Es lo más objetivable de todo. Pero es con lo que se siguen equivocando más los árbitros todavía hoy: el tiempo añadido. Sería una cuestión facilísima de resolver, contabilizando todo aquello que los árbitros quitan no solo a los equipos que van por detrás al marcador sino sobre todo a los espectadores. Con un simple cronómetro todos estos minutos de espectáculo se recuperarían, y los jugadores que quieren hacer carrera en Broadway aparcarían su obsesión por la dramaturgia. El sábado, en el clásico, vivimos un ejemplo más. Como casi cada partido. Al final, se acaba jugando la mitad del tiempo.
De hecho, la polémica sobre los 4 minutos que añadió Gil Manzano en Valdebebas es la única a la que pueden agarrarse los aficionados del Barça. ¿Por qué el árbitro se tragó mágicamente casi 6 minutos? Sobre el resto, lo de siempre. El debate sobre los árbitros. El debate sobre si puede haber debate sobre los árbitros. Ahora se quejan unos, ahora se quejan otros. Evidentemente, cada cual es libre de poner el foco en lo que quiera, y, ciertamente, las campañas mediáticas acaban condicionando a los árbitros porque son humanos, porque tienen que tomar una decisión en décimas de segundo y les vienen a la mente todas las portadas y tertulias de la semana. Y aquí, ya lo dijo Guardiola, los altavoces de unos y otros son incomparables. Pero, asumiendo que la opinión pública puede llegar a influenciar inconscientemente a alguien, cuando pones la lupa en los árbitros, pones el interés precisamente en lo que no puedes controlar. Y aquí está el problema. En vez de focalizar en los tuyos, en las decisiones del técnico, en la interpretación del juego de los futbolistas, desvías el foco hacia una dimensión desconocida. Llorar públicamente por una acción como la de Braithwaite en el clásico no creo que sea trabajo del entrenador del Barça. El fin de semana estuvo mejor Saras, asumiendo que se merecían perder contra el Madrid, que Koeman interpelando a un periodista y marchándose antes de que la entrevista se acabara. El Barça tiene que ser estiloso en las formas, que no quiere decir hacerse el tonto, sobre todo para poner toda la energía en cambiar lo que depende de él mismo y minimizar el impacto de las decisiones arbitrales. Para hacer el trabajo sucio el Barça siempre encontrará medios y periodistas dispuestos a arremangarse y lanzarse al barro arbitral.
Lo que tiene que hacer el club es incidir en lo que hizo Laporta a las mil maravillas durante su primer mandato: trabajo de despachos. Hacer oír su voz en la Federación. Hacer trabajar a Gaspart. Buscar complicidades. Lo que Alfredo Relaño bautizó como villarato y que tanto escocía en Madrid.