La crisis climática también es una crisis catalana

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Parque eólico en Pradell de la Teixeta, en el Priorat. En Cataluña existen 1.257 MW eólicos en servicio y 636,46 MW eólicos autorizados.

A veces parece que lo del clima es algo tan grande, tan global e inalcanzable, que no va con nosotros; hay quien piensa que lo que hagamos en nuestro entorno más inmediato de poco servirá. Es un autoengaño clamoroso. La sensación de impotencia, por muy real que sea, es peligrosa. La crisis climática es glocal, concepto muy preciso: en efecto, si se quiere revertir los efectos del calentamiento general, sin duda deben tomarse decisiones a escala planetaria, pero también sin duda deben aplicarse localmente, en cada país, cada ciudad, cada pueblo y cada casa. No vale expulsarse la responsabilidad. Es toda la humanidad la que está en juego y es en cada rincón del planeta que es necesario actuar. También en Cataluña, donde tenemos pruebas científicas y evidencias palpables en nuestro día a día de que las cosas no van bien. Cuesta más concienciar a la gente del problema de las emisiones de CO₂, pero, en cambio, resulta evidente y comprobable el aumento sostenido y rápido de la temperatura (tanto el ambiental como la del agua del mar) y la pertinaz sequía, que está comportando una grave carencia de agua. De hecho, estamos muy cerca de llegar al récord negativo de reservas de agua en los pantanos.

Todo lo cual hace imprescindible y urgente pensar y actuar, con una visión colectiva que implicará asumir las contradicciones inevitables y buscar amplios consensos políticos y sociales. La cuestión es lo suficientemente grave como para que toque aparcar diferencias ideológicas y maximalismos. El ahorro de agua (con infraestructuras más eficientes y concienciación general) y la transición energética deben ponerse en marcha a toda costa. Llevamos retraso en ambos campos. Ahora mismo da miedo ver cómo, más allá de las restricciones anunciadas, el conjunto de la ciudadanía no parece realmente preocupada por la falta de agua ni se le ha pedido una implicación efectiva. ¿Estamos aplazando el problema? No se trata de generar angustia ni alarmismo, pero quizás sí que sería necesario un grado más alto de concienciación.

Más complicado es qué hacer y cómo llegar a políticas concertadas con la transición verde. Es necesario un debate serio y honesto, con pros y contras. Se está creando un clima de contestación en muchas comarcas del país en contra de la instalación de placas solares y molinos de viento. No faltan razones: el respeto al medio natural y a los valores del paisaje y del patrimonio son relevantes, como lo es también la viabilidad de las explotaciones agrícolas, de la pesca y del turismo. Pero si estos argumentos son los únicos, no habrá posibilidad alguna de avanzar en las imprescindibles energías eólica y solar, históricamente defendidas por el ecologismo. Hay que tener en cuenta que las centrales nucleares catalanas, que no producen en efecto gases de efecto invernadero, generan más del 50% de la electricidad del país y estan envejecidas: se calcula que como máximo pueden funcionar hasta el 2035. Por lo tanto, si su relevo deben tomarlo las energías verdes, hay que actuar con celeridad. Y no parece que lo estemos haciendo de verdad. La crisis climática es también una crisis catalana y no la estamos afrontando con suficiente decisión ni valentía.

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