“El día que fracasamos, decidimos hacer una fiesta”, asegura Pau Garcia-Milà, uno de los cofundadores de Bananity. "La cosa no nos había ido bien, pero tampoco queríamos enterrar la aventura sin antes poder encontrarnos con la gente que nos había ayudado en algún momento", puntualiza. De hecho, ese día de enero de hace tres años, el timbre de la Casa Banana sonó muchas veces. Si en 1947 el poeta falangista Dionisio Ridruejo había elegido esa antigua torre ajardinada de Sant Cugat del Vallès para retirarse, más de medio siglo después el chalet se había convertido en un oasis emprendedor. En cada habitación se desarrollaba un proyecto empresarial y, en una de ellas, Pau Garcia-Milà, Sergio Galiano y Albert Martí habían estado luchando desde 2011 por conseguir crear su propia red social: Bananity.
EN 2010, el concepto concepto del big data. "Habíamos quedado maravillados por el motor de recomendación que estaba detrás de Amazon", recuerda Garcia-Milà. Y, en ese contexto, los tres tenían ganas de probar suerte en un mercado que emergía a ritmos vertiginosos. Pretendían desarrollar una tecnología realmente ambiciosa que permitiera crear un motor de búsqueda universal. "Si el usuario nos decía que le encantaba una ciudad, un libro y una bebida, nosotros queríamos ser capaces de recomendarle un cuarto objeto que pudiera gustarle", dice el emprendedor. Sin embargo, para desarrollar esta tecnología, necesitaban tener datos. "Teníamos que vestirlo con una forma atractiva", reconoce. La opción que escogieron fue alimentar la tecnología creando una red social en la que los usuarios jugaran a elegir si amaban u odiaban los diversos conceptos que se les iba proponiendo.
Cuando, en noviembre de 2011, Bananity vio la luz, enseguida generó una gran expectación mediática. El proyecto había llamado la atención de personas como el humorista Andreu Buenafuente y la exministra Cristina Garmendia, que habían decidido apadrinarle. Esto hizo subir a Bananity como la espuma. “El 60% de los más de 50.000 usuarios que conseguimos los generamos en los primeros meses de vida”, recuerda Albert Martí, uno de los cofundadores. También levantaron 800.000 euros en tres rondas de inversión.
Ahora bien: Después de unos meses frenéticos, Bananity empezó a caer en el olvido. “A las empresas no les gustaba que los usuarios pudieran odiarlas. Esto nos cerraba puertas”, dice ahora Garcia-Milà. "Además, en el fondo éramos un motor de recomendación y nos era muy difícil luchar contra Twitter o Facebook, que generaban una necesidad diaria al usuario", reflexiona Martí. En el 2013, en un intento desesperado por dar un golpe de efecto, Bananity optó por pivotar hacia un formato de red social que mezclaba rasgos propios de Pinterest, Twitter y Facebook. Tampoco funcionó.
Es difícil de crear plataformas que aporten algún valor añadido al usuario”, opina Bernat Gimeno, consultor en marketing digital. “Realmente, Bananity despertó mucho interés al principio, pero el usuario enseguida se olvidó”, relata. Finalmente, en enero de 2015, Bananity optó por presentar un concurso de acreedores voluntario y desaparecer para siempre.
“El caso de Bananity nos demuestra que, para tener éxito, no basta con tener una buena idea y ' , explica Frederic Guerrero-Solé, investigador en redes sociales de la UPF. "Sobre todo, es necesario que el producto sea nuevo y que sea útil para los usuarios: que sientan la necesidad de utilizarlo a menudo", concluye.