El músico publica 'Made in Spain', una carta de amor al país que asegura que le ha salvado la vida

James Rhodes: "¡Despertaos! El fascismo no es política, es lo peor de la humanidad"

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James Rhodes, al piso de Madrid donde vive

MadridJames Rhodes (Londres, 1975) recibe al ARA en su espacioso piso de Madrid, donde la sala de estar comparte espacio con un imponente piano de cola que toca cada día cuatro horas. Se ha convertido en el refugio del pianista en el último año de pandemia, el tiempo que lleva sin hacer un concierto. Se muere de ganas de volver a pisar Barcelona y confía estar ahí por Sant Jordi para firmar su quinto y último libro, Made in Spain. Cómo un país cambió mi forma de ver la vida (Ediciones B, 2021). Es la otra cara de Instrumental (Blackie Books, 2015). Si en el primero relataba los abusos que sufrió durante la infancia, ahora escribe una larga carta de amor a España, el país donde vive desde el 2017 y que asegura que le ha salvado la vida. Pero no todo es una luna de miel: en el libro también relata los ataques que ha sufrido por impulsar la ley de protección de la infancia.

¿Qué pasa en abril del 2016 después de un concierto en Gijón?

— Mi vida en Londres era una mierda, ahí me había pasado lo peor. Y empecé a hacer conciertos en España. Gijón, Barcelona, San Sebastián, Madrid... Cada ciudad era un milagro. La comida siempre era increíble, en cada concierto había gente maravillosa, cálida, acogedora, llena de bondad, y después de unos meses me pregunté por qué tenía que volver. No tenía nada que hacer en Londres: es tres veces más caro, muy sucio, siempre llueve, la comida es una porquería, la gente es racista... Entonces llamé a Jan de Blackie Books, la editorial donde publicaba entonces, y le pregunté si conocía a alguien en el sector inmobiliario. No sabía si en Barcelona o Madrid, pero no tardaría en mudarme. Y aquí estoy ahora.

¿Por qué optó por Madrid?

— Me encanta Barcelona, era la opción inicial, no sé si fue un error... Però al final fue por mi novia, que también se instalaba aquí. Habría sido una locura mudarme a Barcelona teniéndola en Madrid.

Habla de España como de una “comunidad”. ¿Bien o mal avenida?

— España está dividida en 17 comunidades, no siempre bien avenidas. Però a mí vivir en una “comunidad” me da un sentido de hogar, lo que siento que me ha dado España: una familia. Es una prueba de que España está hecha de estas cosas: de comunidades, de amistades... Como cuando te dicen “te acompaño en el sentimiento” en vez de “lamento tu pérdida”, como decimos en inglés. ¿Hay un idioma más empático en el planeta?

Pero hay un momento en el que dice que pasa de la “inocencia” a la "maduración”. ¿Cómo fue el despertar?

— Bueno, todavía sigo despertando... [Ríe]. El libro es mi manera de dar las gracias a España, que me ha cambiado la vida, y mi amor sigue siendo muy profundo. Pero el problema fue meterme en política. Y por la cosa más sencilla, más humanitaria... La ley de protección de la infancia. Tendría que ser la cosa más normal del mundo, no es que hablemos de Catalunya... Y en eso sí que no me quiero meter.

¿Con qué se encontró después de reunirse con Pedro Sánchez en verano del 2018 en la Moncloa?

— Te ven en una foto con un político y de repente eres un rojo. Da igual el contexto. España es bastante esquizofrénica: he pagado un precio que ni te puedes imaginar pot meterme en política, casi no lo explico. Los golpes que he recibido de parte de la derecha mediática... De El Mundo, el Abc, La Razón, El Confidencial... ¡Por hacer un cosa como proteger a los niños! Hay un periodista que una semana dice “este tío es maravilloso, un pianista increíble, un escritor increíble”, y literalmente una semana más tarde sale una foto mía con Pedro Sánchez o con Manuela Carmena y te dicen que eres un hijo de puta, el peor pianista del mundo... ¿Dónde está la integridad de estos periodistas, y su profesionalidad?

Relata reticencias en el ámbito musical de directores, como el del Auditorio de Madrid. ¿Cree que son fruto de esta crispación?

— Bueno, no creo que las movidas de la música clásica sean por la ley, pero sí tiene que ver con lo que pasa entre la derecha y la izquierda. Esta idea que hay de la música clásica como un arte superior para los pijos es muy de derechas. Las mujeres mayores con sus abrigos de piel que van por el Auditorio de Madrid... Y de repente tienes a alguien que va con vaqueros, que toca y habla. Y entonces sale este tío que dirige el Auditorio y dice que soy “peligroso”. ¡Peligroso! Es Bach, ¡Díos mío! No puedes decir que la música clásica tiene que cambiar y a la vez decir que no te gusta el público que va a los conciertos porque quieres al del barrio de Salamanca. Son estos franquistas hijos de puta que...

¿Ha notado, pues, las heridas de la Guerra Civil y la dictadura?

— Naturalmente, te hace pensar sobre si las cosas realmente han cambiado mucho. Si hubiera otro Lorca hoy en día, ¿sería también encarcelado, censurado o perseguido? Probablemente sí. Hay más gente creativa encarcelada aquí que en China, porque hay una falta de libertad de expresión. No sé qué razones tienen, pero lo que sí sé es que es maravilloso que la ley de protección de la infancia se haya aprobado y que esté tocando en el Liceu, en el Palau, en el Auditorio con las entradas agotadas, con un público nuevo, joven y en vaqueros. Y los otros que se jodan.

¿Cre que hay marcha atrás en esto? ¿Se impondrá la demanda?

— Con la música soy muy optimista, pero todo empieza por la educación y, obviamente, esto no pasa solo en España, pasa en todas partes. La educación creativa es complicada, porque no hay dinero y en estos momentos hay una generación entera de niños y niñas que no tienen ni puta idea de quién fue Bach o no han escuchado nunca tocar a una orquesta, y esto es muy triste, porque lo que estamos diciendo es que si tu familia tiene dinero podrás aprender a tocar un instrumento, pero si no es así, lo siento. Me pregunto cuántos Albéniz, Javier Perianes o Rosalía nos estamos perdiendo porque no se han dado oportunidades. Se tiene que poner más dinero.

En el libro también repasa la relación con su madre. Un lunes del 2019 moría, el miércoles la enterraban y el viernes tenía un concierto. ¿Cómo se puede gestionar esto?

— Fue una locura. Pero para mí, cuando murió mi madre, perdí el último vínculo real con Inglaterra y sentí que podía cortarlo, y ahora estoy aquí y puedo recibir con los brazos abiertos el hecho de ser español. España me ha ayudado a aprender a perdonar, y esto también me ayudó en los últimos meses de vida de mi madre, que fueron una locura porque también sentía el acoso de los medios españoles.

Llega el verano del 2020 y cierra los dos temas que han agitado su vida: la ley de protección de la infancia, ya aprobada en el consejo de ministros, y cuidar a su madre. ¿Cuál es ahora el próximo objetivo?

— Quiero ayudar a la gente, porque siempre ha sido mi motivación. Pero también quiero estar un tiempo fuera del foco mediático y concentrarme en el piano. Hay muchas cosas por hacer: con la educación musical, la cultura, pero también con la injusticia económicamente hablando. Cuando veo a Isabel Díaz Ayuso desayunando con Rocío Monasterio, la líder de Vox en Madrid, exploto. ¿Cómo podemos quedárnoslo mirando y pensar que esto está bien? ¡Son las dos mujeres más peligrosas de España! ¡Esta gente está loca!

Pero esto significará volverse a meter en política.

— No, despertaos, ¡esto no es política! Esto es fascismo y el fascismo no es política. [Javier] Ortega Smith, [Santiago] Abascal, Monasterio... no son políticos. Son matones, fascistas, racistas... Son lo peor de la humanidad enmascarado de políticos.

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