Crítica de series

¿Por qué todo el mundo habla del piloto de la serie 'Tokyo Vice'?

Michael Mann firma el primer episodio de este 'thriller' que incide en la fascinación occidental por Japón

Una imagen de la serie 'Tokyo Vice'.
3 min

'Tokyo Vice'

J.T. Rogers para HBO Max. En emisión a HBO Max

Pequeñas tascas donde beber sake, paradas en la calle con sopas de fideos, bares de karaoke, locales llenos de gente jugando al pachinko, las luces de neón que otorgan una atmósfera de un futurismo onírico al espacio, aquel skyline tan cercano al de Blade runner... Tokyo Vice recorre casi todos los lugares comunes del imaginario de la capital japonesa que ha conformado el cine durante las últimas décadas y que la han convertido en un objeto de fascinación para nosotros, los occidentales. Lo hace, además, a través de la experiencia de un joven norteamericano, Jake (Ansel Elgort), en pleno proceso de sumergirse en la sociedad y la cultura niponas.

La nueva serie de HBO Max se basa en el libro homónimo de Jake Adelstein, en el que este periodista relata su experiencia a finales de los noventa y principios de los dos mil investigando la Yakuza, la mafia japonesa, y sus prácticas de extorsión a familias a través de la concesión de créditos con intereses desorbitados. La serie mezcla, por lo tanto, el thriller de investigación periodística con el cine de gánsteres típicamente japonés. Pero, sobre todo en el primer episodio, plasma ese Tokio a la vez hipnótico y extraño. Michael Mann, autor de títulos clave del cine de acción como Heat (1995) o Collateral (2004), se encarga de dirigirlo. Mann se hartó de escribir, producir y realizar episodios de series televisivas como Starsky & Hutch y Miami Vice en los inicios de su carrera. Aquí deja su impronta como el cineasta que, junto con Nicolas Winding Refn (Drive), mejor ha sabido usar la estética digital para los retratos de las metrópolis como contextos inmejorables del cine negro contemporáneo.

El episodio inaugural se desmarca de las inercias de la mayoría de series por cómo se centra en generar una atmósfera concreta y muy poderosa respecto al protagonista, este joven casi obsesivo en su voluntad de trabajar como periodista en Tokio. Los diálogos son escasos, así que sobre todo conocemos a Jake por aquello que vemos, mientras lo seguimos en su recorrido por la ciudad en la que se quiere integrar. Pero con Tokyo Vice se produce un fenómeno inédito. A partir del segundo episodio, el estilo forjado por Mann casi se desvanece y la serie adopta un tono mucho más convencional en cuanto a la estética. Los escenarios no cambian, pero ya no están filmados con el mismo aire de extrañeza, y los realizadores, Josef Kubota Wladyka e Hikari, no otorgan al lenguaje visual la misma preponderancia respecto al verbal. Entonces surge un interrogante. ¿Por qué encargar la dirección de un episodio piloto a un cineasta con tanta personalidad como Michael Mann si después la serie no mantiene las directrices estilísticas que ha trazado? En otras ficciones televisivas recientes que han optado también por contratar un cineasta de renombre para que firme los episodios piloto, como Servant con M. Night Shyamalan o Mindhunter con David Fincher, no se produce un cambio tan brusco entre la pieza inaugural y las siguientes firmadas por otros realizadores.

Por los cinco episodios que hemos podido ver de los ocho en total de la primera temporada, Tokyo Vice pierde en fuerza cinematográfica y gana en el interés que cobran algunos personajes secundarios, sobre todo los dos que forman una especie de triángulo amoroso con el protagonista, Samantha (Rachel Keller), una cantante norteamericana, y Sato (Shô Kasamatsu), el joven yakuza que se enamora de ella. Jake, en cambio, no deja de arrastrar un tic bastante irritante, el de hombre occidental que, sí, adora Japón, pero también se presenta como quien enseñará a hacer periodismo "del bueno" a sus colegas nipones.

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