CRÍTICA TV

La decadencia de Nochevieja

Elena Gadel besa Llucià Ferrer, en la llegada del 2022
2 min

Hace años que se augura el final de la televisión, pero el aparato continúa siendo el epicentro del recibimiento del nuevo año. La pantalla de tele se mantiene como el reloj de la casa la noche que toca cambiar el calendario. Si décadas atrás los contenidos eran una fiesta llena de atrevimiento, con programas especiales donde todas las cadenas ofrecían con sentido del humor lo mejor de lo mejor de sus profesionales, ahora es un reducto decadente. Nochevieja es el espacio del refreído, una condensación de mejores momentos con el único propósito de mantener la pantalla en marcha y el máximo de profesionales de vacaciones. José Mota es el único superviviente a la hora de ofrecer contenido fresco. Su especial Cuento de vanidad como parodia del cuento navideño de Charles Dickens fue un reducto del humor boomer. Su programa de sketches apelaba a la absurdidad de las redes sociales, los vídeos virales, los filtros de Instagram y el Whatsapp , refiriéndose a las nuevas formas de interrelacionarnos. Este absurdo conecta con el humor extremeño surrealista que siempre lo ha caracterizado. Este año la mayoría de personajes que interpretaba Mota eran señores enfadados y de mal humor. El hilo conductor narrativo del programa era un estado de indignación permanente de la mayoría de los personajes. Y esto retrata muy bien la esencia de la época que vivimos.

En Cuatro, el especial First dates convertía la noche especial en una noche cualquiera para los que necesitaran aislarse de cualquier espíritu de celebración. El Viva la fiesta de Telecinco más bien parecía un especial reaprovechado de hace veinte años. La Sexta intentó innovar con el reencuentro del equipo del Sé lo que hicisteis, un histórico de la cadena, con la notable ausencia de Ángel Martín, que convirtió la reunión en quiebra y el espectáculo en un juego forzado.

Las campanadas fueron la culminación de la decadencia de la noche. En Tv3, Llucià Ferrer y Elena Gadel parecían abandonados y dejados de la mano de Dios en un lugar inhóspito del 22@. Premio, sin embargo, a la precaución sanitaria: ni una alma. Con mucha dignidad dieron la bienvenida al nuevo año acompañados tan solo de un pequeño letrero de una cafetería cerrada, que añadía tristeza al ambiente. En la Puerta del Sol el resto de cadenas españolas nos enseñaban desde las alturas el caldo de cultivo del ómicron en una plaza apretada de gente sin mascarilla. En Telecinco, Paz Padilla, con cara de asco, parecía tener que trabajar por obligación. Pedroche ni siquiera se esforzó en desnudarse y fingió un caparazón sin cabellos para emular una nueva manera de hacer estriptis. Ane Igartiburu, sin Ana Obregón -que era baja por covid-, se erige triunfando en la estrella que resistirá impertérrita las distopías más terribles. En Twitch, Ramón García hacía compañía a Ibai Llanos, también desde un balcón de la Puerta del Sol. Es muy sintomático cómo la supuesta plataforma del futuro que consumen los jóvenes se nutre de los recursos de la televisión más caduca y pase de moda para encontrar un relato que le dé algún sentido. Twitch como pura imitación de la decadencia televisiva.

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