Crónica - Restaurantes con historia

¿Comida de la India catada por el rey para negociar la investidura?

Felipe de Borbón vive la ficción de súbdito en el restaurante Indian Aroma, del barrio de las Letras de Madrid, a 240 metros del Congreso de Diputados

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Una imagen del comedor del restaurante Aroma, de Madrid, la pasada semana.

MadridLa política española se resiste a abandonar el jabugo y el marisco y, después de probar otras cocinas, siempre acaba volviendo a valores tan seguros. Durante una época, durante la difunta Transición, en un famoso libro de entrevistas en torno a una mesa (Mis almuerzos con gente inquietante), Manuel Vázquez Montalbán cocinó sutilmente el tránsito del franquismo a la democracia con un menú "Consenso de Estado", que formarían idealmente "las gambas de Ayamonte y las angulas de Aguinaga", propuesta lanzada ante Miquel Roca i Junyent, sin que el escritor mencionara el pan con tomate, para evitar redundantes obviedades.

Cuatro décadas después de tal aportación plurinacional y pluriculinaria desde la periferia del Estado de un gastrónomo comunista en presencia de un liberal reformista, la adaptación a los tiempos actuales –globales y multiculturales– de ese menú innovador y de consenso podría ser, por ejemplo, un curry bien picante o un dal como los que sirven en el restaurante Indian Aroma, de Madrid (Ventura de la Vega, 6), más que el clásico jamón. Pata de jamón icónica, antídoto contra Carpantas, como la que hace muchos años, tantos que ya solamente queda el recuerdo del sabor y una tarjeta con los mejores deseos, me regaló Manolo para celebrar que iniciaba una nueva etapa vital. Pero en Madrid siempre hay fuerzas oscuras que luchan por mantener la misma carta –pongamos el jabugo y el marisco, metáfora de los nuevos ricos que desprecian lo que no conocen– y que se empeñan en servir café para todos a finales de cualquier comida.

La elección del Aroma, del chef Suncy Paul, no es baladí, claro. Aprovechando una breve escapada a la capital de las Españas, este cronista acudió a cenar la semana pasada, porque sabía de buena fuente –la mujer que me acompañaba, que es la madre de los dos hijos que tenemos en común– que el rey de España y su familia acuden de vez en cuando. De la mano de Leticia, el establecimiento es uno de los lugares donde Felipe de Borbón intenta vivir la ficción de sentirse súbdito por unas horas, no rey con corona, como se sentía turista, libre de sí misma, la princesa Audrey Hepburn en Vacaciones en Roma. Hay vidas que son una prisión, ya se sabe.

Ticket del coste de una comida en el restaurante Indian Aroma de Madrid.

El modesto local, a 240 metros del Congreso de Diputados, sirve unos platos excelentes, no es en absoluto pretencioso, como pueden serlo algunos decorados de películas de Bollywood, y, además, no es caro, menos aún si se compara con establecimientos de los alrededores de la Carrera de San Jerónimo, como el pomposo El barril de las Cortes o el histórico Lardhy.

Según el relato de uno de los camareros, tres veces, tres, ha disfrutado el Aroma de las visitas reales: la primera en 2017, otra en 2019 y la última el 15 de septiembre de 2021, cuando mi fuente coincidió con el rey Felipe y lo pudo identificar, pese al biombo que el personal del local dispuso para mantener una mínima privacidad para los monarcas y la hija pequeña, Sofía, porque la mayor ya estudiaba en un exclusivo colegio del Reino Unido, para menoscabo de la educación pública española. ¡Eso sí, la militar, en Zaragoza, como el padre y como el abuelo emérito!

Resucitar la Constitución

Que la mesa es un "lugar de diálogo" ya lo dejó escrito Josep Pla a El que hem menjat. "Las conversaciones de mesa son la propia civilización", decía el del Ampurdán, para quien "la cocina es el arte de resucitar los cadáveres, no el de rematarlos". Y algo de picante de lo que se puede disfrutar en el Aroma podría resucitar al muerto que es ahora la Constitución española, cadáver momificado y maltratado por los fundamentalistas del jabugo, el marisco, la paella y la unidad de la patria, sin despreciar ninguno de los tres primeros platos referenciados.

Si no hubiera el precedente del 3 de octubre de 2017, el hecho de que Felipe de Borbón haya ido ya tres veces al Aroma podría ser un síntoma de esperanza en un Estado que no se odiara a sí mismo y que aceptara, de buen grado, todo tipo de aportaciones, ya sean lingüísticas o culinarias: curris, biryanis, cocina del horno tandoori, un sencillo pan con tomate o las mencionadas gambas de Ayamonte y las angulas de Aguinaga.

Así pues, ¿qué mejor que negociar la investidura de Pedro Sánchez entre Patxi López, Míriam Nogueras, Gabriel Rufián, Aitor Esteban y otros actores de las muchas Españas habidas y por haber en torno a un dal, a un lamb balti o a un baigan bharta, con la tranquilidad de conciencia de saber que las propuestas han sido previamente catadas y aprobadas por el rey?

En materia de comidas no debería haber límites, y el espíritu, majestad, siempre debe ser el de explorador, como usted mismo demuestra en sus excursiones de relativamente incógnito en el discreto restaurante del barrio de las letras de Madrid. Consejo que, si me permite, también puede ser extensivo a la política. Porque una comida es un "ámbito, un tiempo entre dos tiempos", como decía Montalbán, un período de gracia para "resucitar los cadáveres, no [para] rematarlos" (Pla). Valga esto, pues, para una Constitución española que asuma la posibilidad de la amnistía –o cómo quieran llamarla– y quizá del derecho de autodeterminación –o cómo quieran llamarlo–, si no presente, sí futuro. De momento, sin embargo, en las circunstancias actuales, y visto lo que hemos visto este jueves en el Congreso, mientras no llega la utopía, me inclino por un arroz con espardenyes para comer y un lamb tikka para cenar: Tradición, plurinacionalidad y multiculturalidad.

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