Al auxilio de la pobre, pobrísima pareja de Ayuso

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Ni Vincente Minnelli podría dirigir este melodrama de forma más lacrimógena. Isabel Díaz Ayuso estaba ayer en Barcelona para participar en la entrega de premios de Tabarnia –récord Guinness mundial de mal chiste alargado– pero tuvo que salir al paso de la denuncia de la Fiscalía a su pareja por fraude fiscal y falsedad documental. La presidenta madrileña recurrió al manual básico para decir que todo era una campaña y que estaban sometiendo a su novio a una inspección fiscal “salvaje”, como si al resto de mortales estas operaciones las hicieran con friegas de aceites esenciales y aromaterapia.

Isabel Díaz Ayuso mirando su teléfono.

Que Ayuso defienda su manso es lo mínimo que se espera en una relación. Que la prensa se abone a amplificar sus llantos es el verdadero problema. "No hay tramas, ahora le tocaba al novio", dice la cita que sirve de titular a La Razón, poniendo la reacción de la interesada (bueno, la interesada consorte) antes de explicar que el presunto defraudador escondió en el erario público más de 300.000 euros en impuestos gracias a un entramado de facturas falsas. Y esto después de facturar más de dos millones de euros como comisionista en la venta de material sanitario, parte del que, por cierto, acabó en la Comunidad de Madrid. Los diarios de la derecha también intentan minimizar esta operación diciendo que tanto él como su hermano llevaban años y cerraduras que se dedicaban a la compraventa de material sanitario. Pero el historial que se ha publicado hasta ahora evidencia que el jackpot no lo hicieron hasta que llegó la pandemia. Y, al final, si la mujer de César debe parecer honesta, además de serlo, cabe suponer que el mismo precepto debe aplicarse a la actual pareja de la emperatriz madrileña. Denunciar una campaña contra ella es, en el fondo, una cortina de humo justamente como la que ella pretende señalar.

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