Sorprenderse de la extrañeza de los demás suele ser una forma de evidenciar la limitación de no saber mirar más allá del ombligo propio. Este omfalocentrismo se nota especialmente en la caverna, donde no pasan muchos meses sin que se caiga algún titular digamos simpático sobre las costumbres catalanas que reciben siempre el apelativo de extraños. "Las costumbres más extrañas que se hacen en Catalunya y que no se hacen en el resto de España", titulaba hace algunas semanas Ok Diario, y mencionaba el día de Sant Jordi como ejemplo. Por las fiestas de Navidad, claro, el tió y el caganer se llevan titulares. La Razón, por ejemplo, hace un par de años titulaba: "Las ocho costumbres más extrañas de los catalanes en Navidad" y uno era no celebrar la Nochebuena. El texto contenía perlas como "no hay una palabra propia que definir [la Nochebuena] y TV3 la bautiza cada año como «la Nochebuena»". Ah, la siempre pérfida TV3, adoctrinando e inventándose términos para que los catalanes sean también unos separatistas navideños! Este año no han tratado a los catalanes de marcianos, pero en inevitable tema sobre caganers y otras escatologías titulaban "el cagatió" con una sustantivación que hacía manar sangre de las cuencas oculares Y, hablando de manar sangre –pero por otros conductos–, ésta es la imagen que concita otro clásico de estas fechas, cada vez que alguien dice o escribe "cagar el tió", como le pasa este año a uno artículo deEl Mundo. Yo ya he llamado al 112, para que tengan a punto el instrumental de detener hemorragias.
La mayoría de estos artículos no tienen ninguna intención consciente ni son burlescos. Pero sí rezuman el nacionalismo banal de quien se sorprende que los demás no hagan lo mismo que tú. Tras el hi-ha-ha a cuenta de la escatología catalana se huele una sutil mirada censora. Por extraños. Por propios, en definitiva.