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Un tren de cercanías de Renfe lleno a rebosar
05/02/2025
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Pasada una larga y narcótica gripe que ha interrumpido dos semanas toda mi actividad –excepto la laboral, porque soy autónomo–, este martes me embarco en un viaje a Barcelona. La estación que tengo más cerca está en Caldes de Malavella. La pantalla anuncia que el Rodalies llegará cinco minutos tarde. Por suerte no hago caso, y llega puntualmente.

El tren es un modelo de hace treinta años. El estremecimiento de las vías, también. Voy por las venas del país, circulo por su misma vida. Un viaje es ver mundo y en mi caso tiene algo de safari. Solo me falta un salacot. Veo una fauna diferente a la de casa. El propio país como un país extranjero, algo desolador. Cruzo el Vallès a media mañana, con alumnos de ESO haciendo campana, inmigrados, operarios, encargados (lo sé por las conversaciones que tienen por teléfono) y alguna maleta, porque el tren va hasta Sants. Varios pasajeros se sientan en el suelo. Todos miran el móvil. Por el vestido puedo deducir quién bajará como yo en Passeig de Gràcia. Hace un sol de primavera efímera en el corazón del invierno. Abrigos y manga corta en el mismo vagón, y dos minifaldas. La ropa que estas chicas recortan, las chicas musulmanas la añaden al pañuelo que les tapa el pelo y que hace que, vistas por detrás, me parezcan mutiladas. El trofeo de caza me lo llevo cuando descubro con un salto al corazón, al final de las perneras acampanadas de los vaqueros de una chica que viaja de pie, un calzado que nunca había visto. Luego lo he buscado, eran unos zapatos de dedos, es decir, unos zapatos de goma como unos guantes por los pies, con los cinco dedos enfundados uno por uno. Se llaman Fivefingers. Debe ser una experiencia andar con los dedos separados, como descalzos. Los zapatos eran negros y por un momento me pareció ver los pies de un gorila. Me imaginé entonces un animal nunca visto antes, unos zapatos en forma de pezuñas de vaca o de cabrito, unos guantes verdes saliéndole de las mangas de la blusa con los cuatro dedos largos de las manos de una rana, una diadema con cuernos de ciervo, quizás unas alas en la espalda, y los brazos.

Tengo la reunión y el almuerzo de trabajo, y ya vuelvo a casa. El tren que debo coger se anuncia en pantalla con un "suprimido" al lado, en rojo. Ya se sabe que viajar a según qué país es una aventura. Tengo suerte y vuelvo en un Media Distancia, un lujo, percheros, mesitas en los asientos, reposapiés, conversaciones en voz baja, un barbudo con un perrito en su regazo. Por la ventana pasan campos de tierra labrada, con almendros floridos y chopos sin hoja, como velas apagadas.

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