Patrimoni

Conservar o ser selectivo, el gran dilema sobre el patrimonio

La preservación de edificios y vestigios de tiempos pasados ​​puede chocar con la falta de presupuesto para mantenerlos o con planes que no prevén la salvaguarda del legado histórico 'in situ'

Los restos del Convento de los Capuchinos de Montcalvari, del siglo XVI, en la calle Girona de Barcelona, en una imagen de julio de 2023.
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BarcelonaPara conocer el pasado no es suficiente con recurrir a los archivos. De nuestra historia también resultan profusamente reveladores los restos arqueológicos que se esconden bajo tierra, así como los antiguos edificios. La conveniencia de preservar todo este patrimonio, que es un testimonio de primer orden sobre cómo vivían nuestros antepasados, parece fuera de duda, pero esta voluntad a menudo se encuentra con obstáculos. La falta de dinero por mantenerlo o la ejecución de transformaciones urbanísticas son dos de los más habituales. Y el debate reaviva cada vez que un elemento patrimonial está en riesgo: ¿debería preservarse todo vestigio del pasado o no hay más remedio que ser selectivo?

En Cataluña, entre las últimas decisiones tomadas sobre la preservación de elementos patrimoniales hay tres con un desenlace bien diferente: el derribo en el mes de enero de la estación de tren de Sant Feliu de Llobregat (Baix Llobregat ), inaugurada en 1854, aunque era una de las más antiguas del estado español; la construcción de un supermercado en Calella (Maresme) abierto en el 2023 que ha dejado el yacimiento romano del Roser-Mujal bajo las columnas que lo sustentan, y el acuerdo firmado también el año pasado para rehabilitar y hacer revivir a la majestuosa masía La Sala de Viladrau (Osona), parte de la cual se remonta al menos al siglo XIV y donde en 1594 nació el bandolero Serrallonga.

Hay dos figuras clave para proteger el patrimonio inmueble, que incluye yacimientos arqueológicos y edificios: pueden ser declarados Bien Cultural de Interés Nacional (BCIN) por la Generalitat cuando tienen un valor excepcional, categoría sobre la que sólo hay el Patrimonio Mundial de la Unesco, o bien de Interés Local (BCIL) por parte de los ayuntamientos o consejos comarcales. La subdirectora de Patrimonio Arquitectónico, Arqueológico y Paleontológico de la Generalitat, Marina Miquel, explica que el patrimonio incorpora "todos aquellos elementos que como sociedad hemos decidido que tienen un valor patrimonial". En el Inventario del Patrimonio Inmueble hay cerca de 65.000 elementos registrados, de los que 14.000 son yacimientos y el resto patrimonio arquitectónico. De ellos, 16.420 son BCIL y 2.460, BCIN.

La movilización ciudadana ha sido esencial para preservar el patrimonio catalán, y viene de lejos. Como recuerda Miquel, nació a finales del siglo XIX con la creación de los Centros Excursionistas, tomó una especial relevancia a partir de los años 60 y 70 por la labor de museos y centros de estudios locales, así como de asociaciones de vecinos, y actualmente se canaliza también a través de las redes sociales, donde frecuentan las llamadas de atención ante la posible destrucción de patrimonio no protegido, como la de ahora del característico alicatado retro de la coctelería Balius del Poblenou de Barcelona, ​​el futuro de la cual depende del Ayuntamiento. Miquel garantiza que cada caso se estudia y, cuando un elemento es declarado BCIN o BCIL, la ley de patrimonio establece "la no destrucción ni su traslado, salvo que sea razonado e inevitable".

Fue necesario hacerlo con la villa romana del Puente del Trabajo Digno de la Sagrera, en Barcelona, ​​que es un ejemplo paradigmático del dilema que suscita el patrimonio: las mismas obras del AVE que hicieron aflorar este yacimiento y que permitieron sufragar su excavación han hecho inviable preservarlo in situ. La arqueóloga Carme Miró, que formó parte del Servicio de Arqueología de Barcelona, ​​reivindica que “el patrimonio es un bien común y que todos debemos conservarlo”, pero al mismo tiempo hay que buscar el equilibrio: “No puede ser que el pasado hipoteque el presente y el futuro, pero tampoco podemos hacer desaparecer las cosas”. Al menos se debe documentar todo, y el descubrimiento de la Sagrera ha servido para demostrar que en el Pla de Barcelona ya se hacía vino antes de la fundación de la propia Barcino.

Retos pendientes de asumir

Como iniciativa ejemplar, Miquel cita el traslado del dolmen de Sòls de Riu para que no quedara bajo las aguas con la construcción del pantano de Rialb (Noguera), mientras que como actuación mejorable destaca el traslado de la basílica paleocristiana del Francolí para construir el centro comercial Parque Central de Tarragona, ya que se colocó en un aparcamiento y ha tenido "problemas de accesibilidad". Ahora la Generalitat ha asumido el redactado de una nueva ley de patrimonio, que se encuentra en la fase del proceso participativo y que debe poner al día la vigente, de 1993. La historiadora del arte Raquel Lacuesta, experta en catedrales del vino, incide en la importancia de la educación para romper con la indiferencia que, a su juicio, impera respecto al patrimonio. Pide a la Generalitat que le proteja "de manera más eficiente y clara" y lamenta que, "cuando hay intereses privados y de especulación de por medio, estos priman".

Miquel tiene la certeza "que se ha trabajado siempre bien y que siempre se ha legislado para garantizar la conservación del patrimonio". Con la nueva ley se quieren incorporar aspectos como el de la Guerra Civil, el industrial o el paisaje cultural, que puede estar integrado por las construcciones de piedra seca o las masías, que pueden caer en el abandono si no se las llena de vida, porque los propietarios no pueden asumir su mantenimiento. "Eliminarlas quiere decir eliminar la historia", advierte la técnica de patrimonio Marta Llobet, conocida como la Cazadora de Masies, que reclama que preservarlas se llame como un proyecto de país. Miquel considera que esto merece "una reflexión nacional" que sobrepasa la ley de patrimonio.

Al fin y al cabo, prosigue la subdirectora de Patrimonio, “cada sociedad preserva lo que cree que le corresponde”, ya menudo es gracias a la intervención de la sociedad civil, dice Josep Maria Contel, miembro del barcelonés Taller de Historia de Gràcia, que invita a no rehuir de los retos pendientes, como por ejemplo con el patrimonio industrial: a Barcelona le falta un museo del transporte, como ya tienen otras grandes ciudades del mundo, o recuperar el Tramvia Blau. "La sensibilidad, a veces, falta por muchas bandas, sobre todo políticamente", dice. Es del parecer que hay que sensibilizar a todos de la necesidad de velar por el patrimonio, pero "el patrimonio total", incluso el de casa, evitando tirarlo todo a la primera cuando mueren los abuelos.

Tesoros bajo el asfalto de Barcelona

Barcelona a menudo se debate sobre qué patrimonio conservar. En los últimos tiempos en la calle Girona han aparecido las antiguas vías del tranvía o los restos del Convento de los Capuchinos de Montcalvari del siglo XVI, y en la Rambla restos del convento de Sant Francesc y de la muralla moderna. Existen los hallazgos que se preservan in situ, como parte de la Vía Augusta y de la muralla en el Mercado de Sant Antoni, pero las que se hacen en la calle a menudo se documentan, se retiran objetos y se vuelven a tapar.

Los restos del convento de los Capuchinos de Montcalvari, del siglo XVI, calle Girona en una imagen del pasado verano.

La arqueóloga Carme Miró considera que, en caso de que unos restos se mantengan en su sitio, “se les debe dar una conservación digna”, con el presupuesto necesario, y no hacer como con el Baluarte del Mediodía, junto al 'Estación de Francia, inaccesible para la ciudadanía y donde se tira basura.

Los 1.322 refugios de la Guerra Civil son un capítulo aparte. Es "imposible" conservarlos y museizarlos todos, admiten Miró y Josep Maria Contel, por una cuestión económica y porque no siempre están en buenas condiciones. La web La ciudad de los refugios recoge la investigación realizada por el Servicio de Arqueología de Barcelona: algunos refugios son consultables en 3D, mientras que los visitables son sólo media docena. En todo caso, Miró asegura que el subsuelo de Barcelona "es un misterio fabuloso" que todavía puede dar "muchísimas sorpresas". Entre los retos pendientes, excavar la plaza de Sant Jaume para ver si se encuentra el Fórum romano.

La catedral del vino de Alella Vinícola

La preservación de un edificio muy querido puede ser pesada para las arcas municipales de un pueblo. Que se lo digan en Santa Pau (la Garrotxa), que tiene en marcha una campaña de micromecenazgo para “salvar” el castillo, o en Alella. Uno de los elementos más identitarios de este municipio del Maresme es el edificio de la bodega Alella Vinícola, una "catedral del vino" obra de Jeroni Martorell, discípulo de arquitectos como Puig y Cadafalch, y que empezó a construirse en 1906. Hacia finales del siglo XX, esta bodega entró en declive y la compró la familia Garcia Muntané para remontarla. Aquel proyecto privado ahora se ha convertido en la Bodega Marfil: ha trasladado su actividad vinícola y ahora la propiedad quiere dar otro uso al edificio histórico, que es BCIL y destacan las secuencias de arcos del interior.

La catedral del vino de Alella Vinícola.

Según relata el alcalde de Alella, Marc Almendro, inicialmente le plantearon convertirlo en un supermercado y después en viviendas, y el consistorio se afana por evitar su pérdida. "Posiblemente Alella sin la Vinícola es cualquier otro pueblo", dice Almendro, y añade: "Nos define como pueblo". Calcula que el edificio cuesta unos 3 millones de euros y que rehabilitarlo costaría unos 10 millones más, lo que ve "totalmente inviable" para el Ayuntamiento, que tiene un presupuesto anual de unos 12-13 millones.

Teniendo presente que dotar al edificio de un nuevo uso vinícola parece descartado, entre las diversas salidas figura que se ceda una parte al consistorio para destinarlo a usos públicos, como trasladar la biblioteca, y que el resto sirva para que la actual propiedad haga viviendas o sea compensada de otro modo. El alcalde cree que el esfuerzo estaría más que justificado: “Es de esos edificios que si pasados ​​50 años echemos la vista atrás, seguro que estaremos muy contentos o muy tristes de la decisión que se tome ahora”.

El yacimiento romano del Roser-Mujal

En frente del Hospital de Calella (Maresme) se encuentra el yacimiento del Roser-Mujal, que es una villa romana del siglo I que era propiedad de un productor de ánforas y que incluye unas termas. Las paredes de algunas salas se han conservado hasta casi el techo, y los restos están declarados BCIL. Desde Patrimonio de la Generalitat, Marina Miquel reconoce que "todo el conjunto es extraordinario y tiene un valor arqueológico, patrimonial e histórico muy considerable". Ahora bien, hay un hecho que ha inquietado mucho a la Plataforma para la Dignificación de la Villa Romana de Calella: el yacimiento se museizará por parte del Ayuntamiento, pero ha quedado bajo las columnas que sustentan un supermercado Aldi.

Por parte de la plataforma, Joan Juhé lamenta que el departamento de Cultura había dicho que “se habían encontrado las termas romanas mejor conservadas de Cataluña y ahora están bajo columnas y fragmentadas” –la obra del supermercado ha supuesto afectar algunos elementos del yacimiento–, lo que considera que vulnera la ley de patrimonio, porque no se ha respetado la integridad del yacimiento. Reprocha a Cultura y al Ayuntamiento haber priorizado los intereses económicos, cuando se había abierto “la posibilidad de construir un conjunto monumental único” como alternativa al modelo turístico imperante en municipios como éste, de sol y playa, y asegura: “El que no podrán hacerlo es ponerlo como ejemplo de conservación”.

Ahora bien, Miquel sí lo considera “un ejemplo de éxito”, porque defiende que si el consistorio, que podrá construir dos plantas más encima, no hubiera sacado adelante el proyecto, tampoco habría restos por visitar: “ Si no hubiera ocurrido esto, sería un yacimiento desconocido. No se habría excavado –lo ha pagado Aldi– y no habríamos sacado a relucir unas termas espectaculares”.

La estación de Sant Feliu de Llobregat

Uno de los capítulos más recientes de la destrucción del patrimonio es el de la estación de Sant Feliu de Llobregat (Baix Llobregat), derribada este enero en el marco del reivindicado proyecto de soterramiento del tren que Adif ejecuta con unos 120 millones de euros. inversión. La estación se inauguró en 1854 y era una de las más antiguas en funcionamiento de todo el Estado, junto con las de Cornellà y Molins de Rei. Para Jaume Solé, de la plataforma Salvem la Estación del Tren de Sant Feliu, la sociedad civil lo tiene difícil para recurrir a la justicia en casos así, y las administraciones "no le dan ganas".

Se había planteado conservar los elementos más significativos o reconstruir la antigua estación en otro lugar, pero parece que no va a pasar nada de eso. Por parte de la Generalitat, Marina Miquel recuerda que no estaba protegida –pese a las peticiones de la plataforma– y que, como era de Adif, “ni el Ayuntamiento ni la Generalitat se ha podido actuar de la forma preventiva y conservadora que se hubiera querido”.

Solé vaticina que “la nueva estación no aguantará 170 años” como la antigua. No han evitado el derribo –tampoco otro colectivo que le ha ocupado durante seis meses–, pero cree que lo han ubicado en el imaginario colectivo: “Empezamos sintiendo que no valía nada y hemos acabado sintiendo que lo que se ha destruido resulta que sí valía”. Sin ella cree que se hace más difícil explicar a las nuevas generaciones cómo Sant Feliu pasó de ser un pueblo de payés en una ciudad industrial.

La masía La Sala de Viladrau

Las masías representan una manera de vivir muy ligada al paisaje, un patrimonio en riesgo de desaparecer, porque son muy difíciles de mantener si no se utiliza. Consciente de ello, la directora de la Fundación Mas i Terra, Marta Llobet –la Cazadora de Masies– ha visitado cientos desde hace veinte años y ha sacado adelante el proyecto Masiaire, con el que ponen en contacto a propietarios de masías que no pueden mantenerlas con masoveros que se pueden quedar a vivir durante años a cambio de arreglarlas. Un total de 41 masías han formado parte del proyecto, encontrando masovero para una veintena.

Marta Lloret, conocida como la Cazadora de Masies, frente a la masía La Sala de Viladrau.

Ahora la fundación de Llobet tiene en marcha su particular proyecto Masiaire. La propiedad de La Sala de Viladrau les ha cedido la masía durante 30 años. Es una masía declarada BCIN, con partes de al menos el siglo XIV, y en 1594 nació el bandolero Joan Sala Ferrer, Serrallonga. La última persona que hizo uso fue un pastor, hasta el 2019. Por medio del expresidente de la Generalitat Quim Torra, se pusieron en contacto a Llobet y los propietarios, que “enseguida se vinieron a hacer la cesión”. "Son muy generosos, porque es un patrimonio que si quisieran podrían vender a un extranjero y sacar mucho dinero", dice Llobet.

Su objetivo es rehabilitar La Sala preservándola tal y como es para convertirla en la sede de la Fundación y continuar velando por la conservación de las masías mediante actividades culturales y formaciones de arquitectura tradicional. Por este motivo han puesto en marcha una campaña de micromecenazgo en la que se pueden realizar aportaciones a través del número de Bizum 08399.

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