Europa se la juega en Francia

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Marine Le Pen ha ganado claramente las elecciones en Francia.

Las elecciones europeas han traído una sacudida de extrema derecha, especialmente relevante en el eje franco-alemán, motor de la unidad y la paz europeas de la segunda mitad del siglo XX. La sombra de un pasado fascista vuelve a planear sobre París y Berlín. ¿Cómo podemos haber olvidado tan rápidamente la tragedia de la que venimos? A pesar de las diferencias de época, no se puede minimizar el peligro de esta involución en derechos y libertades, de ese freno a la tolerancia ya un progreso compartido. Aparte de las dudas democráticas, una Unión Europea cada vez más condicionada por el extremismo xenófobo será más inconsistente en la escena internacional y más inestable internamente. Y una y otra cosa acabarán teniendo consecuencias económicas.

Esto es lo que está en juego a partir de ahora, y lo que de entrada se decidirá sobre todo en Francia, donde el presidente Macron ha doblado la apuesta con la convocatoria de elecciones legislativas. ¿El objetivo? Hacer reaccionar a sus conciudadanos para frenar la ultraderecha. Si la operación sale bien, el europeísmo democrático conservador, liberal o socialista –el conglomerado tricolor que todavía domina en la Eurocámara– respirará aliviado. Si, por el contrario, la extrema derecha gala da un nuevo paso adelante, el peligro de retroceso continental se hará más real. Europa, pues, se la juega en Francia. Y no será, la de estas próximas semanas, una partida fácil.

Combatir la demagogia antipolítica y anti-Bruselas es realmente complicado. Entre otras cosas, porque la gobernanza de las instituciones comunes no ha sido precisamente ejemplar ni transparente. La burocracia y la lejanía de los ciudadanos las ha convertido en un enemigo perfectamente identificable para los viejos nacionalismos de estado, empezando por el francés, a los que les resulta sencillo sumar a sus enemigos a batir la inmigración (sobre todo la musulmana) igualándola a delincuencia . En la maraña de la batalla cultural de este reaccionarismo disfrazado de rechazo a una supuesta casta está también la defensa de la familia tradicional, la negación o relativización del ambientalismo climático y el miedo a las diferencias identitarias. Los partidos no extremistas tendrán que tratar con valentía y sin eufemismos estos asuntos.

En otras latitudes europeas, la partida se ha decantado ya del lado oscuro de la historia. La Italia de Meloni, que algunos pretenden blanquear, se ha afianzado este 9-J. Hungría de Orbán y Eslovaquia de Fico son también ejemplos de cómo se puede debilitar el estado de derecho (tienen a Putin como referente indisimulado). En los países nórdicos o en Polonia se ha detenido el auge ultra, que sin embargo sigue subido. También en España, donde gobierna o condiciona gobiernos en diversas comunidades autónomas y donde no disimula su estridencia anticatalana. El cierre mental y la dialéctica de "conmigo o contra mí" están a la orden del día. Europa se ha polarizado.

Francia, el país del viejo lema revolucionario ilustrado "Libertad, igualdad y fraternidad", es hoy escenario de crecientes simpatías autoritarias y xenófobas, de políticas que incrementarán las desigualdades y de un espíritu de confrontación política, cultural y social que no augura nada bueno. Si Francia cae por esa pendiente, Europa difícilmente resistirá.

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