El día de San Esteban, Andreu Buenafuente nos resumía en 2024 en TV3 con un monólogo. Es el tercer año consecutivo que la televisión pública hace este especial y, por tanto, ya lo podemos bautizar de tradición. El humorista se encuentra cómodo: es un formato que domina, es agradecido porque tiene un objetivo muy definido y es lucido. Y para el espectador, más aún. Fue el programa más visto de Catalunya con más de 400.000 espectadores. El 24, emulando el título de la película El 47, la más vista en catalán del siglo XXI, contó con un cameo de Eduard Fernández como chófer. Buenafuente empezó el espectáculo con su hija y acabó con su mujer. Todo queda en casa. Y contó con la colaboración especial y fugaz de su amigo Berto Romero para redondear el show. Al monólogo le costó arrancar. Donald Trump, la Copa América, Carlos Mazón y la DANA, el fichaje de Mbappé, la carta de Pedro Sánchez, la guerra en Gaza, algo de Pablo Motos y los disparates de Íker Jiménez y la dosis de Barça reglamentaria. La Corona española fue el tema recurrente. Una parodia con IA de Casa (real) en llamas, Bárbara Rey y las fotos robadas y, para cerrar el monólogo, una peculiar versión del Don Juan Tenoriu acompañado de la actriz Silvia Abril. Juan Carlos I se ha convertido en la diana fácil y, si bien en algún momento de la historia resultó provocador y valiente bromear, a estas alturas ya se ha convertido en una rutina humorística algo tronada.
El resultado del monólogo fue, sobre todo, muy irregular. Los temas más elementales tenían remates obvias y muy tópicos. Los guionistas tenían todo el año para remover, pero El 24 fue previsible, poco asombroso, buscando el aplauso fácil y sin riesgo. Por suerte, el público incondicional del Teatro Victoria fue agradecido y generoso. Pero en el desarrollo del monólogo se puso de manifiesto la diferencia sustancial que existe en el resultado cuando el guión es impostado y artificial, descafeinado, cayendo en la gracieta genérica que podría hacer cualquier cómic y cuando el texto conecta con una experiencia más personal de Buenafuente y su talante. La coñita de si Catalunya es un casino, por ejemplo, ni es exitosa humorísticamente ni marca, en ningún caso, las diferencias. Hizo corto. Pero si Buenafuente imita a Berto Romero, se ríe de la operación Jaula con la huida de Puigdemont desde la fascinación de un espectador o recuerda la conversación entre su madre y la vecina el 23-F funciona muy bien. Si al propio intérprete le hace gracia, si le sale del alma, si conecta con alguna sensación en su interior, con su esencia, entonces sale la personalidad del protagonista y el espectáculo gana en energía. Una perspectiva que sirve de casi objetivo para afrontar el nuevo año: desde la autenticidad todo fluye mejor.