La guerra que no se podía ganar

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Chris Donahue, el último soldado de los Estados Unidos que ha salido de Kabul

BarcelonaUn día antes del plazo previsto, el último militar norteamericano ha abandonado Afganistán. La fotografía nocturna distribuida por el Pentágono nos muestra a Chris Donahue, comandante de la 82a división aerotransportada, subiendo al último avión de las fuerzas armadas norteamericanas que se ha elevado desde el aeropuerto de Kabul. Con las primeras luces del día, los talibanes han entrado dentro del aeropuerto y han tomado posesión de los aviones que hasta hace poco formaban parte del ejército del aire afgano (pagados con dinero occidental). Las imágenes de los talibanes celebrando la salida de los norteamericanos certifican el final de una intervención militar que ha durado dos décadas y que se ha saldado con una derrota militar, porque los talibanes vuelven al poder, pero con el compromiso que Afganistán no volverá a ser la base de ataques terroristas a los Estados Unidos.

Recordemos que en unas semanas se cumplirá el 20º aniversario de los atentados del 11-S en los Estados Unidos, que desencadenaron la intervención en Afganistán porque los talibanes protegían a Osama bin Laden y tenían buenas relaciones con Al-Qaeda. Dos décadas después de aquellos atentados, el mundo ha cambiado de manera significativa. La principal amenaza islamista ya no es Al-Qaeda, sino una versión mucho más peligrosa, el Estado Islámico, una guerrilla que llegó a controlar una extensa zona entre Irak y Siria, donde instauró su califato a la vez que instigaba atentados en Europa. Bin Laden fue capturado y ejecutado hace una década cuando Obama era presidente de los Estados Unidos. Y en Irak, donde los Estados Unidos de George Bush iniciaron una guerra saltándose la legalidad internacional y mintiendo sobre la existencia de armas de destrucción masiva, han muerto centenares de miles de civiles en la larga y sangrienta guerra civil que sucedió al derrocamiento de Saddam Hussein.

El mundo ha cambiado y Washington llegó a la conclusión de que la de Afganistán era un tipo de guerra que no podía ganar nunca, y que era mejor pasar por la experiencia traumática de una retirada antes que seguir afrontando un goteo de bajas y un gasto disparado. Si lo miramos con perspectiva, los Estados Unidos han estado el doble de tiempo que los soviéticos (1979-1989). Durante este tiempo se habían hecho adelantos, por ejemplo en los derechos de las mujeres, que ahora están en peligro. Por eso la retirada no se puede convertir ahora en una estampida que agrave todavía más la situación. La comunidad internacional tiene que seguir teniendo ojos sobre el terreno y tiene que asegurarse de que los talibanes y otras milicias o facciones que pueda haber no cometen atrocidades.

Aún así, y como la palabra de los talibanes es muy poco de fiar, seguirá habiendo afganos que querrán huir de su país porque sentirán que su vida corre peligro. Estas personas tienen que ser tratadas como refugiados de guerra según el derecho internacional. La Unión Europea no se puede desentender ahora de unas personas del futuro de las cuales es parcialmente responsable. Esto sería contrario a los valores sobre los que se edificó la UE después de la Segunda Guerra Mundial.

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