El fin del imperio de la patata frita afgana

Decenas de empresas del polígono industrial de Herat cierran o despiden a centenares de trabajadores

Mujeres trabajando a la empresa Manda, en el polígono industrial de Herat
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Enviada especial a Herat (Afganistán)Las patatas fritas de bolsa Mana son famosas en todo Afganistán. Se pueden encontrar en cualquier provincia del país y se caracterizan por su originalidad. Las hay de todos los gustos: con vinagre, con pimienta, al limón… e incluso con kétchup para los más atrevidos. En la entrada de la fábrica diversos operarios trabajan cargando un camión tráiler. Se pasan las cajas llenas de bolsas de patatas de mano en mano, formando una cadena. A simple vista, nada ha cambiado con el regreso de los talibanes.

“Antes teníamos 400 trabajadores y ahora solo tenemos 112”, suelta de entrada el director de la empresa, Humayum Mohmand, dejando claro que la apariencia de normalidad es una pura entelequia. En su despacho agasaja a los invitados con té y un plato a rebosar de patatas fritas, como no podía ser de otra manera. “La semana pasada despedimos a cien personas”, sigue explicando. Así, de una tacada y sin miramientos porque aquí, en Afganistán, no hay finiquitos ni indemnizaciones que valgan. Pero es que, justifica el empresario, no le salen las cuentas: “Ya no hay mercado para nuestros productos”. Desde que los talibanes llegaron al poder, Afganistán ha caído en una profunda crisis económica y, en estas circunstancias, la gente a lo último a lo que destina el dinero es a comprar patatas fritas.

Motor económico del país

Mana es una de las empresas que formaban parte del milagro de Herat, porque realmente se puede considerar un milagro que en esta ciudad del noroeste de Afganistán naciera un polígono industrial de la nada y se convirtiera en uno de los motores económicos del país. El presidente de la Cámara de Industrias y Minas de Herat, Hamidullah Khadem, asegura que llegó a haber 400 fábricas entre 2005 y 2010, la época dorada. De hecho, en la sede de la Cámara de Industrias se exponen en dos grandes vitrinas todos los productos que se fabricaban en la ciudad: desde refrescos tan populares como la Súper Cola –que pretendía hacer la competencia a la Coca-cola- hasta todo tipo de galletas y zumos, pinturas, cañerías o medicinas.

El declive económico empezó en 2014, cuando se retiraron la mayoría de las tropas internacionales de Afganistán, asegura Khadem. Pero la estocada final ha sido la llegada de los talibanes al poder. “Ahora solo quedan entre 150 y 170 empresas y, como las cosas no cambien, muchas cerrarán”. Aún así el presidente de la Cámara de Industrias no culpa a los talibanes por ello, sino al bloqueo financiero que Afganistán sufre en la actualidad desde que la comunidad internacional ha congelado todas las reservas internacionales del país.

“Es muy difícil hacer transferencias internacionales, y eso imposibilita la importación de materias primas”, se queja. A eso se añade que muchísima gente se ha quedado sin trabajo. “Policías, militares, mujeres, gente que trabajaba para ONGs, para proyectos internacionales, o en las propias fábricas del polígono…”, enumera. Y si la gente no tiene dinero, tampoco consume. Es un pez que se muerde la cola. La producción de las fábricas en Herat se ha reducido al menos un 25% para adaptarse a la escasa demanda, y las que exportaban productos al extranjero también han dejado de hacerlo.

Una joven trabajadora de la fábrica de patatas fritas Mana.

En la empresa Mana había antes tres turnos de trabajo. Ahora solo hay uno. Y sus patatas fritas se exportaban a Turkmenistán, pero ahora toda la producción se queda en Afganistán. “A principios de año distribuimos semillas a campesinos de Herat para que planten patatas y después se las compramos. Pero ahora, en esta época del año, las patatas las importamos de Irán”, explica el director de la empresa. Y eso, claro, ahora también es un inconveniente. Del país vecino también proviene el plástico que utilizan para empaquetarlas, e importan de los Países Bajos los aditivos con las que les dan diferentes sabores. 

En la fábrica los operarios trabajan hasta las cinco de la tarde. Sorprende porque hay algunas mujeres, la mayoría muy jóvenes. Se dedican sobre todo a empaquetar. “De momento los talibanes no me han puesto problemas para trabajar, pero no sé hasta cuándo”, dice a gritos una de ellas, Shamsie Aghlaghi, que tiene 18 años. La máquina empaquetadora hace tanto ruido que hace difícil entenderse dentro del recinto.

El director de Mana aclara que tuvo que negociar con los radicales para que las mujeres pudieran seguir trabajando. Ahora tienen 37 empleadas. “Lo aceptaron pero de manera temporal”, precisa. En cambio lo que no consintieron es que Mana siguiera emitiendo anuncios en la televisión en los que aparecía una mujer comiendo patatas fritas con música de fondo. “Me dijeron que no podía haber ni música ni mujeres”.

 

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