Las anécdotas de la comitiva real: "Una niña me preguntó si los Reyes Magos se van de fiesta"
Hemos hablado con pajes y reyes de Oriente para que nos expliquen las interioridades de los días más mágicos del año
Barcelona[ALERTA: ESTE TEXTO CONTIENE ESPÓILERS, NO LO LEER CON NIÑOS]
Estos son días de mucho trabajo para los carteros reales, los pajes y los propios Reyes Magos. Hemos hablado con ellos para que nos expliquen anécotas y recuerdos vinculados a los días más mágicos del año.
"¿Cuándo te vas a morir?". Es la pregunta que más le han hecho los niños a Joan Iglesias, que hace 43 años (ahora tiene 75) que es el embajador real en Sabadell (Vallès Occidental). "Les dejo claro que los Reyes son inmortales y vivirán siempre, pero que a mí algún día se me llevará la naturaleza", responde.
Dio sus primeros pasos como embajador real con tan sólo 24 años en casa de sus sobrinos. Para caracterizarse la primera vez, recuerda, se pintó la cara con betún negro. "Estuve tres meses frotando para que desapareciera por completo", dice riendo. Después ejerció de Sus Majestades, primero de Melchor y después de Baltasar, en el pueblo de sus abuelos en Sant Llorenç de Morunys, hasta que le propusieron hacer de embajador en Sabadell. En los primeros años lo hizo a tiempo parcial y desde 1982 lo hace a jornada completa. En estas más de cuatro décadas ha llegado a Sabadell con todo tipo de transporte. Al principio lo hacía en helicóptero. "Recuerdo que un año estaba el suelo excavado en la zona del ayuntamiento y para evitar que el helicóptero levantara toda la arena, la regaron y taparon con una especie de lona. Pero el viento provocado por el helicóptero lo levantó todo y empezó a enfangar a la gente". Luego lo hizo con una carroza de caballos, con un coche patrulla e incluso en globo. "Mi llegaba debía estar a las 12 del mediodía, pero hacía tanto viento que a las 10 ya habíamos aterrizado en un lugar más lejano, en el parque Cataluña, y con la canasta tumbada de un lado. Vino una patrulla de policía y nos multó por estacionar en un lugar indebido, ¡no sabían quién éramos!", rememora. Ahora llega con un coche descapotable tipo spaider. "Me gustaba más el helicóptero", reconoce.
Los niños, que siguen pidiendo las típicas pelotas, bicicletas o muñecas, también han incorporado a las cartas los móviles o las tabletas, y le han dejado miles de anécdotas. La más divertida, asegura, fue una niña que le dijo que no venía a pedir nada, que sólo tenía una pregunta: "¿Los Reyes tienen relaciones sexuales?". "Respondí lo primero que se me pasó por la cabeza y le dije que no estaban casados porque tenían mucho trabajo mirando las estrellas". Pero ella no se dio por vencida y después le preguntó si se iban de fiesta. "Respondí que no porque vivían separados... y al final me pregunta: ¿Y tú tienes sexo?". Lo resolvió con uno: "Cuando me dejan".
Momentos complicados
También pasa momentos complicados sobre todo cuando los niños le piden que sus padres vuelvan a vivir juntos. "Cada vez me lo piden más niños y yo les digo la verdad, que esto es cosa de sus padres y que Sus Majestades aquí no pueden intervenir". Y cuando le ha visitado algún familiar o conocido para que no le reconozca cambia la voz. "De momento me ha salido bien", dice.
Recuerda la pandemia como "el año más extraño". "Lo hicimos pero con el bozal (refiriéndose a la mascarilla) puesto y hablando con los niños a distancia", relata. Y la muerte de su sobrino en un accidente de tráfico como el año más triste. "El día que lo enterraban yo estaba haciendo de embajador y las lágrimas se mezclaban en la barba y bigote, fue horroroso", dice.
Como cada año llega el día de San Esteban (26 de diciembre) a las 12 horas en su coche spaider. Pero en septiembre empieza ya con los preparativos. Primero saca el vestido para que cuando se lo ponga no esté arrugado y en octubre lleva la peluca y la barba a lavar en Barcelona. "¿Hasta cuándo lo haré? Hasta que pueda o me echen", concluye.
El rey Gaspar: "Papá, el rey Gaspar tiene los mismos ojos que tú"
Tenía 23 años la primera vez que le dijeron que se parecía mucho al rey Gaspar. No hacía aún ni seis meses que había entrado a trabajar como chófer en una entidad bancaria hoy desaparecida que cada 6 de enero entregaba regalos a los hijos de los trabajadores, cuando un superior le llamó al despacho: "Soy el rey Gaspar y estoy ya mucho viejo, como tenemos un físico similar, tú serás mi sustituto". Y así, Juan Molina Rubio se convirtió por primera vez en rey Gaspar en 1971. Entonces tenían que pintarle las arrugas para hacerlo más creíble. Hoy tiene 77 años y las arrugas son las suyas. No ha fallado ningún año, excepto el año del covid, que se suspendió. Al principio, también iba con los reyes Melchor y Baltasar a un hospital y a un hogar de gente mayor a entregar regalos, lugares en los que ha vivido los momentos más emotivos. "Un día en el hospital operaban un niño a vida o muerte y allí lloraba a todo el mundo, rey Gaspar incluido", recuerda. O abuelos que le decían: "Mi hijo se parece a usted pero hace dos meses que no viene a verme".
Hace años que se jubiló como chófer pero de rey Gaspar no se jubila. "Mientras el cuerpo aguante... Me hace mucha ilusión. Empecé con miedo y ahora, si no lo hiciera, me faltaría algo", reconoce. Cuando el evento era multitudinario y participaban alrededor de 500 niños, los Reyes empezaban a entregar regalos a las 7 de la mañana y no terminaban hasta las 5 de la tarde. Entre esos niños también estaban los hijos de Juan, a quien, un día, la niña, que entonces tendría unos 7 años, le dijo: "Papá, el rey Gaspar tiene los ojos como tú". Juan nunca ha pasado la mañana de Reyes con su familia. "Lo que disfruto compensa el rato que te priva de la familia. Los hijos me preguntaban: «¿Por qué siempre trabajas el día de Reyes?»". Ahora son los nietos quienes le miran de reojo. "Procuro no mirarles demasiado y que se sienten con los reyes Melchor y Baltasar".
Un vestido de 40 kg
Lo que más le gusta es "la inocencia" de los niños. "Notas que tienen el corazón a punto de estallar y algunos están asustados", si bien observa que cada vez los niños "están más espabilados". De hecho, la edad límite por participar era antes hasta los 12 años y, con el tiempo, se ha tenido que rebajar a los 8 años. "Los de 12 años son ya más altos que tú".
El día 6 se volverá a vestir de gala para un día tan especial. El traje pesa 40 kg, pero lo que llevaba hace 35 años era aún más pesado, sólo la capa de dos metros de largo que los pajes tenían que ayudarle a llevar, pesaba 45. "Parecía una novia, no podía ni entrar en el coche". Ahora, el vestuario, que le lavan en la tintorería, es más discreto, pero nada tiene que envidiar a los que se lucen en las cabalgatas. "Somos los Reyes mejor vestidos", sostiene. Se queja de Papá Noel y de los catálogos de juguetes. "Al adelantar los regalos a Navidad se han cargado el día de Reyes y se ha perdido la esencia del día. Ahora en cualquier esquina te montan un Papá Noel o un rey de Oriente".
El paje Faruk de Igualada: "He solucionado muchos problemas de pipí en la cama"
La de Igualada es la cabalgata más antigua de Cataluña y el paje Faruk, del que estos años se conmemora el 80 aniversario, es el emisario de los Reyes Magos en esta ciudad. Durante 22 años tuvo la cara de Josep Marí Llacuna. Llega a Igualada cada 28 de diciembre acompañado de un centenar de pajes. Hasta el 5 de enero el paje Faruk tiene un espacio diario en la radio municipal donde repasa el comportamiento de los niños y da algunos consejos a las familias. "Las familias envían una carta con las cosas positivas y las cosas a mejorar del niño y el paje Faruk las lee y eso impacta mucho a los niños que escuchan cómo les sacar los trapos sucios por la radio". El paje Faruk también llega con dos libros, uno blanco y uno negro, donde apunta las cosas buenas y malas de cada niño. "Son cerca de 400 mensajes para leer, el día de Año Nuevo tienes que cuidarte la voz para que leamos 40 seguidos". Antes de leerlos por antena, a menudo tenía que llamar a casa de las familias para confirmar información o asegurarse de que no le gastaban ninguna broma. "Soy el paje Faruk, acláreme eso que dice aquí...". Y al otro lado del teléfono siempre había alguien que le decía: "¡Y yo soy el rey de España!".
El día 1 de enero el paje recoge las cartas. "Y la cantidad de chupetes que recogemos también es inmensa". Recuerda el año de la nevada del 2001, cuando tuvo que salir por la radio a calmar a los niños que pensaban que no habría cabalgata. También reparte personalmente regalos por las casas. "Cuando llega el paje a casa los niños quedan atemorizados. Hemos traído todo tipo de regalos. Recuerdo un año que llevamos una moto a un niño de 7 años, que años después acabó siendo corredor profesional". O el año que una abuela vino con una niña a la que se le había muerto la madre para que el paje la consolara. "Me dejó tocado, el paje Faruk es una persona humana como ustedes". Normalmente no le reconocían, pero un verano, haciendo el camino de Santiago, un hombre le soltó: "¡Pero si tú eres el paje Faruk!". Lo reconoció por la voz.
Sin regalos
Josep Marí también escribía cartas personalizadas a los niños a los que entregaba regalos y las empezaba a escribir en octubre, ya que eran cerca de mil. "He solucionado muchos problemas de pipí en la cama", dice. "El paje Faruk siempre digo que es como un profesor o un psicólogo que va solventando problemas", añade. Rara vez ha tenido que escribir que los Reyes pasarían de largo, pero una vez sus padres le hicieron ponerlo a la carta dirigida a su hija. "No pude convencer a mi padre y no podía decirle que le traerían regalos si no era verdad".
El Baltasar de Bell-lloc de Urgell: "He visto a padres emocionarse cuando les doy el regalo a los hijos"
Se ha puesto en la piel de los tres Reyes pero su predilección y el que más veces ha hecho es Baltasar. Mariano Arnau, de 65 años, ha ejercido durante 15 años de Su Majestad en Bell-lloc d'Urgell, un pueblo de poco más de 2.000 habitantes cerca de Lleida, donde se reparten los regalos casa por casa la noche del 5 de enero. "La primera vez tenía unos 18 años", recuerda. Era una época en la que les costaba que les dejaran salir de casa y con la excusa de la cabalgata, el grupo de los quintos (los que ya habían hecho la mili) se encontraba al anochecer para hacer los preparativos. "Un mes antes hacíamos las carrozas y a tres del grupo les tocaba hacer de Reyes, algunos no les hacía ilusión, pero a mí sí", relata. Cuando tuvo hijos tuvo que dejar paso a gente nueva: "¿Cómo les contaba a mis hijos pequeños que no podía acompañarles a ver la cabalgata?", se pregunta. Pero entrando en la cuarentena volvió a reengancharse. "No tiene nada que ver hacerlo a los 18 que con 40, ves miradas en niños que ahora sigues recordando", relata.
Durante los quince años que lo ha hecho, ha visto a padres emocionarse cuando dan los regalos a sus hijos impresionados por la presencia de su Majestad, ha dado regalos a abuelos muy enfermos, ha reconocido cuando un niño travieso no decía del todo la verdad cuando le contaba que era un buen muchacho, ha entregado y protegido regalos bajo una intensa nevada para que no llegaran todos mojados y ha recogido numerosos chupetes. Recuerda especialmente dos momentos: el año que entregó regalos a la residencia de ancianos, "sabían quién éramos, pero que alguien les trajera un regalo fue muy gratificante", y el de una familia que se acababa de trasladar de Lleida a Bell-lloc. "El niño no nos esperaba en la puerta porque estaba enfermo y pedí permiso para entrar en su habitación, ese niño siempre ha recordado que el Rey Mago le dio el regalo a su habitación", relata.
"Se parece a Mariano"
Consiguió que nunca le reconocieran aunque sí oyó alguna vez "se parece al Mariano". Pero con lo que más cuidado ha tenido ha sido con la generosidad de sus vecinos. "Todas las familias te quieren invitar a un moscatel o una copa de cava para agradecerte tu presencia, pero debes pensar que debes pasar por una treintena de casas, por tanto, no puedes hacerlo porque puedes acabar muy perjudicado" , relata.
En su memoria también queda el año que estuvo acompañado por dos pajes muy especiales, sus hijos e, insiste, que es una experiencia que debe vivirse aunque ya hace tiempo que ha dejado paso a gente más joven: "Si me necesitan, sin embargo, volveré".