¿Conservador? ¿Liberal? A cada paso, el PP no hace más que confirmar su involución a remolque de Vox. ¿El último hito? Defender la prohibición de los partidos catalanes que estén a favor de un referendo sobre el futuro político de Catalunya. En concreto, el PP ha registrado en el Congreso este miércoles por la tarde una enmienda a la totalidad contra la ley de amnistía, enmienda en la que plantea la "disolución" o "suspensión de actividades" de partidos políticos u organizaciones sociales y culturales –sin mencionarlas, se refiere a Òmnium o el ANC– que promuevan referendos ilegales o declaraciones de independencia. Así pues, el PP ya no sólo niega la posibilidad de desescalar el conflicto político Catalunya-España con la desjudicialización del Proceso, sino que opta por el camino contrario: mayor castigo. ¿Si vuelven a gobernar un día, dejarán fuera de juego no ya el independentismo, sino todo el soberanismo? ¿Apartarán de la vida democrática más de la mitad de las formaciones catalanas? Claro: de entrada, la discusión quizá habría terminado, pero el problema se haría mucho mayor.
La democracia española tiene un problema grave por la derecha, un problema que viene de lejos. Secular. Si el PP fuera un partido conservador de verdad, un partido de orden y sensatez, no se dedicaría sistemáticamente a envenenar la convivencia repartiendo carnets de bonos y males españoles. De hecho, los populares no sólo niegan la condición ciudadana y la legitimidad institucional al soberanismo catalán, sino también al vasco ya toda la izquierda española que pacta. Adopta así viejos tics inquisitoriales y perpetúa la confrontación de las dos Españas de infausta y dramática memoria. Su visión unitaria y homogénea de la nación la obnubila y le lleva, no a defender la Constitución, sino a hacer una lectura absolutamente restrictiva de la misma –bien alejada del espíritu de la Transición que la hizo nacer– para convertirla en una herramienta de destrucción masiva contra la pluralidad.
Esta actitud del PP, cada vez más frontista, paradójicamente acaba fortaleciendo a sus rivales. Sobreexcitado nacionalmente, el PP no sabe no pasarse de frenazo. Y acaba pagando caro: ahora mismo no puede sumar ninguna mayoría si no es con la ultraderecha de Vox, lo que le ha dejado fuera del gobierno de España pese a ser el partido más votado. La habilidad del pragmático Pedro Sánchez ha hecho el resto para ir arrinconando al partido de Feijóo, Ayuso y Aznar en el extremo del tablero ideológico. Porque además de renunciar al talante conservador, el PP ha ido arrinconando al moderantismo liberal que inicialmente parecía prometer su actual líder. Siguiendo el camino de los populismos de la derecha extrema mundial, la idea de democracia del PP es cada vez más polarizada, más alérgica a la diferencia y menos pactista, como se ha visto también con su enrocamiento a la hora de buscar una salida a la renovación del CGPJ. Arrastrado por la ultraderecha, el PP corre el peligro de soltarse por la pendiente iliberal.