¿Hasta cuándo se perpetuará Putin?

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El presidente ruso, Vladimir Putin, en una imagen de archivo.

Rusia es una farsa democrática. Es un estado policial, represor, censor, en el que los contrapesos judicial y legislativo no existen ante un ejecutivo piramidal, autoritario y omnipresente, con el Kremlin como epicentro de toda la vida política y también económica. Rusia vive en un capitalismo de estado sin libertad de prensa ni de creación ni de cátedra. Sin oposición interna: acorralada, encarcelada, silenciada. Sin respeto por los derechos humanos. En ese contexto, hablar de las elecciones de este año suena a eufemismo. ¿Elecciones? ¿Alguien duda de quién va a ganar?

Desde el año 2000, pronto cumplirá un cuarto de siglo, Putin ha ido consolidando progresivamente, cada vez con más mano de hierro, su poder. Si de entrada jugó la carta de moderado de cara a Occidente, incluso dando a entender que eventualmente un día su país podría incorporarse a la OTAN, el exagente del KGB ya hace tiempo que ha dejado clara su nostalgia imperial y soviética y su hambre de control total y caudillaje. Su entorno inmediato, conformado por una nomenclatura de políticos, oligarcas amigos y militares, tiene claro que reclama absoluta fidelidad. O conmigo o contra mí. Quienes se han atrevido a cuestionar su liderazgo han acabado mal. Basta citar los casos del magnate Mijaíl Jodorkovsky –pagó con prisión y ruina su apoyo a grupos opositores–, la periodista Anna Politkóvskaya –asesinada tras sus denuncias contra la corrupción en el ejército y su brutalidad en Chechenia –, el excampeón de ajedrez Garri Kaspárov –vigilado y detenido como opositor–, las activistas de Pussy Riot –encarceladas durante casi dos años–, el colectivo LGTBI –proscrito y perseguido–, el abogado y político Aleksei Navalni –envenenado en el 2020 y detenido desde el 2021– o el jefe de los mercenarios Wagner Evgeni Prigojin –aparecido muerto tras incitar una revuelta militar contra el Kremlin en medio de la guerra de Ucrania.

¿Quién se atreve a cuestionar el poder de Putin? Este sábado explicamos en el diario que los artistas críticos viven en el exilio o en el anonimato. El control que sufren es exhaustivo e implacable: agentes del ministerio de Interior, camuflados de comisarios de exposiciones, revisan cualquier exhibición antes de su inauguración. La guerra de Ucrania ha acelerado y elevado a la máxima potencia lo que ya era una práctica habitual. Y así en todos los campos, empezando naturalmente por la prensa. En Rusia, libertad y democracia han pasado a ser palabras vacías. Es un estado iliberal y autoritario, en línea con la peor tradición soviética, ahora ya reivindicada sin disimulos. Sólo con el reformador Mijaíl Gorbachov, impulsor de la glasnost y la perestroika, la transición hacia la democracia levantó algunas esperanzas, pero pronto se vio que su cambio por Boris Yeltsin suponía un giro involucionista que no hizo sino consolidarse a finales de siglo con un Putin que se ha ido reforzando y perpetuante. Ahora, en la cita con las urnas del 15 al 17 de marzo habrá dieciséis candidatos, pero nadie duda del desenlace. Y con los cambios constitucionales más recientes, Putin puede llegar a mantenerse en lo más alto hasta el 2036, cuando ya tendrá 84 años.

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