El chicle de Adrien Brody

Knockout
Periodista i crítica de televisió
3 min

El pasado domingo vimos cómo Adrien Brody se sacaba el chicle que llevaba en la boca y lo lanzaba al aire para que su mujer lo cogiera. La elegancia de Hollywood es infinita. El actor se dio cuenta, justo en el momento en que ya subía las escaleras del escenario, que tener que masticar y hacer un discurso para agradecer el Oscar no era una buena idea. Pobre hombre, desvalido y carente de alternativas, la única solución que encontró fue quitárselo de entre los dientes y, como quien lanza la moneda de la suerte, echárselo a su amada. Entregada a la causa, ella reaccionó con rapidez intentando cazar al vuelo la bolita pegajosa. Todo sea dicho, Georgina Chapman, exmujer de Harvey Weinstein, felizmente divorciada del productor, ha tenido que aguantar cosas mucho peores que tener un chicle masticado en sus manos.

No hay señal de amor más sincero que, en un momento lleno de alegría familiar, vestida de veintiún botón y con zapatos de tacón de aguja, actuar como el mejor de los receptores de la liga de fútbol americano. La devota esposa demostró sus buenos reflejos y, en primera fila, lo dio todo para asumir el proyectil que su compañero acababa de escupir. Las parejas están ahí para ayudarse en los momentos difíciles. Debe hacerse lo que sea si las habilidades previsoras no son el punto fuerte de tu marido. Brody pudo quitarse el chicle de la boca cuando vio que llegaba el momento de la nominación al mejor actor. Escupirlo disimuladamente, envolverlo en un papelito y guardárselo en el bolsillo de la chaqueta. O pegarlo debajo del sillón. O tragárselo mientras subía al escenario. Pero no. Él vio claro que quien debía hacerse cargo de esa emergencia era su mujer, con filigrana aérea incorporada. Bien que debe servir de algo ir acompañado a las galas. Pero, en ocasiones, ni el amor ni toda la ilusión del mundo son suficientes para que se produzca la magia. Hubiera sido el colmo del espectáculo, un instante poético, si Chapman, con su elegancia grácil, como una ninfa de los bosques, hubiera interceptado el pequeño buñuelo ensalivado en cuanto se completaba la parábola. Habría sido el momento viral de una ceremonia más bien amodorrada. Pero la perfección es imposible. La trayectoria fue errática porque el lanzamiento del flamante ganador fue agobiado. El chicle cayó al suelo y Chapman tuvo que agacharse para recoger el chicle de la moqueta. No hay datos sobre qué hizo ella después. No importa. Era el gran momento de Adrien Brody y nada podía estropearlo.

Brody dio las gracias por los valores familiares, por la buena educación recibida de sus padres, y aseguró que él se encontraba en plena búsqueda de la grandeza: "Sé que la gente no suele hablar así, pero quiero ser uno de los mayores. Me siento inspirado por los mayores", aseguró. Lo notamos con ese chicle. Y en la forma en que exigió que se detuviera la música para hacer el discurso más largo. "¡Quiero terminar, por favor! Detenga la música! ¡Ya lo he hecho antes, eso! ¡No es la primera vez!", exclamó, autoritario. Su contundencia ha merecido otro récord: el del discurso más largo de la historia de los Oscar.

El chicle de Adrien Brody podría exponerse en el Hollywood Museum, justo al lado del chicle de Jennifer López, ese que la cantante escupió en la mano de su asistente justo antes de empezar a rodar una escena. Un homenaje distinto a la otra grandeza de Hollywood.

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