Periodismo para no periodistas (5): el terreno más remoto de todos

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Hay periodistas que penetran en sitios ignotos sumidos en conflictos infernales. Hay otros que geográficamente no se desplazan tanto pero se sumergen en una sima aún más profunda: el alma de una persona concreta. Es lo que hace Leila Guerriero en La llamada (Anagrama). La persona retratada, con minuciosidad extrema, es Silvia Labayru. Víctima de la dictadura argentina, fue secuestrada cuando sólo tenía 20 años y ejercía de espía para la organización revolucionaria Los Montoneros. En el bolso, una pistola y una pastilla de cianuro. En el vientre, una criatura de cinco meses, que pariría en la misma mesa en la que sufrió tortura tras tortura. Y violaciones, que sólo fueron reconocidas como delito aparte muchos años después, cuando el activista llevaba años liberada, pero sufría entonces el repudio de sus antiguos compañeros de militancia: si sobrevivió, si le dejaron quedarse la criatura de sus entrañas, algún trato bastardo debía de hacer con el enemigo.

La periodista Leila Guerriero.

La llamada detalla el entorno de la protagonista y expone su relato, a menudo con una frialdad quirúrgica que hiere. Como suele ocurrir con la buena literatura, el volumen es también la lucha de la autora por intentar resquebrajar la coraza de su entrevistada y poder ir más allá del relato con el que construir su nueva identidad de superviviente. La prosa es rica y minuciosa, pero el estilo fragmentario, a veces impresionista, hace que se deslice abajo sin hacer bola. No hay ahorro de atrocidades, pero Guerriero evita cocinarlo en salsa sensacionalista. Es, sobre todo, un ejercicio de memoria personal y colectiva, muy oportuno en unos tiempos en los que hay quien frota con la bayeta de la demagogia hasta dejarse los dedos para intentar borrar la historia y deshacerse de 'un pasado mugriento que aún les embadurna las manos.

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