Este viernes, el Parlament inviste a Pere Aragonès como presidente de la Generalitat de Catalunya. Será el 132º presidente de una institución que, en diferentes formatos, acumula casi siete siglos de historia. De hecho, explicar que Catalunya tiene una nómina de 132 presidentes es la manera más fácil de hacer evidente, contra aquellos que lo quieren negar, que Catalunya es una nación. Y lo mismo podríamos decir de la lengua o de nuestro derecho civil, que son otros elementos configuradores de esta identidad nacional.
En nuestro país, la figura del presidente de la Generalitat tiene un valor político altísimo. Es una institución que está, por sí misma, al nivel del Govern y del Parlament, y en el contexto actual, después de meses de provisionalidad por la injusta inhabilitación del presidente Quim Torra, tiene el reto de recuperar la confianza de toda la ciudadanía hacia la Generalitat en su conjunto. Las instituciones propias son imprescindibles y tienen que ser percibidas como útiles. En esto, el presidente Aragonès tiene un gran reto y dependerá de la solidez de su liderazgo y de la forma en la que ejerza el cargo que el objetivo se logre.
Estoy absolutamente convencido de que Pere Aragonès será un buen presidente. Y lo escribo sin disimular la simpatía personal que le tengo y por haber visto, directamente, cómo trabaja y cómo aborda los temas. Es mi opinión y la expreso, tan respetable como las otras opiniones que lo vean diferente, y dentro de un tiempo todos podremos valorar los hechos.
Pere Aragonès recoge el testigo de la presidencia en una etapa nueva. Desde la restauración de la Generalitat, hace 41 años, con el presidente Jordi Pujol, se ha producido una alternancia entre el espacio político de Convergència y el partido socialista. Aragonès, sin embargo, llega a la presidencia como candidato de Esquerra Republicana de Catalunya, el partido más veterano de la política catalana, que acaba de cumplir 90 años, haciendo historia junto a los presidentes Francesc Macià y Lluís Companys, que ocuparon el cargo desde 1931 a 1940, y Josep Irla y Josep Tarradellas, que mantuvieron el legado de la presidencia desde el exilio. Seguro que la mezcla de orgullo y vértigo sacudirá las emociones del nuevo presidente.
Haber pilotado las finanzas de la Generalitat los últimos cinco años y medio le da al presidente Aragonès un conocimiento profundo del funcionamiento del Govern y, por lo tanto, de las problemáticas reales y concretas de cada ámbito y de cada sector. Esta radiografía precisa de las carencias que sufrimos, pero también de las oportunidades que tenemos como país, es un bagaje que da solidez para ejercer la presidencia. Y después de los tiempos convulsos que hemos vivido y de la catastrófica herencia que nos deja la pandemia del coronavirus, parece especialmente oportuno que se afronten los asuntos de cara, con toda su complejidad.
El que será el 132º presidente también aporta otro cambio importante, el generacional. El nuevo presidente nació en 1982 y prometerá el cargo con 38 años. Es evidente que la represión del estado español se ha llevado por delante a toda una generación de políticos independentistas y esto explica, en buena parte, que Aragonès sea el presidente de la Generalitat más joven que habremos tenido. A buen seguro que esto también imprimirá una manera de hacer diferente. En su caso, la juventud no está reñida ni con la falta de experiencia ni con la falta de compromiso. El nuevo presidente es un socialdemócrata, pero sin dogmatismos; es un republicano convencido y es independentista desde siempre, sin complejos, desde cuando trabajar por la libertad nacional de Catalunya era una posición minoritaria en el tablero político y quedaba mucho trabajo por hacer para situar este objetivo en el carril central de la política catalana y de la agenda política española.
El independentismo tranquilo y pragmático de Pere Aragonès hay quien lo quiere presentar, de forma interesada, como una posición tibia e incluso como una renuncia. Aragonès escucha mucho, nunca grita ni es amante de la pirotecnia política, pero tiene muy claro que la manera más útil de poder servir a los ciudadanos es disponiendo de las herramientas de un estado. Es terco y persistente.
Pere Aragonès es muy consciente del papel que asume, y estoy convencido de que ejercerá la presidencia con dignidad, con sentido de estado, con responsabilidad y con generosidad. Es cierto que lo digo desde la simpatía y la confianza, pero quizás por eso sé del cierto que Pere Aragonès será un buen presidente, que, con aciertos y errores, hará que nos sintamos muy representados como ciudadanos y como país. ¡Muchos aciertos, president!
Carles Mundó es abogado y ex conseller de Justicia