2007 nos queda tan lejos

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2007 nos queda  tan lejos

En la Catalunya de hoy, esta Catalunya retro, donde todo tiene un aire repetitivo y cada discusión parece haberse repetido cien veces, los grandes debates se plantean con una premisa muy frustrante: cuanto más nos afecta un tema, menos capacidad de intervención tenemos. El caso de las grandes infraestructuras -como el aeropuerto de El Prat- es paradigmático. Una cosa es no ser independientes, y otra estar sometidos a una dependencia material y mental que nos priva de encarar cualquier toma de decisiones con una mirada adulta.

Justo antes del Procés, cuando el soberanismo era como un principio activo que se pegaba por inercia, todos los sectores económicos y la sociedad civil hicieron frente común para pedir el traspaso de la gestión del aeropuerto de El Prat a la Generalitat. El poder de las corbatas reunido en Iese, en 2007. No sirvió de nada, claro, a pesar de que el presidente de entonces -Rodríguez Zapatero- llegó a prometer el traspaso a Joan Puigcercós y a Artur Mas (después se desdijo, algo habitual en él). Una década después estamos como estábamos, dependientes del plato de lentejas de Aena. O lentejas o lentejas. Y si ponemos pegas, si osamos exigir una participación en la toma de decisiones, las lentejas desaparecen por despecho; y de forma tristísima, aquello que antes se llamaban las “fuerzas vivas”, como por ejemplo el presidente de Fomento, que es un señor del siglo pasado, se alinea con el gobierno español en la defensa del crecimiento sin límites, y los portavoces mediáticos de la Cordura, todos los articulistas erizados que se creen que Catalunya les ha quedado pequeña, lamentan que somos un país inmaduro que necesita ser tutelado. Para desarmar el independentismo y el ecologismo -este monstruo de dos cabezas- la élite catalana del siglo XX está abonando un discurso que socava la autonomía e incluso la autoestima del país. Fijaos, pues, si han cambiado las cosas desde el acto del Iese de 2007.

Basta con escuchar las voces de los expertos para entender que tanto la propuesta de Aena como las reticencias de ERC y la negativa de los comuns tienen suficiente base para ser analizadas con mucha calma. No es ninguna sandez dedicar un poco de tiempo y esfuerzo a analizar qué solución puede satisfacer necesidades tan diversas: un aeropuerto bien conectado internacionalmente (no un vertedero de turistas low cost ), que respete escrupulosamente las exigencias de la agenda 2030 y que contribuya a revisar el modelo de movilidad y de crecimiento económico. Estoy seguro de que si los partidos se tomaran el tiempo necesario para intercambiar pareceres con los buenos expertos en infraestructuras que tenemos en este país, se podría llegar a una solución viable. Esto es lo que haría un país soberano. Pero nosotros no lo somos; la decisión no es nuestra. ¿Por qué, pues, hay que gastar saliva, tiempo y neuronas si lo que tenemos delante es el plato de lentejas de Aena, la actitud neocolonial del gobierno español, que lo único que espera de Catalunya es un aplauso acrítico? Y todavía peor: ¿por qué buscar el consenso interno, si PSC, los comuns y los empresarios han delegado su voz y su voto a sus capataces de la capital?

El mérito principal del Procés no fue reforzar el independentismo, sino convencer a la sociedad catalana de que su opinión contaba. Que se tenía que respetar. Algunos añoramos esta tontería, como diría Ada Colau. Sobre todo ante el triste fenómeno de la externalización de las voluntades, de la sustitución de la soberanía mental por la pequeñez de la maniobra cortesana.

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