocurriendo. Hasta que el despertador y el primer rayo de sol que se filtra entre las rendijas de una persiana que ya no cierra como el primer día me dan la bienvenida a una nueva jornada y, afortunadamente, en el primer minuto de ésta, que también es lo mejor.

Todavía en posición horizontal, los ojos se afanan por abrirse, las extremidades para moverse y la vejiga para vaciarse. Pero nada de eso importa, al menos durante un minuto. Sesenta segundos en los que no acierto a recordar si mi perro ya no está o sólo lo he soñado ni si mi mejor amiga tiene cáncer o tan sólo es el residuo de una pesadilla. Hechos reales e irreales colisionan entre ellos con la misma intensidad que unas papilas gustativas experimentan el sabor de su primer azulejo de chocolate. ¿Me lo he imaginado? ¿Ha sucedido de verdad? ¿Gira el mundo en la misma dirección? ¿O tal vez en mejor sentido? Las preguntas se agolpan en mi cerebro hasta que las adormiladas neuronas se despiertan de su letargo para borrar cualquier signo de esperanza con una serie de respuestas que caen como losas sobre mi corazón: mi perro no está y mi amiga tiene cáncer. Después de un primer minuto de felicidad pura y cristalina, el hechizo se desvanece por mostrarme el mundo tal y como es, un truco de magia de poco más de un minuto a cambio de poco menos de 23 horas y 59 minutos para intentar entenderlo. Si lo consigue, no me explique el final.

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