El turismo en Cataluña sigue creciendo, pero a un ritmo más lento. En julio vinieron 2.394.535 visitantes extranjeros, un 3,7% más que el año anterior, gastándose 3.127 millones de euros, un 2%. Es cierto que el turismo sigue aumentando, pero lo hace al ritmo más bajo desde que acabó la pandemia. En los últimos cuatro años el crecimiento de visitantes había superado cada julio el 15% y el de gasto el 18%. Además, aunque la cifra absoluta de gasto ha aumentado, la media de lo gastado cada turista por día ha bajado un 0,7%, y el gasto por persona durante toda la estancia también ha caído un 1,5 %. La cantidad de visitantes que han pernoctado en hoteles también ha descendido un 1,5% respecto a hace un año. El número de visitantes en Catalunya, de hecho, no ha llegado a igualar todavía el de antes del estallido de la cóvid-19, mientras que en España, donde el crecimiento de visitantes es del 7,26%, el turismo extranjero sí ha superado los niveles prepandémicos.
Las cifras indican, pues, que el ciclo ascendente del turismo en Cataluña ha frenado este julio, aunque durante el resto del año no había sido así: el crecimiento de turistas internacionales desde enero es del 10,48% , sobre todo por los datos de abril y mayo. Esto no quiere decir, pues, que el sector del turismo esté en crisis, aunque tenga que empezar a caer, pero puede empezar a indicar que estamos a punto de tocar techo, que se acerca un punto de inflexión. Las protestas contra el turismo masivo, como la manifestación que se hizo en Barcelona, son un eco todavía tímido de las que se han hecho en Palma o en las islas Canarias, pero también señalan que hay malestar social, que quizás hemos llegado también un punto de inflexión en cuanto a la cantidad de visitantes que puede asimilar la sociedad.
Esta situación no es ni nueva ni única. La masificación turística también se vive en Francia, por ejemplo, donde Île-de-Bréhat, que tiene 400 habitantes, ha impuesto un límite de 4.700 visitantes al día. Las imágenes de Santorini a rebosar –donde se llegó a recomendar a los vecinos que limitaran la movilidad ante la llegada de 11.000 cruceristas– han llenado las redes sociales este verano. Y a la masificación hay que añadir los efectos del calentamiento global: el calor hace que algunos turistas se repiensen visitar según qué zonas en verano. Además, se prevé que sequías como la que nos afecta sean cada vez más habituales, y es de esperar que también afecten al sector. La evolución de la crisis climática hace previsible que estas situaciones puedan empeorar.
Puede que nos acerquemos a un punto de inflexión, al cenit del sector. Y es que, como todo, debe tener un límite, porque si el gasto medio por visitante y día bajo y la única forma de mantener las cifras es aumentar el número de visitantes, esto repercutirá en los sueldos, en toda la sociedad y también en la calidad del turismo en sí. No tenemos más remedio que regular el sector para que sea tan provechoso para el país como sea posible sin que implique costes inasumibles. Y al mismo tiempo empujar a la economía hacia la diversificación: Cataluña no debería ser un monocultivo turístico.