Del Priorato al Pueblo Seco: 100 años de vida de una familia catalana
BarcelonaLa inmigración en Barcelona que todos tenemos en mente ha sido española y global. Pero hay otra interior, autóctona. Ya en el siglo XIX y durante la primera mitad del siglo XX, se produjo un continuo traslado de población del campo a la ciudad. Las chicas bajaban a servir y los hombres a buscar suerte en la industria, el comercio, la construcción o donde fuera. Todo esto está estudiado y documentado. Y hay quienes más o quienes menos, pero son muchas las familias que conservan un vínculo con el pueblo de sus orígenes, donde a menudo han mantenido algún caserón o masía, o han vuelto para veranear.
Los Capdevila de Falset, capital del Priorato, es una de ellas. Con la particularidad de que disponen de un extenso archivo fotográfico desde su llegada al barrio de la Satalia, en la falda de Montjuic, cuando todavía faltaban bastantes años por la Exposición Internacional del 29. Donde hoy hay un campo de fútbol, inaugurado en 1936, hace un siglo era una cantera medio abandonada en una zona de servidumbre militar del castillo donde se empezó a hacer alguna vivienda. Aún había dos masías, desaparecidas hace tiempo, la Satalia Alta y la Satalia Baja. 100 años después, es un envidiable rincón tranquilo, casi idílico, con Barcelona a los pies.
Ricard Capdevila fue el primero en llegar a mediados de la década de 1900. Rápidamente, con un vecino y amigo de Satalia, montó un taller de fabricación de piezas mecánicas en la calle Vistalegre del Raval: la Primera Guerra Mundial había disparado su demanda. La cosa funcionó y Ricard se compró un terreno en la calle Margarit, por encima del paseo de la Exposición. Su hermano Luis, maestro de obras en Falset, le hizo los planos y construyó la casa. Como a Ricard le estaba yendo bien, pudo hacer una buena boda con Inés Salazar, hija de una familia acomodada... ¡de Falset, claro!
Todos hacia Barcelona
El éxito de Ricard provocó un efecto llamada. Otros parientes falsetenses, una comarca empobrecida después de la filoxera, le siguieron los pasos. Todos hacia Barcelona. Más concretamente hacia el Pueblo Seco. De hecho, todos en Satalia. Y para ser aún más precisos: concentrados en la calle Margarit. En 1925 llegó la primera, una sobrina, Maria Capdevila, la mayor de siete hermanos. Todos menos uno la fueron siguiendo hacia la capital. Maria se casó con otro falsetense, Antoni Biscarri, y se instalaron de alquiler en la misma calle, en unas casas gemelas que todavía existen. Al principio, acogieron a los hermanos, que pronto se fueron espabilando y levantando el vuelo: uno fue mecánico ajustador (Lluís), otro sastre (Juan, quien dormía en el mostrador de la sastrería y murió joven de tuberculosis), uno pastelero (Ramon, que emigró primero a África y después a Panamá, pero acabó volviendo). El más pequeño, Manel, acabó siendo director de una oficina de La Caixa.
Y después estaba Josep, que aprendió el oficio de ebanista como interno en los Salesianos de Sarriá. Nacido en 1913, montó una carpintería cooperativa y se afilió a la CNT, sindicato mayoritario en ese ramo. Hablaba esperanto. Lo cuenta su nieta, Caterina Capdevila, arqueóloga de formación, que es quien ha reconstruido la historia familiar y conserva las imágenes. "Le recuerdo ya mayor mirando las fotos, clasificándolas, lo mismo que, una vez jubilado, acabó haciendo mi padre, también un Josep Capdevila, que murió el 2021 de COVID".
Lluís Capdevila y un grupo de amigos del barrio –Miquel Nogués, Josep Santacana, Josep Macaya, Josep Escoda y Joaquim Borràs– fueron los creadores, en 1931, del centro de ERC en el Pueblo Seco, con sede social, primero en el bar del Teatro Nuevo, en el Paralelo, y después en la calle Tapioles, parte de la documentación de aquel centro formó parte de los papeles de Salamanca que el régimen franquista expolió con fines represores. Aquella sección local de los republicanos tenía dos médicos a disposición de los afiliados, hacía fiestas de disfraces y excursiones, y editaba una revista. Llegó a tener más de 300 miembros. Dado que la entidad era vecina del estudio del fotógrafo profesional Alexandre Merletti (Turín 1860-Barcelona 1943), a menudo les hacía las instantáneas de sus actos. O sea, que aparte de que los Capdevila eran aficionados a la fotografía, también tenían a Merletti, todo un referente barcelonés, muy cerca: en la calle Tapioles 42 bis se conserva una placa en la fachada en memoria de la casa-estudio Merletti.
La modernidad de la ciudad
El cine (a Josep le gustaba mucho Buster Keaton), los teatros de variedades del Paralelo (Lluís, el guapo de la familia, tenía un notable éxito entre las vedetes) y los dancings (las salas de baile) formaban parte del ambiente del barrio y de la vida de unos chicos que habían dejado atrás el mundo rural y habían hecho suya la modernidad de la ciudad. Incluso, gracias a uno de los amigos del grupo que trabajaba en la Ford, Joaquim Borràs, consiguieron un coche, bautizado como La bala de lata, con el que los días de fiesta iban sobre todo a la playa. Eran jóvenes, se había acabado la dictadura de Primo de Rivera, había llegado la República, tenían trabajo. La vida les sonreía. Pero... Siempre hay un pero.
El abuelo de Caterina se casó el 8 de julio de 1936 y se instaló con su mujer, la Teresa, también falsetense, en una casita en Satalia. A las pocas semanas se produjo el alzamiento fascista y le movilizaron con la temible columna Durruti al frente de Aragón. Con las demás mujeres de la familia, Teresa decidió pasar la guerra en Falset. En un permiso de Josep, se quedó embarazada y el parto fue en 1938, en una cabaña de viñedo donde se refugiaban de los bombardeos. La niña que nació murió a los pocos días.
Josep sobrevivió a la contienda y, al terminar, como tantos otros, atravesó la frontera y fue a parar preso al campo de Argelès-sur-Mer, de donde pudo salir y volver a Barcelona, a Satalia, gracias a las gestiones del cura de Falset. ¿De dónde, si no? Pero antes, en Argelès, cuidó y salvó de la muerte a su amigo y socio de la cooperativa Joan Forcat, con el que compartieron por siempre más el negocio. El padre de Caterina nació en 1940, justo nueve meses después de que el abuelo volviera a Barcelona.
Pero no todos volvieron: Lluís, que durante la guerra, gracias a sus conocimientos de montador mecánico, había ido a parar a la aviación republicana, permaneció en el exilio y, al estallar la Segunda Guerra Mundial, trabajó en una fábrica de aviones Dewoitine, intervenida por los alemanes durante la ocupación. También colaboró con la resistencia en actividades de sabotaje. Tras la guerra, acabó dirigiendo una fábrica de toldos y se casó con la hija de otro exiliado, el comunista Miquel Clarà.
Hoy, en Satalia, ya no quedan Capdevilas. Hasta los 14 años, Caterina todavía fue a menudo a casa de sus abuelos. Pero sus padres y todo lo demás ya habían ido bajando hacia el centro de la ciudad, en el barrio del mercado de San Antonio. Más de 100 años después de la llegada de los primeros falsetenses, la parte alta de la calle Margarit, no solo mantiene su encanto y el de algunas de las casas que habitaron, sino que es un envidiado lugar de paz urbana en el regazo de Montjuic.