La carga mental nuestra de cada día (también en Navidad)
Navidad es un tsunami de trabajo frenético y somos mayoritariamente las mujeres las que somos arrastradas por esta ola descomunal
En El cielo según Google, Marta Carnicero escribe: “Cuando ella se levantó al día siguiente se encontró en el fregadero, como siempre, restos reblandecidos de la cena, y en el hule migas y cercos, también como siempre. Apretó el botón para conectar la Nespresso, se ciñó la bata y, mientas levantaba la palanca para que cayera la cápsula, pensó que su marido no la entendería nunca”. La escena es la parte visible del discurrir cotidiano: cocinar, recoger, limpiar, hacer la compra. Todas esas cosas que sostienen todo lo demás. Ocultos, como una de esas ilusiones ópticas que te ofrecen una segunda imagen si sabes mirar, todos esos pensamientos domésticos que ponen en marcha el complejo engranaje de la marcha familiar. Planificar las comidas y las cenas, saber qué falta por comprar, hacer cuentas, organizar las tareas en el día, recordar qué se les ha quedado pequeño, buscar el regalo del noveno cumpleaños infantil de la temporada, pedir la cita para la revisión del niño sano, buscar un técnico que arregle la lavadora.
En 1984, la socióloga Monique Haicault acuñaba en su artículo La gestion ordinaire de la vie en deux el concepto de carga mental para referirse a ese amontonamiento de tareas pendientes y preocupaciones relacionadas con la gestión diaria del hogar y los cuidados que se produce principalmente en el cerebro de las mujeres. Una acumulación de tareas que parece incrementarse en momentos clave como las vacaciones, los cumpleaños y la Navidad, y que curiosamente sufre del mal de la invisibilidad. ¿Quién asume esas responsabilidades extras? ¿Quién organiza la logística que imponen las vacaciones escolares? ¿Quién piensa los regalos que traerán los Reyes Magos? ¿Quién planifica las comidas y las cenas navideñas? En este mar de preguntas cabe plantearse cuántas exigencias nos sumamos y de dónde vienen esas exigencias: los calendarios de adviento que ves en Instagram, el inagotable ocio navideño que llega a tu buzón de correo electrónico, las actividades compartidas que llegan a los grupos de Whatsapp. La Navidad es un tsunami de frenética ocupación y somos mayoritariamente nosotras las que somos arrastradas por esa ola descomunal.
Esfuerzo invisible
Pienso en algo que señala Nuria Labari en La mejor madre del mundo: “Lo que necesito es repartir el espacio de crianza mental, todos los pensamientos domésticos que yo tengo en beneficio de nosotros cuatro, todo el esfuerzo invisible e incontable del que él se beneficia”. Desde la lógica productivista parece difícil percibir el valor de este trabajo doméstico y familiar del que todos dependemos pero realizan principalmente las mujeres. No es solo la invisibilidad de estas tareas mentales (y físicas), también es la desincronización de las verdaderas necesidades y prioridades, de lo que hace que funcione la vida cotidiana.
En una investigación de Marina Sagastizabal, Tiempo, ciudadanía y desigualdades. Una aproximación a los usos del tiempo diario y al derecho al tiempo propio, se da una clave interesante para lograr que ese “esfuerzo invisible e incontable” del que socialmente nos beneficiamos se haga tangible y divisible: lograr que quienes solo tienen disponibilidad (y carga mental) para lo laboral sean considerados como ciudadanos irresponsables por no estar cumpliendo con sus deberes de cuidadanía (un concepto que traspasa la noción de ciudadano para poner en el centro el cuidado de la vida como responsabilidad social y política ineludible). Quizás quienes se deben incorporar puedan empezar por recordar la noche del cinco de enero dejar una bandeja con turrón y leche a sus majestades los Reyes Magos.