Trump y Zelenski este viernes en Nueva York
04/01/2025
3 min

Este febrero cumplirá tres años del inicio de la guerra de Rusia contra Ucrania. Putin pretendía que fuera una operación rápida y que Occidente cediera a sus pretensiones expansivas, como ya ocurrió en el 2014 con la anexión de Crimea. Pero como dice el tópico, las guerras se sabe cuándo comienzan pero no cuándo terminan. ¿Veremos en 2025 el final del conflicto? Lo probable es que finalmente haya conversaciones de paz; otra cosa es qué resultado tengan. La paz es difícil. Quizá se llegue a un alto el fuego. El agotamiento ucraniano resulta evidente, al igual que la impotencia de Rusia para imponerse. Pese a su imprevisibilidad, o precisamente por eso, el factor Trump puede resultar clave en un cambio de escenario que rebaje la tensión y deje el conflicto en standby.Está por ver con qué fórmula. En todo caso, lo que de momento ha pasado desde la victoria trumpista es una intensificación de la guerra en diferentes frentes y versiones, desde ataques rusos a Kiiv hasta el asesinato, en pleno centro de Moscú, del general Ígor Kirílov, jefe de la defensa nuclear, química y biológica rusa. Ambos bandos parecen querer demostrar su fuerza al presidente norteamericano in pectore antes de entablar ningún tipo de negociación. Con su característica fanfarronería, durante la campaña electoral Trump prometió que acabaría con el conflicto en veinticuatro horas. El 20 de enero jurará el cargo y, obviamente, el 21 de enero no terminará la guerra. Pero no se puede despreciar su capacidad de alterar el mapa geopolítico, tanto en Europa como en Oriente Próximo. En ambos escenarios tiene una capacidad directa de influencia militar: EEUU es los máximos suministradores de armas tanto en Kiiv como en Tel Aviv.

En el caso de Ucrania, con Trump presumiblemente forzando el camino hacia un acuerdo, está por ver qué papel tendrá Europa, ahora bajo la presidencia de una Polonia de nuevo con un demócrata europeísta al frente, Donald Tusk. Está claro que debe tener uno: es una guerra en suelo europeo y con implicaciones económicas graves en el conjunto del Viejo Continente –el último episodio ha sido el corte ucraniano del suministro de gas ruso–, además de políticas. El auge de la extrema derecha, con causas multifactoriales, tiene también una relación nada disimulada con las interferencias digitales electorales rusas.

Al igual que el campo de batalla, la guerra ideológica (comunicativa) y la guerra económica –es decir, la guerra híbrida– cuentan también. Paradójicamente, el Trump que quiere poner fin al conflicto en lo ideológico juega a debilitar la democracia liberal europea, como se ha visto con Musk apoyando explícito a la AfD neonazi alemán. Y al mismo tiempo, en términos económicos, a EEUU le conviene desalinear a Rusia de la órbita china, de la que ahora tiene más dependencia a causa de la guerra. En cuanto a Europa y la OTAN, Trump parece jugar al gato y al ratón: a desestabilizar sin ahogar. De ahí la desorientación de Bruselas, que, sin embargo, ha empezado a entender que tendrá que defenderse sola, pero no acaba de tener claro hasta dónde está dispuesto Trump a romper la alianza histórica.

En este rompecabezas, en términos de preservación de los valores occidentales y europeos, la UE no puede permitir una paz que valide el renovado expansionismo imperial ruso, al que Moscú ha retornado de la mano de un Putin que se está eternizando en el poder, instalado en lo alto de una supuesta arquitectura democrática convertida en decorado de cartón-piedra. Y con la amenaza nuclear como trasfondo. Ante las ambigüedades y los cálculos de Trump, Europa deberá apoyar claramente a Kiiv, incorporándolo y cobijándolo dentro de la UE y dentro de la OTAN.

stats