Hay individuos que están descubriendo ahora todo el abanico de posibilidades de violencia machista. De hecho, algunos aún no han entendido qué tiene de malo que un señor le dé un beso sin consentimiento a una subordinada. Están incómodos porque, repentinamente, están ante un espejo acusador. Estos homínidos han actuado como Rubiales a lo largo de toda su existencia. Son los que han opinado sobre senos de becarias, que te abrazan sin permiso, que te han hecho comentarios subidos de tono o, en definitiva, los que han pretendido restregar su masculinidad de mierda contra tu culo y tu vida diaria. En esta carpeta se encuentran desde periodistas hasta directivos o presidentes de clubs aficionados a los prostíbulos. Ampliemos el foco: Rubiales, con su discurso, no es un caso aislado; es la cara visible de un sistema estructural que se perpetúa.
La guinda del presidente de la Federación corona un pastel de abuso de poder constante que se ha puesto de manifiesto a lo largo de todo el camino hacia el Mundial. El éxito histórico en Australia es propiedad única y exclusiva de unas mujeres que han ganado a pesar de personajes como él y Jorge Vilda, que las trataron de forma déspota y paternalista cuando reclamaban unas mejoras mínimas para competir con garantías. Son heroínas también las que se quedaron en casa porque no querían formar parte del proyecto del tipo de los testículos que las considera ganado. Imaginaos lo insoportable que tiene que ser de puertas adentro. Cerrad los ojos y pensad, por un instante, en las vejaciones que han tenido que aguantar ellas y las generaciones que las han precedido: no es que las mujeres estemos “aprendiendo a jugar a fútbol”, no. Estamos luchando contra el peso de la opresión dictada, escrita y validada por los hombres.
Y, en ese momento en el que también hay postureo de microondas, están los de siempre: los que se ponen de perfil y no se manifiestan junto a la víctima. En este saco está el 90% de lo que representa el fútbol masculino, empezando por la indiferencia de los jugadores y continuando por unos clubs que, en su mayoría, se han limitado a decir en voz baja que la acción de Rubiales fue “impropia”. La vergüenza que dan al no haber pedido inmediatamente su dimisión es infinita. Jenni Hermoso, máxima goleadora de la historia del Barça femenino, no ha recibido el apoyo explícito de la que fue su casa: una entidad que lleva en sus estatutos la lucha para erradicar las actitudes machistas. A ver cuántos de ellos se ponen de nuevo el lazo lila el próximo 8-M. Sí, esto es también violencia.