La historia del chef y la sumiller que se enamoraron en la cocina de El Bulli
Así se conocieron los propietarios del restaurante Dos Palillos
El chef Albert Raurich y la sumiller Tamae Imachi, propietarios del restaurante Dos Palillos, no se conocieron en cualquier sitio: estuvo en El Bulli de Ferran Adrià, en la cala Montjoi, donde él hacía de jefe de cocina y ella apenas allí empezaba a hacer de sumiller. Fueron unos años muy intensos, explica Raurich: “Trabajo en la hostelería desde que tengo diecisiete años, y ahora que trabajo doce horas diarias es cuando menos he trabajado en mi vida. En El Bulli trabajábamos dieciséis horas o más”. Aun así, hubo espacio para el amor. Y para el flirteo. “Tamae dice que fue ella que me sedujo a mí, pero yo digo que piqué mucha piedra”, reivindica Raurich.
La mayoría de los trabajadores de El Bulli iban a dormir a Roses, y sólo algunos se quedaban a dormir en cala Montjoi. "Ferran Adrià me vio y dijo: «Este es una pieza. La pieza que duerma aquí, que si la enviamos a Roses, con la fiesta y las turistas, no vuelve»". Así que mientras algunos tomaban cervezas en Roses, Raurich se quedaba en el restaurante con los que plegaban últimos, camareros y sumilleres. “Cuando termina el servicio hay una serie de copas que se limpian a mano porque son carísimas, ya Tamae, que había sido de las últimas en llegar, a menudo le tocaba ese trabajo. Nos quedábamos hasta tarde con ella y los camareros y probamos los vinos que los clientes habían dejado en los culos de las botellas: ¡nunca había probado vinos de 500 o 2.000 euros!”, rememora Raurich.
Poco a poco, el chef y la sumiller se fueron acercando, con algunas resistencias. “Los japoneses tienen mucha disciplina en la vida, y en el trabajo aún más. Ella decía que, por jerarquía, no podía salir conmigo, que era el jefe de cocina. Que si fuera un cocinero o ayudante de cocina… Yo le dije que se dejara de hostias”. La disciplina finalmente pasó a un segundo plano y Raurich e Imachi disfrutaron juntos del verano.
"Pero entonces llegó el invierno, medio equipo se fue a Barcelona y yo me quedé en cala Montjoi, trabajando en los liofilizados. No le llamé en todo el invierno. Así que cuando volvió al verano estaba más bien enfadada: «No soy una chica de verano», me dijo. Entonces sí tuve que picar piedra", explica risueño. Desde entonces llevan 21 años viviendo y trabajando juntos.
Raurich dice que no sabría decir qué es el amor, aunque seguramente se asemeja bastante a “la sensación de confort que tiene cada día cuando se levanta y abraza a Tamae”. Y sobre el amor que siente, añade: "Somos dos pajaritos en la misma jaula, pero la jaula siempre está abierta".