En algún momento todas nos hemos sentido objetualizadas sexualmente en la calle por hombres que nos han repasado con mirada lasciva, nos han silbado obscenamente, nos han lanzado comentarios concupiscentes, se nos han acercado licenciosamente o, incluso, han establecido contacto físico no consentido . En mi caso, recuerdo vestir falda corta a la temprana edad de 14 años y que un hombre me susurrase: "Niña, se te va a enfriar el coñoSeguro que muchas atesorá, entre el hastío y la rabia, alguna anécdota similar que, sin duda, constituye una agresión. Antes, los edificios en construcción eran enclaves complejos, sabedoras de que, indefectiblemente, habría que acelerar el paso para unos hombres que , en vez de trabajar, engordaban su masculinidad frágil intimidándonos con obscenidades. exageradas éramos siempre nosotros, que no sabíamos valorar los halagos.Esto es un cuerpo, y no el de la Guardia Civil." Según Toscano: "Es una pena que su odio a la belleza y al hombre nos hagan perdernos estas muestras de admiración e ingenio popular." Pues bien, este "ingenio" popular es el que sufrió Francine Gottfried, y la asoció de por vida a una prenda: el sweater.
Entre los años 1940 y 1950 se pusieron de moda entre las mujeres los jerséis de cachemira y angora, que, con una mayor suavidad, se adherían a la silueta como nunca, en pleno auge de la mujer sexualizada. Si bien la femme fatale del siglo XIX era una mujer sexi pero peligrosa que los hombres debían evitar por no sufrir un destino trágico, las de los 40 y 50 fueron herederas de la forma pero no del fondo Las primeras eran la estrategia que el patriarcado había inventado. para que los hombres huyeran a las mujeres modernas afines al feminismo sufragista. Las segundas, en cambio, eran el producto de haberles tomado toda capacidad de lucha y haberlas reducido a meros objetos sexualizados en manos del deseo masculino, como reflejo de la deriva machista de finales de la Segunda Guerra Mundial. de los sujetadores puntiagudos, llamados también obús, bala o torpedo, como eco de la Guerra Fría y porqué los pechos puntiagudos y prominentes parecían dos proyectiles a punto de ser disparados. sweater girl para referirse a mujeres voluptuosas fue Lana Turner en el filme They won't forget (1937): con un jersey totalmente adherido al busto, caminaba deprisa con unos senos que se movían y satisfacían el deseo de consumir cuerpos femeninos por parte de muchos hombres del momento. Posteriormente pasaron a formar parte de esta categoría actrices como Jayne Mansfield, Jane Russell y Marilyn Monroe.
Francine Gottfried no era ninguna actriz de Hollywood, sino simplemente una chica de 21 años que trabajaba en un banco y que pasó a la historia como la "sweater girl de Wall Street" por su busto prominente. En plena primavera de 1968 y ya sin necesidad de abrigo, Gottfried se dirigía hacia el trabajo vestido con su jersey de cuello alto cuando observó que por las calles de Wall Street, dominadas por hombres que iban a trabajar, cada vez había más que le esperaban a la salida del metro para observarla lastivamente y lanzarle improperios. fue creciendo con el boca a boca y cada vez más hombres se abalanzaban y ansiaban verla, hacinados incluso en los capós de los coches. La policía tuvo que empezar a escoltarla cuando el número de hombres ascendió. a 10.000. Por último, y por mandato expreso de su jefe, Gottfried no pudo desplazarse más a su puesto de trabajo y se vio obligada a renunciar a su trabajo. Sin embargo, para muchos la culpa seguía recayendo en ella, si tenemos en cuenta las palabras del superintendente de policía de Pittsburgh: "Son las chicas suéter, que muestran sobre las curvas y aparentemente les gusta. ¿Qué clase de madres y esposas van a ser?" Y eso, a diferencia de lo que defiende Vox, está muy lejos de ser una muestra de ingenio que hay que preservar.