Me encantan los dichos porque son perlas concentradas de sabiduría popular. Cuando decimos que algo no nos hace el peso significa que no nos gusta. Pero esa fórmula no nació porque sí. Antes, la mayoría de la gente tenía y movía pocos recursos, por tanto, todo debía tener el peso estipulado. Cuando ibas a comprar un pan de kilo, si no hacía el kilo te daban de añadir hasta llegar. Se llamaba la volver y era de justicia.
Mi abuela solía decir “Si tú me ensucias, yo te enmascaro” para referirse a una actitud de autodefensa universal. Seguro que tiene su versión en cualquier lengua viva, pero lo que adoro de la catalana es que utiliza el verbo enmascarar, casi ya en desuso. Enmascararse es una forma muy concreta de ensuciarse que se produce con carbón, leña quemada o hollín. Cuando te enmascaras quedas cubierto de una capa de color negro intenso que nada tiene que ver con ir sucio de barro o de cualquier otra cosa. Enmascararse proviene de un tiempo donde la vida giraba en torno a una chimenea, un horno de barro, una teja, un montón de hulla para mover maquinarias y vagones... Una especie de grueso especialmente llamativo, único y difícil de limpiar.
Todo esto, para decir que esta expresión antigua va ni pintada a la política actual. Palabras (conceptos) como fascismo, discriminación, odio, maltrato, genocidio... han perdido todo su contenido a base de emplearlas a diestro y siniestro. Convertidas en meros objetos arrojadizos por todo el espectro ideológico, pronto ya no significarán nada. Un “si tú me ensucias, yo te enmascaro” de manual que equivale a una ley del talión verbal fruto de la banalización, la deshonestidad intelectual y la tan extendida cultura del “y tú más” como comodín para a todo.