Qué China quiere Europa y qué Europa quiere China

2 min
El presidente de Francia Emmanuel Macron da la bienvenida al presidente de la República Popular China Xi Jinping en el Palacio del Elysée.

Europa quiere dos cosas de China. Primero, que como socio comercial relevante que es, rebaje las medidas proteccionistas que perjudican a la industria del Viejo Continente, por ejemplo, con los coches eléctricos, que están penetrando en el mercado europeo a precios bajos, pero también en otros aspectos de la economía verde –placas solares– o de la médica. Y, segundo, que como gran actor geopolítico ejerza una influencia moderadora real frente a la agresiva Rusia de Putin, aliado tradicional de Pekín. Al mismo tiempo, para Europa, mantener relaciones fluidas con Pekín es una manera de reivindicarse en el tablero internacional, y más en concreto de reforzarse ante el socio histórico preferente, Estados Unidos cada vez menos fiable a causa de la sombra alargada de Trump.

Dicho esto, una cosa son los deseos y una muy distinta la realidad. Hasta ahora la Unión Europea ha salido muy relativamente, en el intento de marcar perfil propio con China y de mover al gigante asiático. No está nada claro que la primera visita oficial al Viejo Continente desde la pandemia del presidente chino, Xi Jinping, suponga un giro relevante, ni en términos comerciales ni mucho menos en el tablero bélico internacional, tanto en Ucrania como en Oriente Próximo. China se deja querer, pero cede poco o nada. Siempre exquisita en las formas, con esta pequeña gira europea Xi busca afianzar su muy supuesta neutralidad y, sobre todo, seguir haciendo negocios. La amenaza europea de imponer aranceles, brandada a menudo por Von der Leyen, no parece darle mucha impresión.

La mirada de China siempre es larga, construida sobre el doble pilar de un pasado secular y de un futuro sin prisas. Xi Jinping se mueve por París con parsimonia imperial. Se sabe fuerte. Ve a los líderes europeos, Macron incluido, como colegas políticamente débiles y perecederos. Hace un año, Xi se aseguró la continuidad en el poder por un tercer mandato de cinco años gracias al voto unánime de los casi 3.000 delegados de la Asamblea Nacional y se convirtió en el mandatario más poderoso desde Mao Zedong. Las fracturas europeas internas, fruto de un sistema democrático que le resulta ajeno, le deben parecer una debilidad ingobernable. Y una oportunidad. De hecho, China mantiene relaciones bilaterales con los países europeos. Y lo seguirá haciendo. Todo el mundo quiere tener una interlocución directa con Pekín, del que existe una fuerte dependencia comercial.

Basta con observar cuál será el periplo de Xi estos días. Después de París, irá a Hungría y Serbia, países no precisamente europeístas, sino todo lo contrario. Y países en los que las inversiones chinas son más que relevantes. Entre otras cosas, financia la construcción de una línea ferroviaria entre Budapest y Belgrado. Así pues, la voluntad de Macron de obtener una tregua olímpica en Ucrania coincidiendo con los Juegos de París difícilmente llegará a buen puerto, más allá de la aceptación retórica de Xi Jinping. China sigue viendo a la OTAN como un problema y una amenaza para la paz mundial, como también defiende Moscú.

La verdad es que China amiga que imagina Europa es más un deseo que una realidad, mientras la Europa poco cohesionada que le conviene a China es una amenaza demasiado real.

stats