El consultorio

¿Por qué nunca tienes que darle un bofetón a tu hijo?

Los psicólogos aseguran que es un acto impulsivo que no sirve para educar

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La bofetada clave

BarcelonaUn bofetón es el resultado del desbordamiento del adulto ante una situación que genera frustración, impotencia, confusión y dificultades de contención en un momento determinado, aseguran las psicólogas Ester Camprodon y Núria López, del Hospital Sant Joan de Déu, al observatorio Faros. Es por eso que según las expertas un bofetón es "un acto impulsivo" que a pesar de que persigue educar "no funciona".

Un bebé expresa sus necesidades, miedos o emociones a través de pataletas desde que nace porque no sabe hacerlo de otro modo y aprende a autorregularse a partir de la repetición de experiencias y las respuestas que le da el adulto de forma tranquila.

¿Por qué hacen pataletas?

La conducta desafiante de un niño acostumbra a ser porque expresa inadecuadamente emociones desagradables y porque pone a prueba la capacidad de contención del adulto. Es por eso, según las psicólogas, que es aconsejable que los adultos mantengan la calma. "La coherencia, consistencia y claridad de los límites son esenciales para el buen desarrollo de los niños, y los ayuda a crecer en un entorno predecible, seguro y de confianza que permite una buena capacidad de autonomía", aseguran.

¿Qué pasa si le damos un bofetón?

Pues que el niño aprende que con esa conducta el "mundo se para", y que el adulto solo piensa en él desde el descontrol; por lo tanto, consigue justo el efecto contrario: reforzar la conducta no deseada. Es probable, aseguran las psicólogas, que a corto plazo tengamos la impresión de que la agresión física, los gritos, las amenazas y el autoritarismo en general funcionan, quizás los hijos dejan de tener las conductas no deseadas, pero las consecuencias a medio plazo son que actúan dirigidos por el miedo, para evitar el castigo, y esto se traduce en una identidad negativa, una baja autoestima, una falta de creatividad y en la presencia de miedos y ansiedades. Además, también es el máximo fracaso de la comunicación entre padres e hijos. "Un vínculo que se ha basado en la violencia dificultará mucho que en momentos como la adolescencia tengamos las herramientas para acercarnos a nuestro hijo. En cambio, un vínculo basado en la confianza, en la validación emocional y en el acompañamiento tendrá un efecto positivo a lo largo de la vida del niño", puntualizan las expertas del Hospital Sant Joan de Déu.

Entonces, ¿cómo tiene que actuar el adulto ante un mal comportamiento?

Primero validando la conducta del menor ("Veo que te estás enfadando" o "Entiendo que te dé mucha pereza hacer los deberes" o "Ya veo que no te gusta perder"), después educando desde las consecuencias naturales de sus actos y en la asunción de responsabilidades ("Si no hace los deberes, ¿qué crees que pasará mañana en la escuela?") y ofreciéndole alternativas o su espacio ("¿Buscamos juntos una solución?"). "El niño o niña crecerá en un entorno tranquilo, comprensivo, validador que le hará posible la adquisición de una autoestima sólida y de recursos y estrategias adaptativas de gestión emocional e interpersonal", aseguran las psicólogas.

¿Esto significa que se tiene que ser permisivo?

No, se tienen que poner límites desde las primeras etapas, porque son básicos para un buen funcionamiento familiar y para garantizar un entorno predecible, que aporte seguridad y permita la autonomía y la autoregulación. Se aconseja que los límites sean claros, consensuados por el sistema parental de manera previa al momento “caliente” del conflicto, proporcionales y coherentes a la situación, y siempre tienen que incluir una experiencia reparadora. Una comunicación sincera, abierta y sin tabúes ayudará a construir una relación de confianza. "Hay una tendencia a evitar conectar con el sufrimiento de nuestros hijos e hijas, y la violencia es una buena manera de no verlo, de no acompañar. Mientras estamos enfadados, violentos, no sufrimos por el malestar de nuestro hijo", apuntan las expertas.

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