Las violencias machistas siguen extremadamente presentes en todas partes y se configuran como uno de los principales problemas de salud y seguridad pública de nuestra sociedad. Así lo evidencian los datos disponibles. Según la Encuesta Europea de Violencia de Género 2022, el 28,7% de las mujeres españolas de entre 16 y 74 años han sufrido algún tipo de violencia (física, psicológica, sexual) en el ámbito de la pareja o expareja en algún momento de su vida; lo que representa una cifra de casi cinco millones de mujeres.
En este contexto, son las mujeres jóvenes las que más refieren haber sufrido violencia. Concretamente, el 38% de las mujeres entre 18 y 29 años explican haber sufrido o estar sufriendo violencia por parte de sus parejas o exparejas (más de 900.000 mujeres). De estos datos también se extrae que existe una mayor conciencia entre las jóvenes, lo que conlleva un aumento de identificación de las violencias. Sin embargo, el estudio también apunta que todavía existen muchas dificultades para identificar determinadas situaciones de violencia, como por ejemplo la violencia sexual de forma generalizada pero, sobre todo, en el seno de las parejas.
En cuanto a las violencias sexuales, el Hospital Clínic acaba de publicar unos datos realmente preocupantes: entre enero y octubre de 2023 han atendido a un total de 587 víctimas (89% mujeres), lo que representa un 5,6% más que el pasado año. La violencia sexual no se detiene, pero además este año han detectado un incremento de la violencia física en comparación con los casos atendidos el año anterior. La violencia física añadida a la violencia sexual comporta a menudo un mayor impacto traumático en las víctimas. Los datos del Clínic dicen también que en más de uno de cada cinco casos la agresión ha sido facilitada por drogas y que el 45,8% de las agresiones han sido perpetradas contra menores de 25 años.
La crudeza de los datos de victimización que salen a la luz choca con las actitudes negacionistas, presentes en diferentes sectores de la población, pero que se manifiestan de forma más acentuada entre la gente joven. Por ejemplo, según la encuesta 2023 del Instituto Catalán Internacional por la Paz sobre convivencia y seguridad en Cataluña, uno de cada cinco chicos catalanes de entre 18 y 34 años cree que la violencia machista es un invento del feminismo.
Es aquí donde radica la causa más profunda del problema de las violencias machistas: en la masculinidad hegemónica. En la masculinidad patriarcal que –como decía Elisabeth Badinter– construye la masculinidad en contraposición a ser mujer, ser homosexual y ser un niño. Una masculinidad ligada a la sexualidad, a las relaciones de poder, a la subordinación, a las complicidades intragénero ya la hegemonía. Para ser "de los nuestros" debes ser heterosexual, mostrar dureza emocional y falta de empatía. Debes tener una elevada independencia económica y estatus, mantenerte alejado de todo lo doméstico, y estar expuesto en mayor o menor medida a la violencia de tus iguales, asumiendo comportamientos de riesgo para formar parte del grupo. Y, claro, debes ser competitivo y agresivo con los demás y contigo mismo. Así, la violencia se convierte en una forma aceptable de relacionarse. Lo explica así Willard Gaylin: “Los hombres se deprimen por la pérdida de posición social y poder en el mundo de los hombres. No es la pérdida de dinero o ventajas materiales lo que produce la desesperación, que lleva a la autodestrucción. Es la vergüenza, la humillación y el sentimiento de fracaso personal. Porque un hombre se desespera cuando ha dejado de ser un hombre entre los hombres”.
Y de eso va el machismo, la gran escuela para aprender a no dejar nunca de ser un hombre. Entonces, ¿qué ocurre cuando quien te confronta y te hace sentir que pierdes es una mujer? Que toda violencia es válida, porque te juegas el poder.
¿Qué podemos hacer ante este modelo de validación patriarcal de la masculinidad? Construir masculinidades disidentes, más igualitarias, fundamentadas sobre todo en el respeto y la empatía. Centradas en gran parte en el otro, al tener la capacidad de conectar y tener presente al otro. Esto a menudo es tan complejo y tan sencillo como escucharla a ella atentamente, comprender y empatizar, construir la existencia de igual a igual y construir relaciones de cuidado. Y por eso es necesario tomar conciencia de los privilegios, convertirse en agentes activos en entornos íntimos, asumiendo funciones y responsabilidades y rompiendo la presión del grupo para no ser cómplices. Conseguir más ejemplos referentes de hombres transformadores, femeninos, colaborativos, que conecten con las emociones y no tengan miedo a expresarlas. Las mujeres podemos seguir manifestándonos, gritando, ocupando espacios, haciendo tambalear el mundo con nuestra fortaleza y sororidad... pero el problema no se resolverá hasta que los hombres no asuman su responsabilidad. Tal y como decía Montserrat Roig, "la libertad de las mujeres no implica la esclavitud de los hombres, al igual que los hombres no pueden soñar en ser libres si siguen oprimiendo a las mujeres".