Minas antipersona

“Una mina antipersona cuesta cinco euros. Pero ¿quién paga los miles de euros que vale cada prótesis?

El fotógrafo Gervasio Sánchez documenta durante 25 años la vida de personas de nueve países distintos que quedaron mutiladas por minas

Mónica Paola Ardila, que perdió la visión y sufrió la amputación de la mano izquierda y dos falanges de la derecha en Colombia cuando tenía solo 7 años.
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BarcelonaEl libro no se podría haber publicado en mejor momento. Ahora que todo el mundo habla de geopolítica ante el ataque de Hamás a Israel, o de la necesidad de proporcionar armas a Ucrania para frenar los pies a Rusia, el periodista y fotógrafo Gervasio Sánchez nos vuelve a dar una bofetada de realidad con su libro de fotografías Vidas minadas, 25 años. Él no se dedica a hacer análisis grandilocuentes sino a mostrar en imágenes el día a día de los civiles que sufren las guerras y las secuelas que arrastran para toda la vida. Es decir, lo que les pasa cuando el conflicto ya no es noticia. Sus fotografías, en blanco y negro, impresionan y también las desgarradoras historias que explica. Pero quizás lo que sorprende más del libro es la resiliencia, la capacidad de superación del ser humano, incluso en las peores circunstancias.

Vidas minadas, 25 años (Blume), publicado en catalán, castellano e inglés, recoge el testimonio de once personas que resultaron heridas por minas antipersona en países tan dispares como Angola, Mozambique, Camboya, Afganistán, Irak, El Salvador, Nicaragua, Colombia o Bosnia-Herzegovina. En todos los casos las consecuencias fueron devastadoras. La lista de países podría ser aún más larga, porque las minas antipersonas se continúan utilizando en todos los conflictos a pesar de la firma del Tratado de Ottawa para su prohibición en 1997. Además los países que más tienen –Estados Unidos, Rusia y China- nunca firmaron el acuerdo.

Por eso Gervasio no ha cejado en su denuncia. Este es el cuarto libro de fotografías que publica sobre esta temática. Pero a diferencia de los anteriores y tal y como indica el título, en esta ocasión muestra la evolución de las víctimas durante el último cuarto de siglo. Nunca antes nadie había hecho algo así y aún menos plasmarlo en imágenes. El libro tiene un valor incalculable.

En marzo de 1996 es cuando Gervasio tomó la primera fotografía de Adis Smajic. Entonces era un adolescente de 13 años que se debatía entre la vida y la muerte en un hospital de Sarajevo, tras tocar una mina antipersona cuando jugaba a fútbol con sus amigos en la calle. El fotógrafo lo encontró postrado en una cama, mientras su madre lo intentaba reconfortar dándole besos. El niño había perdido el ojo izquierdo, había sufrido la amputación del brazo derecho y decenas de minúsculos pedazos de metal se habían incrustado en su cuerpo. Su cara estaba llena de heridas. La guerra había acabado en Bosnia-Herzegovina hacía tres meses.

Adis Smajic, junto a su madre, cuando se debatía entre la vida y la muerte en un hospital de Sarajevo.

Ahora Adis ha cumplido 41 años, se ha casado y es padre. En el libro aparece sonriente con su mujer y es él quien besa a sus dos hijos. Tiene profundas cicatrices en la cara, disimula su falta de visión con unas gafas oscuras y lleva una prótesis en al brazo derecho. “El dolor brutal que ha sufrido en todos estos años es inimaginable”, reniega Gervasio. El joven se ha tenido que someter a una trentena de intervenciones quirúrgicas. Muchas de ellas tuvieron lugar en Barcelona y fueron financiadas por la compañía DKV Seguros gracias a la intermediación del fotógrafo. Algo de lo que, por cierto, ni la empresa aseguradora ni el autor hicieron nunca bandera.

Adis, con uno de sus hijos. Tiene profundas cicatrices en la cara y disimula su falta de visión con unas gafas oscuras.
Adis, con sus dos hijos y su esposa.

“Cuando desperté, estaba tumbada en la cama de un hospital. Intenté levantarme, pero mi madre me dijo que no lo hiciera porque ya no tenía piernas”. Así recuerda Sofia Elface Fumo sus primeras horas después de pisar una mina antipersona cerca de su casa en Mozambique. A pesar de que han pasado tres décadas, no puede evitar emocionarse. Todo aquello ocurrió cuando tenía solo 11 años. Había salido a buscar leña junto a su hermana pequeña, María, que murió un mes después de que el artefacto explosivo las hiciera volar a las dos por los aires. Gervasio conoció entonces a la niña en el hospital ortopédico de Maputo, la capital mozambiqueña. En el libro aparece retratada con sus dos piernas amputadas y sosteniendo unas prótesis cuando era solo una cría.

Sofía Elface Fumo, con las dos piernas amputadas y sosteniendo unas prótesis cuando era sólo una cría.

Ahora Sofia es una mujer de 41 años y tiene cinco hijos. Durante todo este tiempo ha cambiado de prótesis una docena de veces. “Después de dos embarazos, tenía las prótesis destrozadas y los muñones hechos una sangría”, describe Gervasio. Porque la cosa no es tan sencilla como tener unas piernas de plástico y ya está. Hay que renovarlas cada cierto tiempo para adaptarlas a los cambios del cuerpo y eso no es tan fácil. “Una mina cuesta cinco, siete, ocho euros. Pero ¿quién paga los miles de euros que vale cada prótesis? –denuncia el fotógrafo-. Las empresas armamentísticas y los bancos que invierten en armas deberían asumir esa factura”. 

Sofía sonriendo, con cuatro de sus cinco hijos.

Sofia explica que la primera vez que se dejó fotografiar por Gervasio pensó que posiblemente no lo volvería a ver nunca más. Pero el periodista regresó una vez, y otra, y otra a Mozambique y a los muchos países donde ha inmortalizado con su cámara a los mismos mutilados durante décadas. Tanto es así que Sofia confiesa que considera a Gervasio casi un padre y ha puesto su nombre a su último hijo.

La mujer participó en la presentación del libro en Barcelona días atrás, junto a otro de los protagonistas, el salvadoreño Manuel Orellana. Porque esa es otra obsesión del fotógrafo: acercarnos la realidad al máximo para que comprobemos que esas personas que nos parecen tan lejanas son más similares a nosotros de lo que creemos, pero han tenido la desgracia de nacer en un país en guerra.

Sofía en su casa mientras una de sus hijas le hace una trenza.
Sofía lleva dos piernas ortopédicas y necesita unas muletas para caminar.

Gervasio reconoce que algunas veces le costó volver a localizar a algunos de los protagonistas del libro. Por ejemplo, en el caso del nicaragüense Justino Pérez, pidió a una radio local que difundiera un mensaje por antena para que el hombre supiera que lo estaba buscando. El afgano Medy Ewaz Ali cambió varias veces de número de teléfono y de domicilio a lo largo de los años. Cada vez que el fotógrafo viajaba a Kabul, le suponía un quebradero de cabeza encontrarlo. Lo fotografió por primera vez en 2006, cuando tenía solo 10 años. Ahora Medy es un joven de 27 años que vive en Madrid. Fue evacuado de Afganistán por el gobierno español cuando los talibanes regresaron al poder en 2021. En el libro aparece sonriente haciéndose un selfi con su hermana delante de la célebre escultura del Oso y el Madroño.

Medy Ewaz Ali, con la pierna amputada en su casa de Kabul cuando era un niño.
Medy haciéndose un selfie con su hermana ante la célebre escultura de Oso y Madroño de Madrid.

“He dejado de creer que nuestro trabajo como periodistas sirva para algo. Vamos a guerras, denunciamos lo que pasa, los políticos solo hacen declaraciones pomposas y manipuladoras, pasa el tiempo del impacto mediático y nos olvidamos. Este proyecto me ha servido como anclaje moral y ético para no abandonar la profesión”, afirma el reportero. Según dice, esas víctimas de las que después nos olvidamos son los que realmente hacen “actos heroicos” que nadie documenta.

Actos heroicos

Por ejemplo, explica, Manuel Orellana, que se dedicaba al campo y perdió las dos piernas, ha conseguido ganarse la vida cosiendo camisetas y que tres de sus cuatro hijos estudiaran en la universidad. Sofia debía recorrer cada día en silla de ruedas 9,6 kilómetros para ir al instituto y, aun así, no abandonó los estudios y completó la educación secundaria. El libro está lleno de historias alucinantes que invita a pasar las páginas.

“Con los gobiernos de Pedro Sánchez, incluido el segundo con el apoyo de Podemos, las ventas de armas han proseguido al mismo ritmo que durante las legislaturas anteriores. En 2022, Ucrania se convirtió en uno de los principales destinatarios de armas españolas, y Arabia Saudí, una dictadura teocrática, que viola sistemáticamente los derechos humanos y que está implicada directamente en la terrible guerra de Yemen, continuó copando el primer puesto de nuestras exportaciones”, denuncia el fotógrafo, que no soporta el cinismo de los políticos y la falta de transparencia sobre el comercio de armas. Y advierte: “Que se vayan preparando los ucranianos con las minas antipersona”. La mayoría de las víctimas quedan mutiladas cuando ya ha acabado el conflicto. Las minas son el enemigo oculto que, por desgracia, perdura en el tiempo.

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