Los 100 años del 'New Yorker' en 10 portadas icónicas
La publicación se convierte en centenaria gracias a su combinación de buen periodismo, humor gráfico e ilustraciones


BarcelonaUn siglo de periodismo da a por mucho y el New Yorker ha cumplido con creces: a sus artículos eminentemente culturales, de gran profundidad, hay que sumar decenas de miles de chistes que han redefinido el género de la viñeta como comentario social, y todo esto se ha servido envuelto en unas portadas exquisitas que a menudo han acabado convirtiéndose en icónicas. Aprovechando el centenario de la publicación, repasamos algunas de estas primeras páginas históricas.
1925
La primera y el original: un dandi mirando a una mariposa a través de su monóculo, que evoca con un punto de ironía la observación flemática de la clase alta sobre la realidad. La figura nació sin nombre, pero posteriormente se le bautizó como Eustace Tilley y se ha convertido en una especie de mascota humana de la publicación. Cuando llega febrero, New Yorker suele aprovechar el cumpleaños para hacerlo aparecer de nuevo en una portada, adaptado a la mirada del artista de aquella semana y de la actualidad política o social.
1934
Los inicios de la revista coinciden con los procesos de emancipación de la mujer y oleadas de feminismo. Un buen puñado de portadas recogen esta incorporación a tareas habituales reservadas para los hombres ya menudo rezumaba la idea de que una mujer, en determinado contexto, ya era per se una idea graciosa. Una de esas portadas ambiguas es la de Abner Dean, en la que una mujer, rubia, lee un libro profundo encajada entre dos hombres mayores que ella que tienen el diario desplegado.
1943
El pintor Constantin Alajálov, nacido en Armenia y nacionalizado posteriormente como americano, dejó unos ochenta portadas en el semanario, entre 1926 y 1962. Una de las más recordadas es ésta, publicada durante el punto álgido de la Segunda Guerra Mundial, en la que se expresa el símbolo mundial de la solidaridad y la resistencia.
1958
Las escenas de vida nocturna en la ciudad han sido protagonistas también de numerosas portadas, especialmente durante el primer tercio de la historia de la revista. Arthur Getz fue uno de los dibujantes más célebres del New Yorker, al que dedicó cincuenta años de su carrera, entre 1938 y 1988, durante los cuales publicó 213 imágenes de portada. El novelista John Updike destacó "el ojo alerta y el pincel decidido de que encuentra dramas silenciosos sin fin llenos de contrastes y tono en el mundo que nos rodea".
1976
Mil veces reproducida en pósters y postales, esta portada hacía humor de la mirada autocentrada de los neoyorquinos. La imagen se titula El mundo, visto desde la novena avenida y simplifica hasta el extremo todo lo que hay más allá de los confines de Manhattan. El autor es Saul Steinberg, al que le gustaba definirse como "un escritor que dibuja". Durante su carrera aportó 85 portadas y 642 ilustraciones, pero ninguna tuvo tanta fama como ésta, hasta el punto de que él se lamentaba, porque consideraba que se la había reducido "al tipo aquel del póster".
1993
El premio Pulitzer Art Spiegelman firmó esta portada, publicada a raíz de las tensiones raciales entre la comunidad negra y ultraortodoxa judía en el barrio de Crown Heights de Brooklyn. Junto al dibujo, el autor escribió un breve comentario diciendo que había sido "queridamente naïf" y que era consciente de que el conflicto no se borraría con un beso pero –aprovechando que era San Valentín– quizás era permisible, aunque fuera por un momento, cerrar los ojos y creer que, como decían los Beatles, All you need is love. La portada fue recibida con críticas por parte de ambas partes enfrentadas.
2001
Una portada de negro sobre negro, con las dos Torres Gemelas ya sólo como presencia espectral tras ser derrumbadas en los atentados del once de septiembre del 2001. La ilustración vuelve a ser de Art Spiegelman, que en este caso buscó una imagen absolutamente sobria, creada en colaboración con la persona con Françoise Mou New Yorker, ya que es su directora gráfica desde 1993 y, por tanto, responsable de seleccionar las portadas que se publican y presentarlas delante del director, David Remnick.
2010
Roz Chast es uno de los talentos más geniales e inclasificables del New Yorker, donde trabaja desde 1978 y ha logrado insertar más de un millar de chistes con un humor que resulta a la vez casero y excéntrico. La ilustración recoge el cambio de hábitos de los jóvenes ante el conocimiento: armado de una tablilla, ignora los libros de la gigantesca biblioteca, que le miran desde los lomos con cierta aprensión y angustia vital.
2013
Los célebres Epi y Blai, del programa infantil Barrio Sésamo, mirando abrazados una pantalla donde se ven los miembros del Tribunal Supremo. La portada es obra de Jack Hunter, que la envió sin ser colaborador de la publicación pero logró ser la elegida por la ternura con la que recogía la alegría cotidiana para muchas personas ante un nuevo avance en los derechos del colectivo LGTBIQA+. Y lo hacía jugando con dos personajes de los que a menudo se especulaba si eran sólo dos amigos o algo más.
2017
Unas manifestaciones feministas inspiraron al artista Abigail Gray Swartz para hacer esta ilustración, después de haber asistido a las marchas pensando en sus hijos. A partir de ahí, tomó la clásica estampa conocida como "Rosie the Riveter", popularizada durante la Segunda Guerra Mundial para reivindicar el trabajo de las mujeres tras el frente durante el conflicto, alterándola de dos maneras significativas: convirtiéndola en una mujer racializada y haciéndole lucir lo que se conoció como pussyhat (que se puede traducir como sombrero de coño), que fue símbolo de las protestas. En los últimos años, el costumbrismo sigue presente, pero ha ido dejando cada vez más sitio a reivindicaciones explícitas.