El gobierno de la Generalitat finalmente ha recortado el umbral de consumo de más de 6 millones de catalanes, después de que el nivel de los embalses de la cuenca Ter-Llobregat haya descendido por debajo del 16%. Se trata de una medida que no por muy anunciada deja de ser impactante. Desde que hay registros, nunca se había producido un período tan largo y grave de carencia de precipitaciones.
La sequía parece que ha venido para quedarse. El contexto de cambio climático augura que la escasez de agua persistirá y que los episodios sin lluvia serán más frecuentados y más intensos. Por eso la declaración de emergencia que arranca este viernes nadie sabe cuándo acabará. Los meteorólogos no son optimistas. De hecho, todo está preparado por si es necesario subir el nivel de restricciones. Entramos, pues, en una situación inédita que, en el peor de los casos, eventualmente podría llegar a comportar grifos sin agua en algunas franjas horarias.
Ahora toca tolerancia cero con los municipios y los ciudadanos que están incumpliendo los umbrales de consumo, y toca, también, máxima exigencia a los poderes públicos, las empresas industriales, las compañías de agua y el campesinado a la hora de arbitrar sistemas de consumo responsable. No siempre hemos hecho lo que tocaba. Y hoy, con un país más poblado que nunca, tenemos menos agua que nunca.
La sequía de 2008 fue un aviso importante. Entonces se tomaron medidas para evitar que una nueva situación de emergencia nos tomara sin estar preparados, pero salvo las primeras actuaciones –la construcción de las desalinizadoras de la Tordera y El Prat, y de una planta de regeneración de agua– , gracias a las cuales ahora el golpe no ha sido tan duro, las inversiones y el plan de gestión se detuvieron pronto. Decayeron con el fin del tripartito. De la falta de actuaciones ahora pagamos las consecuencias.
No hay margen para nuevos olvidos. La apuesta por la regeneración y por las desalinizadoras debe ser una prioridad de país, mande quien mande. En Israel el 80% del agua es reutilizada. El Govern tiene sobre la mesa la ampliación de la desalinizadora de la Tordera, la construcción de una nueva en Cubelles-Cunit y la construcción de una planta de regeneración de agua en el Besòs. Esta vez, aunque se pusiera a llover en el corto plazo, estas inversiones no deben aparcarse o retrasarse. Al mismo tiempo, es necesario incidir claramente en el problema de las pérdidas de la red y de las ineficiencias en el consumo. Y también hay que insistir en la concienciación general: el consumo máximo de 200 litros por persona y día fijado ahora en las zonas de emergencia no significa que cada uno pueda gastar esa cantidad en su casa, sino que es la media por ciudadano contando la limpieza de calles, el riego de zonas verdes, el consumo en el trabajo y otras necesidades globales del municipio.
Y en cuanto al corto plazo, si no llueve abundantemente será necesaria la llegada de agua de otras zonas geográficas, que de entrada se prevé que venga en barco de los puertos de Tarragona, Palma y Marsella. Es una solución extrema y puntual, pero para la que es necesario estar preparados. Entramos en el nuevo paradigma de entender que el agua ha pasado a ser un bien escaso y caro.